Librepensadores
El camino de la frontera de Walter Benjamin
Los lugares de frontera suelen tener ese halo de misterio que los hace singulares, a veces grandes pero casi siempre tristes, lugares donde ocurre que las vidas pasan sin detenerse, o que se desvanecen como si fueran vidas sin vivir, porque la mayoría de la gente está de paso a otros mundos donde, tal vez, les espere algo mejor.
Llegar a Portbou no es fácil y menos en verano. El calor pesado y la carretera sinuosa por la cercanía de los Pirineos que transforman la orografía en un intrincado laberinto montañoso hacen del viajero un muñeco al antojo de las curvas que quiebran su paciencia y su equilibrio.
Al llegar, uno se da de bruces con una relajada localidad vacacional típicamente mediterránea, un remanso de tranquilidad, con su recoleta playa de piedras, pequeñas calas que decoran la bahía, un puerto náutico, bares y restaurantes, viviendas vacacionales en bloques descuidados y ese aire un poco desangelado de no pertenecer a nada ni a nadie que poseen muchos sitios turísticos. Pero además en Portbou está la huella de Walter Benjamin, el filósofo judío alemán que, huyendo de los nazis, terminó con su vida en septiembre de 1940 en este modesto rincón de la costa de Girona, donde los Pirineos pierden el vuelo y se entregan al Mediterráneo, cabizbajos y suplicantes.
Cuando Benjamin recaló en Portbou, y aunque era septiembre, aquí no había turistas ni gente en las playas y todavía resonaban derrotadas las huellas de los cerca de 500.000 republicanos españoles, entre ellos Antonio Machado, que tan solo un año y medio antes habían pisado, exhaustos, estos mismos caminos, y ocupado estas mismas aceras, en su huida a Francia, a donde les llevaba el exilio, donde tratarían de buscar un espacio más seguro que muchos no encontraron. Por eso este lugar se ha convertido en un símbolo: fue un sitio de huída en ambos sentidos, y para los republicanos, el último rincón español que la mayoría verían para siempre.
El intelectual Benjamin, después de siete años huyendo por diferentes puntos de Europa, y tras un largo viaje desde París, ayudado por la resistencia, consiguió llegar a Banyuls-sur-mer, donde para cruzar la frontera hacia España una activista antinazi les guiaría a él y a otros huidos, caminando por la montaña evitando así el control de la carretera, atravesando finalmente la sierra por la ruta Líster, que el general republicano había usado en su retirada. El destino final de Benjamin era Lisboa, donde tenía previsto tomar un barco a Estados Unidos para reunirse con su amigo Adorno. Tenía el pasaje del barco y todos los papeles en regla.
En busca de su rastro nos hemos querido dirigir a Banyuls donde comienza la misma ruta por la montaña que él realizó hasta llegar a Portbou, enfermo y agotado, por un sendero estrecho de unos siete kilómetros que transcurre entre árboles, matorrales y rocas.
La mañana es radiante en Portbou. En la estación internacional de ferrocarril, uno de los lugares señalizados con paneles por donde el pensador vivió sus últimas horas no hay ningún tren para Francia, así que recorremos en taxi los pocos kilómetros que distan entre Portbou y Cervere, la primera población francesa tras cruzar la frontera, y ahí tomaremos un tren a Banyuls. En el trayecto el taxista nos previene:
—Igual hay gendarmes, suelen estar un poco más abajo de la raya.
Cuando al iniciar el descenso a Cervere pasamos la primera curva, llegamos a una pequeña casa blanca de forma cuadrada que, según las fotografías, ya estaba cuando los republicanos pasaron por aquí en 1939. Dos policías franceses nos paran, echan un vistazo de soslayo al interior del taxi y con un gesto de las manos nos dicen que adelante. Pienso en los exiliados españoles caminando derrotados por esa misma carretera ochenta y dos años atrás. Probablemente muchos de ellos pensaron que en ese pueblo se terminaba su propio universo. Sobre todo porque en realidad no sabían dónde iban a acabar.
Ahora los gendarmes tratan de controlar a otros emigrantes, nos dicen, sobre todo magrebíes. En Portbou muchos de ellos, la mayoría chicos muy jóvenes, se reparten en los restaurantes para turistas donde despliegan su poco arte y sus escasas mañas, evidenciando que están de paso, como todo por aquí, buscando huir de la miseria o de las dictaduras, necesitando encontrar otras fronteras.
Desde Cervere tomamos el tren francés del SNCF que salva la distancia hasta Banyuls en tan solo cinco minutos. En Banyuls, una coqueta población costera, la ruta comienza a las afueras y hay indicaciones que orientan para no perderse en ningún tramo. La dueña del hostal de Portbou nos había prevenido de la dureza de la marcha y más con este calor, pero el ascenso por la ladera norte, la parte francesa, transcurre cómoda entre viñedos con denominación de origen de Langedoc-Roussillon Côtes Catalanes, famosos por dar lugar a estupendos vinos rosados y blancos. Los viñedos en verano despliegan el extraordinario color verde de las parras, que crecen apacibles, bañadas por la brisa del Mediterráneo, protegidas bajo racimos de nubes grises. Por allí discurrirían los primeros pasos de Walter Benjamin antes de encontrarse más arriba con otros huidos con destino a Portbou.
Cuando llegamos a la Font de Bana donde Benjamin pudo refrescarse, no hay agua, la fuente se secó hace años. No hay gente, la ruta suele ser poco concurrida, pero eso en la montaña suele suceder. Sin embargo, aquí durante toda la marcha gravita sobre nosotros una extraña sensación de soledad pesada. El aire del mar suaviza el ascenso y al alcanzar la sombra de un olivo nos invade un frescor vigorizante.
Al llegar al Coll de Rumpisó, a 528 metros sobre el nivel del mar, junto a la torre de Querroig, los cactus multiplican su presencia y dificultan el paso. No sabemos dónde, pero se dice que Benjamin y su grupo pernoctaron por aquí. Este es el punto más alto de la marcha y aquí comienza la ladera sur, el descenso cubierto de zarzas que casi ocultan por completo el sendero, pedregoso y resbaladizo, una bajada pronunciada con paneles informativos ilegibles calcinados por el sol que debieran hablarnos del recorrido que hizo el pensador, y unas marcas amarillas de muy difícil seguimiento, un tramo abandonado y reseco. Henny Gurland, la fotógrafa futura esposa de Erich Fromm que, junto con su hijo, acompañó a Benjamin, relataba en una carta cómo tuvieron que caminar a cuatro patas en muchos de los tramos. A nosotros nos cuesta mantener la bipedestación y evitar deslizarnos.
Ella consiguió llegar a Lisboa con su hijo, pero cuando Benjamin alcanzó Portbou un día y medio después de comenzar la marcha en Banyuls, las autoridades franquistas le impidieron seguir a Portugal: le faltaba el documento de permiso de salida de Francia. Benjamin se vino abajo. Les trasladaron a todos al hostal Francia —hoy un bloque de pisos sin personalidad— para devolverles al país vecino al día siguiente, y en su habitación, inyectándose una dosis letal de morfina, se suicidó la madrugada del 26 al 27 de septiembre.
Acabamos mal después del infernal descenso, pero a nosotros al fin y al cabo nos esperaba la vida en Portbou, aunque sea en este lugar extraño entre dos mundos de idiomas y de costumbres diferentes, con el carácter que le imprime el ser el límite de uno y el comienzo de otro. Para Walter Benjamin, que había depositado sus esperanzas en este camino, cruzar esa frontera significó su fin. Igual que para Machado.
El escritor y filósofo de la Escuela de Francfort, autor de La labor del traductor o de Infancia berlinesa hacia mil novecientos, que había criticado sin piedad a Hitler y a su teoría fascista, y cuya muerte fue silenciada por el franquismo, nos dice que hay que combatir la apropiación del pasado (un concepto que acuñó el propio Walter Benjamin) que se ha perpetrado al transmitirnos, por cauces oficiales, nuestra historia reciente.
Portbou parece ajena al paso del tiempo, es como si estuviera poblada de fantasmas, como si el cruce constante de vidas sin vivir no se hubiera detenido nunca, y donde las pocas certezas que albergamos parecen desvanecerse cuando transitamos por lugares como éste.
Aquí se exhibe a la humanidad un monumento levantado por el escultor judío Dani Karavan que, al lado del cementerio, recuerda la figura del pensador. En el monumento, en una pared de cristal, se puede leer una frase de Benjamin: "Es una tarea más ardua honrar la memoria de los seres anónimos que no la de las personas célebres. La construcción histórica se consagra a la memoria de aquellos que no tienen nombre".
__________________
Josu Bilbao Munitiz es socio de infoLibre