Un año sin Miguel Barroso

Miguel Barroso en uno de los retratos que realizó su amigo y fotógrafo Bernardo Pérez

Escribo este texto para dar testimonio de un ejemplo singular de compromiso político y capacidad profesional. Y también de una amistad muy grande que se extendió a lo largo de 41 años. Conocí a Miguel Barroso en 1983. Había militado en Bandera Roja, colaboró en El Viejo Topo y fue redactor de información nacional en el diario El País. Procedente del diario, se incorporó al Ministerio de Educación y Ciencia, primero como jefe de prensa y, posteriormente, como jefe del gabinete a partir de 1986. Mi última conversación con él fue el 27 de noviembre de 2023, cuando nos intercambiamos comentarios sobre un texto de El País. A lo largo de esas cuatro décadas, Miguel Barroso me impresionó siempre por una aguda inteligencia, una viveza incansable y un inmenso encanto personal.

Desde su puesto en el ministerio ejerció una influencia importante en decisiones sobre la política educativa. Ayudó a defender la Ley Orgánica del Derecho a la Educación, la Ley de Reforma Universitaria, la Ley de la Ciencia. Durante su período en el ministerio, la proporción del gasto público en educación respecto del gasto público total pasó de representar un 8,03% a un 10%. El número de becarios se multiplicó por 2,81% en las universidades y por un 2,10% en las enseñanzas medias. Se crearon 14.828 unidades escolares nuevas en centros públicos, y se pusieron en marcha programas de educación compensatoria (de ayuda a colectivos desfavorecidos) y de educación especial (de ayuda a alumnos con particulares necesidades).

Ayudó en la preparación del libro La Reforma de la Enseñanza (1984). También en el desarrollo del Congreso de Intelectuales organizado por Ciprià Ciscar y Ricardo Muñoz Suay y celebrado en Valencia el 15 de junio de 1987. El congreso pretendía rendir homenaje al Congreso de Intelectuales Antifascistas que tuvo lugar en 1937. Acudí a él, y también lo hicieron Jorge Semprún, Joan Fuster, Juan Goytisolo, Manuel Vázquez Montalbán, Josep M. Ferrater Mora, Mario Vargas Llosa, Norberto Bobbio, José Manuel Caballero Bonald, Guillermo Cabrera Infante o Daniel Cohn-Bendit.

La influencia política de Miguel Barroso se extendió mucho más allá. Su contribución fue muy grande en la inesperada victoria del PSOE en 1993, tras ir cuatro puntos por detrás en intención de voto y devaluar el Gobierno socialista la peseta en un 4% en vísperas electorales. Tras la estrepitosa derrota de Felipe González por José María Aznar en el primer debate televisado de la campaña, sin que nadie se lo hubiera encargado, Felipe González me pidió ayuda para preparar el segundo debate. Acudí a Miguel Barroso y a José Miguel Contreras, porque su contribución era imprescindible. De esta forma, tras una intensa preparación, en el segundo debate celebrado el 31 de mayo de 1993, Felipe González se impuso de forma contundente a Aznar. El éxito de ese debate aumentó en cerca de cuatro puntos el voto socialista.

Un asesor fundamental

Miguel Barroso siguió siendo un asesor fundamental para los siguientes dirigentes socialistas. Así sucedió con Joaquín Almunia como secretario general del PSOE entre 1997 y 2000. De cara a las elecciones generales del año 2000, Almunia decidió introducir en el seno del partido elecciones primarias, de forma que el candidato socialista no fuera designado por organismos internos del partido (Comisión ejecutiva, Comité federal o Congreso nacional) sino por los afiliados del partido. La iniciativa fue muy audaz.

Comenté la estrategia de Almunia en un artículo en El País, titulado El valor de Almunia. Intentaba dar una respuesta a críticas bastante extendidas respecto de los procesos de oligarquización de los partidos políticos. Se argumentaba que las agrupaciones, como aquellas de organización territorial, habían ido languideciendo. Que la información y la influencia interna de los militantes era escasa. Se recordaba el artículo 6 de la Constitución, que definía a los partidos como “instrumento fundamental para la participación política”, y señalaba que habían de tener una “estructura interna y funcionamiento [que] deberán ser democráticos”. Es cierto que las elecciones primarias multiplican la influencia y el peso de los afiliados. Dijo una vez Willy Brandt que “los problemas de la democracia se curan con más democracia”. La decisión de Almunia fue una respuesta en esa dirección, audaz y valiente. La elección del candidato a la presidencia del Gobierno mediante primarias abiertas a todos los afiliados es el sistema actualmente vigente. Sin embargo, no existen soluciones mágicas. Las primarias son, en efecto, un proceso muy movilizador mientras dura el proceso de selección. Sin embargo, con posterioridad a la elección pueden dar lugar a una gran concentración de poder, con reducidos pesos y contrapesos. Manuel de la Rocha escribió el 18 de octubre de 2024 un artículo en El País titulado PSOE: los límites de la democracia partidaria. Siendo un firme partidario de las primarias, avisa de los riesgos de reducción del debate interno, de concentración de poder y de reducción de contrapesos internos. Es oportuno examinar la Ley de Partidos Políticos de 2002, elaborada por el gobierno de José María Aznar, para pensar en posibles reformas que promuevan una mayor democracia interna en los partidos.

Discutíamos versiones falsas del debate entre González y Aznar en la campaña electoral de 1993. Lamentamos el insuficiente recuerdo de Ernest Lluch, el gran ministro e intelectual socialista. Me escribía que era “extravagante y desconcertante ver a Felipe y Guerra en esas actitudes”, “¿has visto el acto de presentación del libro de Guerra por González en El Ateneo este jueves?”, “el colmo es pedir un referéndum sobre la amnistía y decir que se arrepiente de haberlo convocado sobre la OTAN”, “¿se arrepiente del indulto al general Alfonso Armada?”

Miguel Barroso ayudó a Joaquín Almunia en la campaña y en las relaciones de colaboración entre el PSOE e Izquierda Unida, liderada por Francisco Frutos. Su colaboración estaba guiada por lo que Joaquín Almunia calificó como una “causa común”: en palabras de Almunia, “la izquierda, los progresistas, tenemos que hacer causa común para superar nuestra división y representar a una sociedad que mayoritariamente es progresista y no quiere seguir en manos de la derecha”.

Miguel Barroso no pudo ayudar a Joaquín Almunia en la preparación de algún debate con José María Aznar en las elecciones generales del año 2000 porque éste se negó a debatir, privando a los ciudadanos de información política. Aznar ocupaba la presidencia del Gobierno y no quería correr riesgo alguno. Consiguió conservar el poder, obteniendo un 44, 5% de los votos, frente al 34,1% del PSOE y el 5,4% de Izquierda Unida. La clave del resultado fue un extenso voto exonerativo por parte del electorado femenino y de edad madura (que exculpaban al Gobierno de turno de responsabilidades por los problemas del momento). Como resultado de esas elecciones, en un gesto ejemplar, Joaquín Almunia dimitió como secretario general del PSOE.

Miguel Barroso fue un asesor importante en los sucesivos gobiernos socialistas. Así sucedió con el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, del que fue amigo personal. Con él fue secretario de Estado de Comunicación en los años 2004 y 2005. En ese periodo consiguió la aprobación de las licencias de las cadenas televisivas La Sexta y Cuatro, así como de la ley de 2006 que contribuyó a despolitizar la televisión (los presidentes de la radio y televisión públicas pasaron a ser elegidos por el Parlamento). Asimismo, consiguió aprobar el Estatuto de la Redacción de la Agencia EFE, que reforzó la independencia de los periodistas. Ayudó a José Luis Rodríguez Zapatero en su debate televisivo de febrero de 2008 contra Mariano Rajoy, seguido por 13 millones de ciudadanos. El debate influyó mucho en la victoria electoral que dio lugar al segundo periodo de gobierno socialista con Rodríguez Zapatero.

Miguel Barroso siguió apoyando al gobierno socialista presidido por Pedro Sánchez. A lo largo de cuatro décadas fue un asesor político fundamental con los tres presidentes socialistas. Pero su profesión se situaba fuera de la política: era un profesional de la información y la comunicación. Por ello dejó la Secretaría de Estado y volvió a su profesión. Trabajó para Hispasat, fue director general de la filial de la FNAC en España y, posteriormente, director internacional de Comunicación y Marketing de la empresa en París. Trabajó también para Young&Rubicam, primero en España, posteriormente en Centroamérica y el Caribe. Y en marzo de 2021 pasó a ser consejero de PRISA y vocal de su consejo de administración.

Tuve una profunda amistad con él. A lo largo de los años posteriores, tuvimos frecuentes reuniones y almuerzos, los dos solos o acompañados de José Miguel Contreras. Quedábamos en el Café Gijón de Madrid, en la Librería La Central cerca de Callao, en el restaurante Di Maria de Ópera. A lo largo de su vida, su compromiso político fue constante. Comentábamos la política, los escritos o las entrevistas. Artículos publicados en El País, en infoLibre, en El Español, entrevistas en televisión o conferencias públicas. Discutíamos versiones falsas del debate entre González y Aznar en la campaña electoral de 1993. Lamentamos el insuficiente recuerdo de Ernest Lluch, el gran ministro e intelectual socialista. Me escribía que era “extravagante y desconcertante ver a Felipe y Guerra en esas actitudes”, “¿has visto el acto de presentación del libro de Guerra por González en El Ateneo este jueves?”, “el colmo es pedir un referéndum sobre la amnistía y decir que se arrepiente de haberlo convocado sobre la OTAN”, “¿se arrepiente del indulto al general Alfonso Armada?”.

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Su vida fue, tristemente, demasiado corta. Pero a lo largo de los años mostró afectos profundos a sus amigos, lealtades perdurables, una aguda inteligencia, una inmensa capacidad profesional y un compromiso ejemplar con sus principios e ideas.

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José María Maravall es sociólogo y fue ministro de Educación y Ciencia entre 1982 y 1988

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