Librepensadores

¿Es viable una socialdemocracia que agoniza?

Amador Ramos Martos

“Entre los fuertes y los débiles, entre los ricos y los pobres, entre el amo y el esclavo, está la libertad que oprime y la ley que libera” . Henri Lacordaire.

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La crisis que sufrimos tanto en España como a nivel mundial es consecuencia del intento de implantación del modelo socioeconómico neoliberal salvaje a escala planetaria.

Debiéramos releer a ratos el libro de Susan George El pensamiento secuestrado (Icaria Editorial 2007) para tomar conciencia de que la doctrina neoliberal, alumbrada al otro lado del Atlántico en EEUU, ha ido calando y,  lo peor, minando la solidez del pacto social en la orilla europea.

Muchos ciudadanos europeos hemos asistido perplejos a la difusión estratégica y solapada de un discurso, que devalúa el papel regulador del Estado, y al que las fuerzas políticas progresistas no solo no opusieron la esperada resistencia democrática, sino que, incluso, se prestaron con la versión socialdemócrata de la tercera vía a legitimarlo.

Una ideología neoliberal, pregonera del modelo individualista de “libertad negativa” que nada garantiza,  y voluntaria ignorante de la solidaridad del modelo de “libertad positiva”. Que prioriza la supremacía del mercado. Debilitando de rebote (su objetivo final) el papel trascendente del Estado democrático, como regulador de todo desequilibrio que pueda poner en riesgo la cohesión social.

No seamos ingenuos ¿de qué nos extrañamos ahora? La Historia, seguimos sin aprender, siempre se repite. El precario pacto social Estado-ciudadanos, alumbrado tras los genocidios de  dos guerras mundiales que asolaron a Europa en el siglo pasado, obligó al poder económico a ceder espacio político a ideologías que amortiguaran los brutales desequilibrios sociales ante la emergencia del bolcheviquismo durante la primera guerra mundial, y la consolidación posterior del modelo comunista en la URSS durante la segunda.

No nos engañemos, la consolidación del modelo de Estado protector socialdemócrata, fue una concesión política de los poderes fácticos de la época frente a la creciente demanda de derechos de una sociedad cuyas desigualdades, ponían en riesgo el modelo de capitalismo salvaje imperante hasta entonces.

La socialdemocracia, supuso una vacuna ideológica preventiva autoinyectada por el sistema capitalista, para inmunizar Europa frente al riesgo que para la salud del sistema, suponía la importación del modelo aberrante de socialismo implantado en la URSS.

Un comodín, que simultáneamente, redujo las tensiones sociales insostenibles en aquel período y salvó la cara de la versión aberrante del capitalismo, que no otra cosa es... el neoliberalismo salvaje.

Durante tres décadas, vivimos la luna de miel del pacto social amparados bajo el paraguas protector del estado. Rehabilitado por consenso democrático en su papel moderador, y durante las que convivieron, alternándose en el poder, el modelo conservador  y social demócrata, templados ambos en sus medios y fines políticos.

Pero este idilio aparente entre el poder económico y el político, siempre tutelado el segundo por el primero, que a todos beneficiaba en apariencia (pero mucho... muchísimo más a unos que a otros) y mitigó de forma transitoria las brutales desigualdades sociales existentes, se vino abajo desde el momento en que el modelo de capitalismo salvaje (en estado de hibernación  y que creíamos haber civilizado) tomó conciencia de la falta de viabilidad, del fracaso del modelo... otra aberración, del socialismo real.

La debilidad del modelo comunista soviético fue el punto de inflexión que determinó, a finales de la década de los setenta del siglo pasado, la erupción  brutal del modelo neoliberal anglo-americano. Encarnado ferozmente en las figuras de Ronald Reagan y Margaret Thatcher que dinamitaron  ideológicamente el pacto social previo. Una añagaza táctica neoliberal.

Con lo que no contábamos, fue con la anomalía laborista de Tony Blair, del que Margaret Thatcher, dijo  “era su mejor herencia” . Un personaje siniestro, de ideología volátil que se sacó de la chistera el infumable engendro de la tercera vía. Un trampantojo ideológico, un experimento imposible para conjugar el liberalismo desmadrado en auge, con una socialdemocracia tibia en exceso y a la baja.

Este fue el núcleo originario de la crisis global que sufrimos. El “nudo gordiano económico” que oprimiendo derechos y recortando libertades a nivel planetario se extiende, con evidente éxito de momento, a ambas orillas del Atlántico.           

El neoliberalismo, la versión aberrante y voraz del capitalismo financiero, renegando de cualquier compromiso social, ha vuelto por sus fueros. Redimido de la amenaza que suponía el comunismo, se ha quitado la careta y vuelve a aplicar con saña despiadada su viejo ideario que de forma equivocada, creíamos definitivamente bajo el control  del estado democrático.

Muchos ciudadanos asistimos, perplejos e incrédulos, al peligroso proceso de involución social que se está dando en el corazón de la vieja y “civilizada” Europa; al desguace de derechos individuales y colectivos conquistados a un alto precio; a la labor de descrédito de su ideario ideológico por parte del  sistema capitalista, antes tolerantes con su discurso, y hoy reconvertido en su detractor implacable.

Un continente europeo cínico donde los haya. No sé, si enrolado en un perpetuo e inacabable proceso de construcción, o a punto de resquebrajarse víctima de su preocupante deriva ultra conservadora, donde crecen la desigualdad, los nacionalismos y la xenofobia

Una socialdemocracia noqueada, sin rumbo ni discurso creíble frente al ideario neoliberal hoy dominante;  instalada como estaba confiada y confortable, en un sistema político que creía irreversible, estable y... perfectible. Atenazada, inerme en una suerte de fatalismo político del que no sabe, o no puede sustraerse.

Esta es la gran tragedia de la socialdemocracia actual. La conciencia de haber sido utilizada como comparsa por el capitalismo. Una coartada táctica adoptada por este; una concesión de calculada tolerancia ideológica, con el objetivo final, de evitar durante el siglo pasado, la colonización del resto de Europa, primero por el bolcheviquismo ruso, y después por el comunismo soviético.

Desaparecido el peligro de ambos, el neoliberalismo intenta deshacerse (no sé si ya lo ha logrado) de su comodín táctico socialdemócrata. Un lastre ahora prescindible en el intento de coronar su objetivo tan deseado desde el principio: sustraer el insaciable y antidemocrático poder económico (el mercado) al control democrático del poder político (el estado).

P.D.: Leída con atención la tribuna de opinión “Otras razones para la alegría”,  publicada por Jordi Gracia en El País, el pasado 13 de junio, me sorprende el  optimismo del autor dada la profundidad de la crisis global de la socialdemocracia. No sé, si esta recuperará la credibilidad de su discurso y su electorado en España con el agravante de que volvemos a marchar políticamente con el pie cambiado respecto a Europa.  ¡Ojalá! Pedro Sánchez y Pablo Iglesias lideren y aglutinen la “resistencia” europea  frente a la anomalía democrática que es el “neoliberalismo”. ¿Un improbable... imposible? __________

Amador Ramos Martos es socio de infoLibre

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