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La eterna juventud de un fotoperiodista

La eterna juventud de un fotoperiodista

En julio de 1993 Enrique Meneses tenía que atravesar el bulevar Mese Selimovica de una sitiada Sarajevo a paso lento. Sus pulmones, que habían aspirado el humo de dos cajetillas de Ducados diarias desde los 13 años, empezaban a pedirle una tregua. Cruzaba la ancha calle, rebautizada como Avenida de los Francotiradores, sin inmutarse por el ruido de las balas. Decía que la que le matase, en todo caso, no la oiría. Estaba a punto de cumplir 64 años y esa sería su última aventura como reportero. A su familia le había dicho, antes de coger un avión rumbo al infierno de los Balcanes, que se iba de safari en Kenia. Según él, para que no se preocuparan. Meneses (Madrid, 1929-2013) tenía edad para jubilarse, pero mantenía una vocación periodística tremendamente viva, tremendamente honesta y tremendamente comprometida.

Se despidió del periodismo de calle por un enfisema pulmonar, una obstrucción que le impedía respirar con normalidad. Dejaba atrás una espectacular trayectoria como testigo de los acontecimientos más importantes del siglo pasado: la revolución cubana, la Marcha sobre Washington, la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos.

Fotografió a Kennedy, a Dalí, a Picasso, a Paul Newman. Entrevistó al sha de Persia y a su esposa, Farah Diba. Recorrió África de El Cairo a El Cabo con 200 libras en el bolsillo. Cubrió la llegada al poder de Nasser en Egipto y la primera guerra del canal de Suez. Trabajó para las revistas Paris Match, Time y Life. Le quedó tiempo y energía para dirigir la versión española de las publicaciones eróticas Playboy y Lui; hacerse cargo de programas de TVE como Robinson en África, A toda plana o Los reporteros; abrir un blog; gestionar una cuenta en Twitter con 10.000 seguidores y un canal de televisión por Internet, Utopía TV, por el que se emitían programas grabados en el salón de su casa.

Siempre conectado

En el documental Oxígeno para vivir, de Georgina Cisquella, aparece un Meneses de 79 años conectado a dos cables: el primero, a una máquina de oxígeno que tiene que ponerse durante 16 horas al día; el segundo, a Internet. Por su casa no paran de desfilar amigos (Gervasio Sánchez, Rosa María Calaf…) y bromea cuando le preguntan cómo anda: “Con dos patas”. Pasa de ocho de la mañana a 10 de la noche conectado a un ordenador. “Es mi ventana al mundo”, asegura. En una de las escenas, Meneses acude al hospital para recibir un tratamiento de quimioterapia (padeció un cáncer de colón y otro de pulmón). Mientras espera en la sala, con un ejemplar del diario Público sobre las rodillas, le empieza a hablar a una enfermera sobre las opciones de Hillary Clinton para ganar las elecciones primarias del partido demócrata. Parece que Meneses, antes que el propio Meneses, antes que todo lo demás, siempre fue periodista.

Lo primero que escribió para un periódico fue una crónica sobre la muerte del torero Manolete en Linares. Por aquello le pagaron 150 pesetas, un tercio de lo que le había costado el taxi desde Madrid a Jaén. Su salto a la fama internacional vendría de la mano de un grupo de guerrilleros que en 1957 estaban poniendo en jaque la dictadura de Fulgencio Batista desde Sierra Maestra. Enrique Meneses fue el primer periodista que fotografió y documentó la vida del Movimiento del 26 de Julio, liderado por un joven Fidel Castro, en esa cordillera situada en la zona suroriental de Cuba. Había llegado a la isla persiguiendo a una chica que le dio calabazas y, aprovechando la derrota hizo lo que más le gustaba: convertirla en una victoria.

Todos los reporteros que hasta entonces habían intentado llegar a Santiago de Cuba, la ciudad más cercana a Sierra Maestra, eran interceptados por los más de 10.000 militares que Batista había dispuesto para cercar a la guerrilla. Meneses consiguió burlar el dispositivo transportando sus cámaras en cajas de botellas de whisky y accediendo al refugio a través de un camino construido por los españoles en el siglo XVI.

Cuando llegó, derrotado por el cansancio del viaje, se tumbó sobre los tablones de una cabaña destartalada. Una voz le despertó: ¿Enrique Meneses? ¡Coño –dijo el periodista para sí- un tipo cubano de un metro ochenta! Aquel tipo era Fidel Castro. Y aquel reportaje, por el cobró tres millones y medio de pesetas de los de entonces, ha pasado a los anales del periodismo.

Una trayectoria en el olvido

El fotoperiodista Gervasio Sánchez le conoció durante su aventura en Sarajevo. Cuando habla de Meneses mezcla frases de admiración ética y profesional, con la rabia que le provoca que su legado permanezca en el “olvido”. Durante años, cuando Meneses todavía estaba vivo (falleció en enero de 2013), le sorprendía que al hablar sobre él la gente le interrumpiese con un: ¿Pero ese hombre no se había muerto ya? “Pasó de ser un periodista que había trabajado en las mejores revistas del mundo, uno de los cuatro o cinco mejores de España, a caer en el olvido”, dice indignado.

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Asegura que la autobiografía de Meneses Hasta aquí hemos llegado (Ediciones del viento, 2006), “escrita con gran brillantez y un ritmo endiablado”, debería ser el libro de cabecera de los estudiantes de periodismo. De la misma opinión es el fotógrafo Chema Conesa, que pasó meses investigando el archivo de Meneses para editar La vida de un reportero (La Fábrica). “Al final parecía el libro de una agencia de fotógrafos”, bromea Conesa mientras repasa la dilatada y ecléctica trayectoria del reportero. Aquella publicación es ahora el germen de la primera retrospectiva, comisariada por Conesa, que se inaugura el 16 de abril en el Canal Isabel II de Madrid y permanecerá abierta hasta el 26 de julio.

Meneses no pudo ver publicada su antología. Pero cuenta Gervasio Sánchez que estaba muy emocionado y que la última vez que le visitó, cuando ya estaba muy enfermo, no paraba de hablar de ella. Sólo quería hablar de periodismo. Recordando la anécdota de su viaje en taxi a Linares, cuando Meneses decidió que debía irse de España por lo mal pagada que estaba aquí la profesión, dice un categórico Conesa: “Ese era Enrique: no le importan los medios, le importa el fin. Y el fin siempre era periodístico”.

Joan Baez, Bob Dylan y Pete Seeger ensayando./ E. M.

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