Quisiera ser tan alta como la luna
Dice la canción. Un deseo inalcanzable y gozoso a la vez, seguramente, jaleado en nuestras canciones infantiles, sospechando o no que aquellos deseos eran imposibles de alcanzar.
Quien sabe, pero uno sospecha que nuestra inefable reina, aparentemente "pluscuamperfecta" en sus intentos de saber interpretar bien su oficio de reina, siempre ha intentado estar a la altura de su augusto esposo, rey titular a la sazón.
Quien sabe, el caso es que además de otros esfuerzos encomiables para el cargo que asumió, nuestra egregia reina ha pretendido estar ¿a la altura de una primera dama sobresaliente?, y tal vez decidió que debería empezar por abajo, es decir por los tacones, es decir por esos estiletes que aunque fueran a distorsionarle el ensamblaje propio de piernas y pies, hasta el disparate de intentar presentarse como una línea recta, vertical, perpendicular, según se quiera, casi tan alta como su marido amado, siquiera para poder ir del brazo con él sin necesidad de escorar su columna, quien sabe, o sencillamente por presentarse estilosa hasta el extremo de poder deslumbrar al paisanaje admirador.
Quien sabe, pero uno sospecha que nuestra inefable reina, aparentemente "pluscuamperfecta" en sus intentos de saber interpretar bien su oficio de reina, siempre ha intentado estar a la altura de su augusto esposo, rey titular a la sazón
Siquiera por intentar elevarse hasta 20 centímetros del suelo, en un supuesto intento de sobresalir desde el yugo que aceptan muchas mujeres de primera fila, sin duda, por tener la condición femenina puesta al veedor, que es el público en general, la opinión publicada, gráfica, la pasarela de la "moda que no incomoda", aunque martirice, aceptando, en definitiva, el burka occidental, "de primer mundo", de la perfección llevada con mucho primor, aunque solo se trate de una soga más echada al cuello de la mujer en su servidumbre glamurosa, que impacte, que haga hablar, que asombre y luzca unas extremidades interminables en una bípeda de gran realce.
Y así hasta haberse logrado destrozar sus pies, traumatizados para su función fisiológica, sin dolor, sin un neuroma de Morton, que, cual cilicio, mortifique y duela hasta obligar a nuestra reina augusta a tener que bajarse de la peana que suponían los tacones de vértigo.
Para volver a admirar a los tiralevitas de guardia, capaces ahora de ensalzar tan sencillez en la resolución del problema, una vez que los pies ya han quedado destrozados y que nada se hizo por no pretender ser imagen áulica, sufrida, realzada, de mujer empoderada, sin duda, sobre la marca de la servidumbre, una más entre tantas, de usar tacones imposibles, no saludables ni racionales, tan bellísimos como puras agujas de poder mirar a las alturas... por "querer llegar a ser tan alta", ¿cómo la luna, como su amantísimo esposo...? Quién sabe nada.
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Antonio García Gómez es socio de infoLibre.