Cuerpos estelares

Mario Casas y la nueva masculinidad: otros tiempos, otros músculos

El actor Mario Casas.

La historia cultural suele ponerse en evidencia en los lugares más inesperados. Mario Casas fue el invitado principal del programa de Nieves Herrero Hola Nieves! el 17 de septiembre del 2013. Se trataba de un momento en el que su carrera da un giro que lo confirma, después de casi una década de trabajo, como la gran estrella masculina de su generación una promesa que se ha cumplido en la década posterior con decisiones inteligentes, mucho trabajo y asimilación de las nuevas reglas del juego. El actor estaba a punto de estrenar Las brujas de Zugarramurdi, de Álex de la Iglesia, y acababa de rodar La mula y Eden, su primera incursión (tentativa, en clave menor) en el cine estadounidense. Preparaba ya Palmeras en la nieve, que sería un gran éxito de taquilla dos años después. Por otra parte, su fama se había consolidado con el díptico de pulidas adaptaciones de novelas de Federico Moccia y la serie de televisión El barco, que le habían convertido en el ídolo de las adolescentes españolas (“son cada vez más jóvenes”, diría durante la entrevista) que aquel día llenaban el plató ahogando suspiros, gemidos, gritos. Y en nuestra cultura, el sentimentalismo de las mujeres se nos antoja menos legítimo que el de los hombres: atribuimos una dignidad a las lágrimas de Messi que nos negamos a aceptar en la niña o el niño que sueñan con sus propios ídolos. La entrevista adoptaba un tono trivial, incidiendo una y otra vez en los aspectos más edulcorados de la trayectoria del actor, reforzando el cliché, especialmente en lo que se refiere a continuas referencias a su físico y el acoso de sus fans femeninas. De los fans varones no se habló, no fueran a complicarse las cosas, y aquel espacio siempre prefería que las cosas no tuvieran demasiada complicación.

Pero hay un momento en aquel programa que, creo, sitúa a Casas en coordenadas históricas muy concretas y lo convierte en epítome de un cambio que ya se consolidaba en aquellos años, y ese momento tiene como centro su cuerpo. En medio de las sonrojantes referencias a su atractivo, parecía haber interés en presentarlo como algo “natural” que no requería atención. La mitología cultural que subyace esta actitud está presente en la historia de la representación del cuerpo masculino: un hombre no aspira a un cuerpo bello, la belleza en el hombre, si se tiene en cuenta, debe ser fruto de la casualidad. Nieves Herrero se apresuró a apostillar que aquellos abdominales eran producto de La Suerte. Casas, cuando pudo, corrigió esta percepción: en realidad, más allá de la lotería genética, su cuerpo era un producto en el que tenía que trabajar, era resultado de un esfuerzo consciente. Aludió a su público y el tipo de películas que hacía. Yo creo que el motivo era más profundo: Casas, entonces y hoy mismo, estaba respondiendo a un momento cultural. Lo que Herrero no supo ver entonces, y que el paso del tiempo ha confirmado, era que el cuerpo masculino se estaba convirtiendo en un objeto de contemplación, que sugería erotismo, fuerza y virilidad y que no había que ocultarlo; que la cultura permitía sin reparos que el cuerpo del hombre se convirtiese en un objeto mainstream. En esta última entrega de Cuerpos estelares me parecía interesante pensar en el cambio de actitud frente al cuerpo masculino que se produce en aquellos años y del que la carrera de Casas, todavía hoy, constituye una precisa ilustración.

Un cuerpo no es sólo objeto físico, maraña o mecanismo compuesto por órganos, huesos, fibras, piel. Es una entidad cultural, histórica, moldeada por mitos y narrativas. Un cuerpo encarna ideas y, además de ser, significa.ser Se sigue de esto que el cine refleje cambios que la cultura y la historia proyectan sobre los cuerpos. En entregas anteriores hemos visto ejemplos de lo que los cuerpos en el cine se hacían eco de ideas sobre género y sexualidad: el cuerpo de William Holden reflejaba ciertas actitudes hacia la masculinidad y en el caso de Jane Fonda puede ser un campo de batalla contra estereotipos y mitologías sociales, Marilyn y Audrey vieron sus carreras limitadas por fantasías de los hombres de su época. La estrella de cine siempre ocupa un lugar en el repertorio de esterotipos (de hecho el estrellato depende de estos estereotipos) y por lo tanto nuevas situaciones históricas conducen a nuevas maneras de gestionar y mostrar el cuerpo. Si nos centramos en la gestión mediática del cuerpo masculino en el cine español, ninguna estrella refleja las nuevas actitudes como Mario Casas: a lo largo de su carrera, ha captado elementos esenciales en nuestras actitudes frente al cuerpo, y los ha integrado en su persona pública. Como en 2013, Casas sabe quién es, y también sabe con qué herramientas cuenta. Sabe hasta dónde puede llegar y lo que puede significar en el entorno mediático actual. Que muchos críticos (no lo olvidemos: demasiado a menudo hombres heterosexuales de tradición analógica) hayan reaccionado con hostilidad dice mucho más de sus propios posicionamientos que del propio Casas como actor o como estrella. En realidad los hombres que critican a Mario Casas por hacer uso de su cuerpo tienden a ser los mismos que parecen opinar que a las mujeres les basta el suyo para tener presencia ante las cámaras. La cuestión “cuerpo vs talento” aparece mucho menos prominente al hablar de Scarlett Johansson o Angelina Jolie. O Amaia Salamanca: en una reseña de Fuga de cerebros, el desnudo de Casas causó incomodidad en cierto crítico que, para compensar su momento fóbico expresó el deseo de que fuera la actriz, coprotagonista de la película, quien se hubiera desnudado.

Las puyas contra el cuerpo de Casas son correlato de la resistencia a la nueva configuración del cuerpo masculino en la cultura audiovisual. No se trata aquí de decidir si esta fantasía es “buena o mala”, si es producto del capitalismo (sí y no) o si la presión sobre los cuerpos de los hombres puede tener el mismo impacto negativo que ha tenido tradicionalmente en el caso de las mujeres. Simplemente está ahí: es evidente que algo ha sucedido con los cuerpos de los hombres en los medios, y sean cuales sean sus efectos, es indudable que Casas ha sabido cabalgar los cambios. Los cuerpos espectacularizados de Miguel Ángel Silvestre, Zac Efron, Ryan Reynolds, Finn Wittrock, Matt Bomer o Channing Tatum, la atención que se les presta, el modo en que se narrativizan, son síntomas de esta nueva actitud. Martiño Rivas descubriendo esta nueva dinámica a raíz de su participación en El internado, hizo referencia a esta nueva actitud cuando se refirió a su cuerpo como “un lienzo”, un objeto en el que se proyectan fantasías, y se crea un personaje.

En el cine popular, durante décadas el cuerpo masculino se presentó, por una parte, como algo que denotaba poder y autoridad, pero no estaba bien visto elaborar un discurso sobre la estética del mismo. Los músculos de los hombres sugerían acción o violencia: pensemos la carrera de Sylvester Stallone entre los setenta y los noventa del siglo pasado. Por supuesto los músculos, a menudo hipertrofiados y poco elegantes, no eran, en general, centrales a la idea de la masculinidad en el cine. Los cuerpos masculinos se presentaban enfundados en trajes que protegían al actor de las limitaciones de sus cuerpos otorgándoles dignidad: Humphrey Bogart, James Stewart o Henry Fonda no necesitaban cuerpos atléticos para sugerir poder o autoridad.

El lector de cierta edad recordará aquello de “el hombre y el oso, cuanto más feo, más hermoso” que sobrevoló nuestra juventud como un dogma y uno no puede menos que sonreír cuando compara la apariencia de quienes vivieron bajo su ley y las nuevas generaciones. Por supuesto siempre hubo cuerpos masculinos hermosos expuestos a la mirada, una mirada que es de deseo y envidia, pero que también se inspira por viejos ideales, y la cámara no podía menos que recogerlos. Una historia tentativa de estos cuerpos tendría que incluir a Rodolfo Valentino, William Holden, Burt Lancaster, Steve Reeves, Alain Delon, Joe Dallesandro, Richard Gere, Brad Davis, Christopher Atkins, Rob Lowe, Brad Pitt o Jeff Stryker. En sus diferentes coyunturas, la cámara sabía algo sobre estos cuerpos que nunca se ponía del todo sobre la mesa. En cualquier caso, se trataba de excepciones dentro de la historia del estrellato masculino. La masculinidad no se apoyaba en un modelo de belleza clásico que amenazaba por convertir a sus poseedores en objetos decorativos. El cuerpo masculino hoy en la cultura audiovisual ha retomado tradiciones de representación clásicas: los músculos no sugieren necesariamente acción o violencia y se ofrecen a la mirada como objetos que es lícito contemplar. Los entrenadores personales tienen un papel importante en las carreras de jóvenes actores, y hoy, pectorales, abdominales, deltoides, bíceps, glúteos y hombros son ingredientes esenciales en la imaginería cultural, están siempre ahí, elusivos y contundentes, seductores, imposibles.

El periodista Mark Simpson acuñó, en un artículo de 2014, la etiqueta “spornosexual” o “depornosexual”, en su versión española, para referirse a esta nueva tendencia: el cuerpo masculino adopta imaginería y mitologías que se inspiran en el deporte y en el porno (especialmente el porno gay que hace de ciertos hombres jóvenes objetos de contemplación). Se trata de una deriva de la noción de “metrosexual” (también acuñada por Simpson) que no se basa tanto en la necesidad de tener “un buen aspecto” sino de mostrar carnes bien moldeadas: músculos, curvas, aristas, hoyuelos. El cambio puede ilustrarse con la transición entre dos iconos de la masculinidad: David Beckham y Cristiano Ronaldo. Hubo un tiempo, en la era de Kubala o Maradona, en que de un futbolista no se esperaba que se arreglase: el desaliño reforzaba la idea de una masculinidad serena, poco vanidosa, ajena a la fascinación del espejo. Beckham, el modelo de hombre metrosexual, legitimó la nueva coquetería basada en ciertas prendas y ciertos productos de acicalamiento masculino desafiando las sospechas de homosexualidad. Pero lo que vendía Ronaldo en su faceta de modelo no eran aditamentos: era un cuerpo, equilibrado, bello, enfundado en calzoncillos que resaltaban sus formas. El cambio empieza a ser tendencia a inicios del siglo XXI, pero se ha consolidado en los últimos diez años hasta hacerse inapelable y el cuerpo de Mario Casas es una de sus mejores expresiones en el cine español.

La tendencia es general y ha sido reforzada por las culturas de Instagram y otras redes sociales. Para las mujeres, esta focalización en el cuerpo es continuación de tradiciones bien arraigadas. En los hombres es algo relativamente nuevo y ha sido en la última década que han descubierto el rendimiento de la cirujía y la dieta en el capitalismo de los likes. Es evidente una creciente visibilidad de cuerpos clásicos, musculados, creados no sólo con ejercicio y dieta, sino con ayuda química y quirúrgica. Resulta especialmente útil para actores que tienen que realizar la transición entre papeles adolescentes y la madurez. Zac Efron es probablemente el caso más exitoso de tal transición: el chaval hiperactivo, casi filiforme, de The High School Musical empezó a exhibir un cuerpo cada vez más espectacular hasta llegar al exceso autoparódico de Baywatch: Los vigilantes de la playa. Casas, por su parte, realiza la transición entre cuerpo adolescente y maduro en el 2010, en que su nuevo cuerpo causa sensación y se convierte en objeto de miradas (celosas, molestas, indignadas, fascinadas, lúbricas) en 3 metros sobre el cielo.

En la actualidad, el cuerpo ya no es una parte marginal de las carreras de las estrellas masculinas. Sin duda, los actores pueden permitirse ignorar estas nuevas ideologías. Pero integrarlas en sus carreras, añade intensidad, fuerza, contemporaneidad, a la narrativa que toda estrella construye. Casas ha protagonizado numerosas películas en que el cuerpo contribuía a construir un personaje, a dotarlo de connotaciones que completan su recorrido dramático: en El barco, en 3 metros sobre el cielo, en Palmeras en la nieve, en Instinto, el cuerpo de Casas evoca facetas que no requieren golpes de guion para funcionar de manera contundente y hacerse eco de las fantasías de los espectadores. En el caso de la primera de las tres, los creadores reconocieron en una entrevista que la exhibición de carne joven, femenina y, también, masculina, era parte central de su proyecto. El personaje de Palmeras en la nieve no “necesita” el cuerpo que le aporta Casas, pero es ese cuerpo quien lo hace creíble en el contexto actual: de un héroe romántico se espera hoy que evoque también un ideal olímpico.

No sabemos qué fue primero: la tendencia cultural o el proyecto personal. Aventuro que Mario Casas no habría tenido la misma carrera (ciertamente no tan visible) si no hubiera empezado cuando empezó. Antes, su cuerpo no habría sido objeto de admiración explícita; después, corría el riesgo de ser uno más. Casas maduró mientras el lugar del cuerpo masculino en el cine evolucionaba.

Y el cuerpo de alguna manera formaba parte de las narrativas en las que participaba Casas incluso antes de evolucionar hacia una estética depornosexual. En Mentiras y gordas el cuerpo semidesnudo de Casas evocaba la vulnerabilidad del personaje, sus dudas, su aislamiento. No se trataba, al menos al inicio, de exhibir musculaturas depornosexuales: en Los hombres de Paco o Fuga de cerebros, muestra un físico poco trabajado, que todavía no se ha desbordado en los contundententes músculos que lo adornarán desde 2010. Pero es verdad que, como sucedió en el caso de Efron, el paso de la adolescencia a la juventud se expresa con un endurecimiento y un físico esculpido. En aquellos años el cuerpo de Casas es uno de los temas que lo convierten en un personaje: el cuerpo puede estar o no tematizado en las historias que protagoniza, pero sobre todo es tema de reportajes y aparece en las entrevistas. El cuerpo llega de manera inmediata, innegable. Hay que insistir en que lo que se comunica a través del cuerpo llega con tanta intensidad como lo que el actor comunica por otros medios. La solidez de su carrera confirma su estrategia. Incluso en películas en las que el guion no favorece el desnudo, como No matarás, se incluye un breve plano de Casas que recuerda el cuadro “Joven junto al mar” de Jean Hyppolite Flandrin, referencia que aparece en varios papeles suyos de los últimos años, incluyendo la serie Instinto. En esta última, el cuerpo excesivo de Casas puede leerse como signo de la neurosis del personaje. El contraste entre turbulencia interior y exterior modelado a cincel se transmite perfectamente en imágenes que por una parte sexualizan y por otra marcan distancias.

Por supuesto limitar la imagen de Casas a su cuerpo es limitar su trabajo. Pensemos en el discurso que el actor ha creado a través de su cuerpo como un centro de gravedad que de alguna manera afecta incluso a las apariciones que se construyen con premisas diferentes. Nadie, absolutamente nadie, se convierte en estrella por ser portador de cierto cuerpo (¿alguien recuerda hoy al otrora impactante Taylor Lautner?). Mario Casas muestra de inteligencia al ser consciente de lo que su cuerpo aporta y combinar estas aportaciones con otros colores. Sus colaboraciones en películas corales de Álex de la Iglesia son ejemplos de inteligencia en el casting y el diseño de la carrera. El cuerpo de Casas a veces evoca una intensidad que en Las brujas de Zugarramurdi, en Mi gran noche y en El bar, se viste de ironía: el actor ha sabido utilizar estas reverberaciones para contrastar ingenuidad, el intelectualismo, la ternura que conllevan estas interpretaciones.

La construcción de Circe

La construcción de Circe

Podemos entender la incomodidad que el nuevo cuerpo depornosexual masculino está generando entre quienes no quieren someterse a sus exigencias. En realidad el cuerpo de Casas socava el privilegio masculino de mirar sin ser mirado, de juzgar sin ser juzgado. Podemos ver la nueva situación como un caso de justicia histórica. O una nueva democracia. Ciertamente quienes desean los cuerpos de los hombres participan ahora de un placer visual que durante décadas parecía reservado a quienes deseaban los cuerpos de ciertas mujeres. Y en este sentido, Casas es síntoma de cierta normalización en nuestras miradas y nuestros deseos.

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Alberto Mira es escritor y profesor en la Oxford Brookes University

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