Abuelos y nietos a la orilla del mar: imágenes arrebatadas en instantes fugaces

Rosa Victoria Collado

Hace meses cumplieron 83 años. Traían vaga imagen del mar. Ella lo recordaba de una vez que fue a Valencia para conocer a Tina, su primera sobrina. Él hablaba de la Guerra Civil y aquellas guardias en el norte de África siendo muy muy joven. Solo entonces.

Su disfrute se ceñía a la celebración de la Santa, única mujer doctora de la Iglesia. Volver al pueblo cada octubre, encontrarse con los vecinos, ponerse al día: casamientos, muertes y el nacimiento de nuevos malagoneros. En muchos años fue el único festejo que se permitieron.

Los vecinos de rellano, Santiago y Antonia, los animaron a conocer su apartamento en un pueblo costero: el mar. Unos días después dejaban una señal para reservar el único piso por vender en el mismo edificio. Mayor que el de los vecinos, esquina a dos calles principales por donde desfilaban las procesiones y lucían las comparsas de moros y cristianos.

Claramente, ella presumía de las mejoras de su propiedad. Sus hijos desaprobaron la decisión por el nuevo gasto siendo tan mayores. El piso estaba amueblado, poco hubo que añadir. Ver su cara de alegría aún hoy me alienta, saca sonrisas y empuja para afrontar el desánimo o el temor ante cualquier tropiezo. Fuerza y decisión era su secreto.

Alentador también era observar la facilidad para vestirse de turistas. Gorras de béisbol anunciadoras de alguna caja de ahorros, camisas ligeras de tonos pastel, pantalón corto, blusones frescos con flores de colores, cremas solares. Espantar lo correcto. Desmontar el posible ridículo con esas pintas a su edad. Asumir los horarios y costumbres del lugar y del nuevo ambiente. Otra forma de justificar su decisión de comprar el apartamento y pagarlo al contado "por si nos pasa algo".

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No obstante, echaban de menos a sus nietos pequeños: uno nacido con poco peso y pulmones débiles; otra, con una dermatitis generalizada. Los nietos fueron llegando con alegría y entusiasmo, expectantes ante la novedad. Los abuelos, nerviosos aguardando el tren. El gusto y expectativas de abuelos y nietos no cabe en estas líneas. Mi cámara Olympus guardó muchos momentos de aquellos. Es el poder de la fotografía, siempre en guardia contra el tiempo y el olvido.

Más que disuelto en palabras, el patio de mi disfrute está hoy en las imágenes arrebatadas en instantes fugaces mientras ocurrían. Abuelos y nietos frente al horizonte con tanto deseo como miedo ante su fiereza tibia. Era el mar de verdad. Deseos de aventura, los pequeños; prudencia de mil temores, los demás.

Agarrados de la mano para darse fuerza, pisaban la espuma antes de colarse en la arena. Atónitos miraban a los bañistas caminar hasta muy lejos. Los daños que deja el tiempo. Detrás del objetivo creí sentir el pálpito de su emoción: sentir que la esperanza se ampliaba y que estaba al alcance.

Hace meses cumplieron 83 años. Traían vaga imagen del mar. Ella lo recordaba de una vez que fue a Valencia para conocer a Tina, su primera sobrina. Él hablaba de la Guerra Civil y aquellas guardias en el norte de África siendo muy muy joven. Solo entonces.

EL PATIO DE MI RECREO

Este relato forma parte de El patio de mi recreo, una serie en la que las socias y socios de infoLibre comparten sus recuerdos sobre ese lugar donde fueron especialmente felices durante su infancia o adolescencia. Otras entregas:

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