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Un mínimo de empatía es vital...

Raquel Martos

Tener un mínimo de empatía es vital. Aquí podría terminar esta reflexión y me quedaría tan ancha pensando “acabo de decir una verdad incontestable, ponme una cañita y una de aceitunas”.

Pero estaría equivocada, los que carecen de empatía me corregirían y con toda la razón. Para sus cuerpos no es necesaria, viven tan felices sin tener esa pieza emocional que sirve para ponerte en el lugar del otro.

Así que voy a negarme la mayor a mí misma, cual tertuliana con trastorno de identidad disociativo: tener un mínimo de empatía es vital, únicamente, para aquellos que consideran que la vida cobra sentido cuando, además de lo tuyo, te duele y te hace feliz lo que les sucede a “los otros”.

Se me ocurren tres motivos fundamentales para que te pueda molestar el bien ajeno: la envidia, el egoísmo y la necedad.

O te escuece que “los otros” puedan conseguir lo que te gustaría conseguir a ti, o sea, envidia; o no quieres que “los otros” tengan lo suyo porque necesitas sentirte superior y te pone cachondo tirarles migas como si fueran palomas, o sea, egoísmo aderezado con un toque de clasismo; o te molesta que “los otros” estén bien, sin más, sin que ello te quite o te ponga nada a ti, en cuyo caso inteligencia no te sobra.

Este viernes se aprobó el ingreso mínimo vital que, como su propio nombre indica, es pequeño e imprescindible para la vida de quien lo percibe. Esta cantidad va destinada a las personas en situación de vulnerabilidad, aquí van algunos sinónimos de vulnerable: frágil, débil, indefenso, desvalido, abandonado. Más de 850.000 familias van a poder percibirlo, es decir hay muchos “otros” vulnerables, demasiados.

Desde VOX habían definido el ingreso mínimo vital como “paguita clientelar” “limosna vitalicia” o “una auténtica broma”. El exdiputado de Ciudadanos De Quinto lo llamó “sueldo Nescafé”.

En el PP y aledaños, división de opiniones: a favor, con matices, Aznar, Montoro (“hay que hacerlo bien”) y de Guindos (“renta mínima de emergencia”). En contra, Casado y Génova en general y Díaz Ayuso, en particular. Para la presidenta de la comunidad de Madrid el ingreso mínimo vital es “un regalo”, como un bolso.

En las últimas semanas, por cierto, ambos partidos han virado suavemente. VOX ha pasado a decir que no está en contra del qué sino del cómo y el PP que lecciones a ellos de ingresos mínimos vitales ni una, Casado puso como ejemplo a Fraga y a Monago, entre otros, como pioneros de este tipo de medidas. ¿El ligero viraje desde la derecha se debe a la primavera que la sangre altera, o algo han tenido que ver los resultados de las encuestas que daban un apoyo mayoritario de la ciudadanía a la medida? Gran misterio, que vuelvan Mulder y Scully.

Este viernes se aprobó el ingreso mínimo vital. Es importante cómo se gestione, de dónde se vayan a sacar los fondos, el control exhaustivo del mecanismo, claro, ya, ya lo sabemos. “Es que a ver si…” que sí, que sí, que de desmanes con el dinero público nos pueden dar pocas lecciones a los españoles, pero esa sospecha previa de “a ver si no se la van a dar a quienes lo merecen…” chirría un poco, ¿no?.

Esto es como el principio de Blackstone en el derecho penal, “es mejor que diez personas culpables escapen a que un inocente sufra”, o te lo crees o no. Y si te lo crees, apechugas. Pues aplicado a la medida recién aprobada lo mismo, yo estoy dispuesta a asumir que se cuele entre “los otros” alguien que no merezca la ayuda, con tal de que los vulnerables de verdad no se queden tirados. Del mismo modo que trago con que haya personas que denostan, desprecian e incluso atacan a la Sanidad Pública y luego van allí a ocupar una cama cuando la cosa pinta mal.

Los seres humanos somos tan ilusos que siempre creemos que “los otros” son otros, nos pasamos media vida subiendo y bajando la escalera en modo Grace Stewart, el personaje de Nicole Kidman…

Entre tanta basura que ha dejado la semana, qué bueno encontrar una buena noticia. Un mínimo de esperanza es vital.

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