Librepensadores

La derrota del pueblo y la traición de los grandes

Ángel Díez de Miguel

En estos días se cumple el quinto centenario de la derrota en Villalar de las fuerzas comuneras castellanas a manos de las fuerzas imperiales de Carlos I, aquella derrota supuso el declive del modelo de monarquía medieval donde existían contrapoderes entre el poder real, el de la nobleza y la iglesia y el poder de las ciudades para dar paso al único poder que residía en el monarca. El reino de Castilla y el resto de los territorios que quedan bajo el poder de los Habsburgo, no son más que partes del patrimonio familiar que el titular de los derechos gobierna con mejor o peor acierto.

Hablar de democracia en el movimiento de las comunidades de Castilla, no sería adecuado si lo hacemos con los parámetros actuales, pero es evidente que el ejercicio del poder que proponen los comuneros en la legislación que llegaron a proponer, es más popular y por tanto más representativo que el régimen monárquico e imperial que les derrotó, es también más redistributivo del poder y de la riqueza, lo que explica que algunos de los grandes de la alta nobleza que en un principio apoyaron la revuelta como un medio de recuperar el poder que el joven Carlos I había entregado a sus consejeros flamencos, esos grandes (así eran llamados) cambiaron de bando cuando vieron que el movimiento pretendía modificar el estatus del poder a favor de las ciudades, es decir, cuando vieron peligrar sus privilegios y su cuota de poder. Sería por tanto correcto afirmar, con todas las reservas que queramos, que en las últimas etapas del movimiento comunero, los bandos estaban formados, por un lado, por los habitantes de las ciudades, la baja nobleza y el bajo clero (lo que hoy llamaríamos clases medias y populares), en defensa de sus intereses y de lo que ellos consideraban el reino, y en el otro bando el rey de Castilla y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, apoyado por la alta nobleza y el alto clero.

El siguiente intento democratizador en España sucedió a principios del siglo XIX, cuando un país abandonado por sus reyes se reúne en Cádiz y hace una Constitución donde vuelve a situar la soberanía en la nación, como los comuneros la habían situado en el reino. Todos conocemos como el felón Fernando VII apoyándose en la alta nobleza y en el apoyo exterior de la Santa Alianza y los cien mil hijos de San Luís abortaron la naciente democracia española.

Ya en el siglo XX, el pueblo español volvió a intentarlo con la II República y volvieron a ser los monárquicos, los latifundistas, la banca y la iglesia los que animaron y apoyaron al ejército para que volviera a defender sus intereses y sus privilegios frente a los intereses del pueblo, asesinándolo si era necesario. A lo largo de la historia, vemos como los de abajo, intentan defender sus intereses y sus derechos, los colectivos, llamándolo reino, nación o pueblo frente a los grandes, que solo ven sus privilegios individuales amenazados, en las tres ocasiones los de abajo perdieron, en las tres ocasiones pagaron con su vida el atrevimiento de intentarlo, pero la represión de los grandes fue en aumento, la mayor represión, la más inhumana fue la de aquellos que derrotaron al pueblo en el siglo XX. En las tres ocasiones los pueblos derrotados perdieron el tren de la historia.

Sobre la ética, lo individual y lo social

En el siglo XVI, Castilla dejó de ser la sociedad dinámica capaz de expandirse hacia el otro lado del océano Atlántico para pasar a ser la pagana silenciosa, en hombres y recursos, de las luchas europeas en defensa del patrimonio de los Austrias. En el siglo XIX después de hacer una de las Constituciones más democráticas de la época, volvimos a ser el furgón de cola de las potencias europeas y ya en el siglo XX, la caída de la República supuso para España un retraso político, social, cultural y económico de más de 30 años. Quiero terminar esta reflexión y este homenaje a todos aquellos que se esforzaron a lo largo de la historia por mejorar las vidas de la mayoría de sus vecinos con un pensamiento que sea de esperanza.

Espero que nuestra democracia actual, aunque imperfecta, sea capaz de avanzar, de desarrollarse y de mejorar la vida de las buenas gentes que compartimos este territorio, para ello debe también saber defenderse identificando a sus enemigos, que son los mismos de siempre, los grandes y sus cómplices necesarios. ¡Vivan las comunidades de Castilla! ¡Viva la Pepa! ¡Viva la República! y ¡viva España y las españas!, las de todos, no la de unos pocos privilegiados.

Ángel Díez de Miguel es socio de infoLibre

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