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El debate está amañado

Himar Reyes Afonso

El debate no existe. Este país no está preparado. Sus normas son las interrupciones, las difamaciones, el desprecio, el ruido. El debate no es la contraposición de ideas, sino un pulso sin reglas, intentar vencer al contrario. Con uñas y dientes.

Ése es el debate al que podemos asistir en el mejor de los casos, y solo cuando lo encontramos. Porque, objetivamente, no puede haber debate cuando los significantes están manipulados y las gentes, contaminadas. Podemos ha tratado de disputar el tablero político explicando sus argumentos, pero se ha encontrado con un escenario en el que todo vale; y el escabroso asunto de Venezuela les resulta especialmente difícil de enfrentar. Tras 16 años de adoctrinamiento político y mediático, las élites de nuestro país recogen los frutos del odio sembrado contra Venezuela y América Latina. Han construido los relatos que condicionan el significante, y ahora pueden vincular Venezuela y Podemos para erizar los pelos de la ciudadanía, generando el mismo odio y el mismo miedo que cuando se les vincula con ETA, si bien la bajeza moral de esta otra práctica resulta más evidente. El significante “Venezuela” condiciona el debate y obliga al adversario a retroceder, porque no existe espacio racional para explicar y entender los procesos de cambio socio-político del país latinoamericano. Solo existe el odio. No hay debate.

Más allá de los ataques de la mayoría de partidos políticos, tanto de los tradicionales como de los nuevos, cabe destacar el papel de los medios de comunicación, que en el último año han sentido un enorme interés por lo que sucede en Venezuela. Por un lado, han contado con bochornoso regocijo algunos problemas que está teniendo el país latinoamericano a raíz de la crisis económica o algunos asuntos como el desabastecimiento o el encarcelamiento de opositores, estos dos últimos con una falta de rigor y una manipulación de los hechos insultante. Y por otro lado, la poca seriedad en las noticiasnoticias que pretenden informar sobre los vínculos entre Podemos y el gobierno venezolano, demuestra claramente la voluntad de los medios de sumarse a la clase política que ha querido introducir Venezuela en el debate. Prácticamente, toda la prensa escrita de tirada nacional ha publicado portadas sobre Venezuela en algún momento; los informativos y programas de actualidad de todas las cadenas han dedicado muchísimo espacio (aunque poca profundidad) a estos supuestos vínculos, y son destacables, por ejemplo, algunos casos memorables de Antena 3: la manipulación de la entrevista de Jordi Évole a Pablo Iglesias para dar a entender que el líder de Podemos veía con buenos ojos tener un programa como Aló Presidente (y por lo que tuvieron que rectificar); o la emisión del programa En Tierra Hostil sobre Venezuela 11 meses después de haber sido grabado, coincidiendo en fechas con la campaña electoral andaluza.

También encontramos a periodistas con alta presencia televisiva como Eduardo Inda, quien ha repetido y repite sin parar que Podemos está financiado por la “dictadura venezolana”, sin aportar pruebas convincentes y contradiciendo el reconocimiento que ojeadores internacionales como la OEA, Cepal, las Naciones Unidas, Unasur o la Fundación Carter han hecho sistemáticamente a las elecciones democráticas de Venezuela, por no hablar de la falta de respeto hacia el gobierno bolivariano y sus electores. Incluso Antonio G. Ferreras, presentador de Al Rojo Vivo, uno de los programas que más cobertura mediática ha prestado al partido de Iglesias, llama “impresentable” a Nicolás Maduro cada vez que puede. Es difícil enfrentarse a toda esta violencia que, además, viene de todos los flancos que componen el eje “izquierda-derecha” del establishment clásico.

El temperamento del Presidente Hugo Chávez brindó a los medios la oportunidad de sacar de contexto y enlatar una batería de imágenes del líder venezolano cantando rancheras, vociferando en los mítines o criticando a determinados medios de comunicación, para presentar así al personaje infame que debería asustarnos, al dictador que se habían inventado. Si eso se acompañaba con noticias manipuladas, ya tenían el menú perfecto. Y ahora, ocurre lo mismo con Maduro, por poner un ejemplo, cuando muestran las imágenes del líder venezolano hablando de un eje “Bogotá-Madrid-Miami” fuera de contexto, lo que consiguen es representar los desvaríos de un dictador trastornado, infectado por la misma paranoia conspirativa y patológica de infames personajes como Idi Amin Dada o Josif Stalin, al tiempo que hablan de la escasez de alimentos y medicamentos que sufre el pueblo venezolano, sin analizar el por qué de esta situación ni, por supuesto, hablar de las huelgas de proveedores, el sabotaje eléctrico, los boicots económicos a los que se ha enfrentado el gobierno o los kilos de medicinas interceptados por las fuerzas militares en la frontera con Colombia. Y luego están los “presos políticos”. El encarcelamiento de Leopoldo López y Antonio Ledezma por su presunta participación en dos intentos de golpe de Estado desarticulados por las fuerzas de inteligencia venezolanas, ha sido presentado como encarcelamiento de opositores, a los que han intentado convertir en mártires. Esos medios no informan de las guarimbas y las once víctimas mortales, o de los disturbios violentos que terminaron con 43 personas muertas, o de las pruebas aportadas sobre la implicación de estas personas en las intentonas golpistas que ha sufrido el gobierno bolivariano; es bastante cínico que se defienda en nombre de la democracia a personas que, más allá del proceso judicial, pertenecen a sectores que han demostrado muy poco compromiso con la democracia; y los medios sólo repiten una y otra vez que Nicolás Maduro (y no el juez) encarcela a opositores. Y a ello se suman nuestros políticos, claro, citándose con las pobres esposas de estos mártires y condenando la violación de los Derechos Humanos en Venezuela, tanto desde Bruselas como desde el Parlamento español mediante un decreto no de ley; incluso exigiendo sin potestad ni autoridad moral alguna, que se les excarcele sin juicio previo. Y por supuesto, Felipe González levanta el dedo y proclama: “yo defenderé a los mártires en nombre de la Libertad”.

Lo peor de toda esta agresividad contra Venezuela es la hipocresía. Nadie puso jamás el grito en el cielo cuando el pueblo venezolano no podía votar por no tener papeles en su propio país, cuando más de la mitad de la población sufría pobreza extrema mientras los oligarcas de PDVSA regalaban el petróleo a Estados Unidos, o cuando se sucedieron terribles episodios como el Caracazo. Felipe González mantiene una excelente relación con Carlos Andrés Pérez, quien ordenó a los militares que disparasen contra su pueblo, pero detesta las injusticias que comete el chavismo.

Estos mismos que denuncian la supuesta violación de los Derechos Humanos en Venezuela, no muestran la misma sensibilidad con dichas violaciones en ese Estado amigo que es Arabia Saudí (nuestro monarca asistió al entierro del rey Abdalá), único país árabe en el que todavía no se han celebrado elecciones democráticas desde su fundación (rara dictadura la de Venezuela, donde se han celebrado 19 elecciones desde la llegada de Chávez); o en la Guinea Ecuatorial de Teodoro Obiang, que ha sido promocionada por el diario El Mundo; o en el conflicto Israel-Palestina, donde se tilda de terrorismo a las brigadas de Hamás, pero a Benjamín Netanyahu se le permite que mande, desde su trono de Tel Aviv, las hordas que han de sembrar el dolor en la franja de Gaza; o en Colombia, donde se han cometido crímenes de lesa humanidad con los paramilitares apoyados por el gobierno de Álvaro Uribe, que han terminado con campesinos y sindicalistas asesinados y enterrados en fosas comunes (Colombia es el país que más sindicalistas mata, al igual que México con los periodistas); o en Estados Unidos, un país donde existe la pena de muerte y cuyo actual presidente tiene el récord de sanciones emitidas a bancos y empresas que han intentado hacer negocios con Cuba (ahora parece que hay que agradecerles que hablen de acercamiento y que quiten a la isla de la lista de países que patrocinan el terrorismo), y que hace poco también ha sancionado a Venezuela declarándola -bajo la arrogante fórmula estadounidense- “amenaza contra la seguridad de la patria”; un país que apoyó el régimen militar instalado en Honduras en 2009 y que sigue manteniendo activa la cárcel de Guantánamo. En cuanto a España, nos permitimos el lujo de condenar a otros cuando somos uno de los países más sancionados por la Unión Europea, entre otras cosas por el uso de pelotas de goma por parte de la policía, la banalización del nazismo con los homenajes a la División Azul o las “devoluciones en caliente” en la valla de Melilla.

Toda esta hipocresía, que es la misma que sustenta el “teatro de la democracia” del que hablaba Eduardo Galeano, se ha instalado en la opinión pública y se ha normalizado, consiguiendo que a este efecto no sea (como debería) más que suficiente para desacreditar a los que atacan a Venezuela (y a Podemos) en nombre de la libertad.

¿Cómo enfrentarse a esto? ¿Cómo enfrentarse a un debate tan complejo y amplio que requeriría de un espacio y un tiempo que ni Podemos ni nadie tiene? Pues parece que es imposible. La primera posición que tomaron en Podemos fue acertada: apuntar a quienes intentaban desviar el debate a Venezuela cuando se trataba de hablar de la realidad española. Nadie puede afirmar que un integrante de Podemos haya puesto a Venezuela como un referente político exportable a España; en todo caso, sus referentes -lo que, evidentemente, no implica una fotocopia de los mismos- son, en palabras de algunos de sus miembros, Francia (en su relación con los sectores estratégicos), los países nórdicos (en sus políticas de Educación) o Ecuador (en su gestión de la deuda y apuesta económica, que nadie ha cuestionado... por ahora).

Sin embargo, no ha sido suficiente. Semana tras semana se les exigía que condenaran la violación de Derechos Humanos en Venezuela, o debían enfrentarse a acusaciones sin pruebas sobre sus vínculos económicos con el “régimen chavista”. Lo último y más delicado ha sido el asunto de los “opositores encarcelados”; aquí, directamente se han visto obligados a retroceder porque, ¿cómo empezar si quiera a intentar explicar que Venezuela es un Estado de derecho en el que se encarcela a quien parece estar implicado, previa investigación, en algún delito? Decir que “Maduro encarcela a Antonio Ledezma” es como decir que “Rajoy encarcela a Bárcenas”. Suena, sencillamente, a chiste. Y los miembros de Podemos deben sentirse impotentes porque no hay espacio posible para debatir sobre esto, y la solución que han terminado encontrando es decir que “no les gusta” que se encarcele a un alcalde; una afirmación bastante ambigua que no convence a nadie.

Pero da igual, en realidad, lo que ellos digan. Da igual lo que digan de España, de Venezuela o de Saturno. Da igual lo que digan sus programas electorales, porque el poder lo tienen de facto los medios de comunicación. Y el grueso de estos se ha hecho eco del discurso antibolivariano de la clase política. La campaña de descrédito de los procesos de cambio en América Latina tiene su origen, básicamente, en que representan una alternativa democrática al neoliberailsmo, y eso no puede trascender; por ello, se utiliza el poder de los medios para canalizar un discurso negativo que se instale en la opinión pública. Y en nuestro país, de paso, ha servido para condicionar una disputa política que pretende enterrar cualquier atisbo de cambio, apoyada por un considerable número de medios y periodistas a sueldo, y consentida por una sociedad demasiado influenciada como para escuchar. No hay discusión posible. En realidad, no hay debate.

Himar Reyes Afonso es socio de infoLibre

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