La insoportable pesadez del antisanchismo
Cuando hace unas semanas Jordi Gracia, codirector de esta revista, me invitó a escribir unas líneas sobre el antisanchismo, no pude evitar preguntarme si la animadversión a la que se refería existía realmente en la sociedad o si, por el contrario, se trataba de un espejismo alimentado por el ruido político y mediático de la capital. Con esa duda –y con mi inevitable afán por verificarlo todo– decidí bucear en diversos tipos de datos (encuestas, redes, internet…) en busca de respuestas.
Empecé por rastrear las redes sociales y, sí, pude comprobar enseguida que el odio a Sánchez existía. Pero me pareció poco riguroso utilizar como evidencia lo primero que aparecía en pantalla. Pensé entonces en realizar un análisis sistemático de los tuits publicados en los últimos noventa días, aunque pronto me di cuenta de que no disponía ni del tiempo ni de los recursos necesarios. Fue entonces cuando una colaboradora mía (gracias, Mireia) me sugirió rescatar las menciones a Pedro Sánchez incluidas en la base de datos de un estudio reciente de 40dB. sobre el odio al colectivo LGTBIQ+ en X. Abrí la hoja de Excel y, casi de manera instintiva, la cerré de inmediato. Unos segundos después, la volví a abrir y leí: “pedro sánchez cagón maricón perro bastardo chulo de putos violador terrorista cocainómano sodomita nazi machista racista psicópata golpista. Tu sitio es la prisión”. Recordé entonces que el porcentaje de personas en España que usan X al menos una vez por semana no llega al 20%. Aquella retahíla de insultos dolía, sí, pero estaba lejos de ser representativa. Había que ampliar horizontes.
Acudí entonces a la inteligencia artificial, que –como todo el mundo sabe– se nutre principalmente de datos procedentes de Internet. Escribí la palabra antisanchismo. En un segundo, la respuesta: “el antisanchismo es un eje articulador del discurso político contemporáneo en España”. Ni más ni menos. Según la IA, se trata de un fenómeno que “se inscribe dentro de una familia global de antagonismos personalistas, donde un líder concentra intensamente rechazo político, emocional y moral”. Existen “manifestaciones parecidas en otras democracias” (‘antiperonismo’, ‘antilulismo’), pero en España –añadía– sólo habría ‘precedentes parciales’: el antifelipismo, “aunque intenso, nunca alcanzó el grado de identidad consolidada del antisanchismo actual”; el antiaznarismo fue “más reactivo que identitario”, mientras que el antizapaterismo, pese a ser “el precedente más parecido”, tampoco llegó a cuajar como “una identidad tan trasversal y duradera”. A Rajoy ni lo mencionaba, aunque al preguntarle después admitió que existió “un anti-Rajoy de intensidad moderada”, que “no evolucionó hacia una identidad negativa estructurada”, como sí habría ocurrido con el antisanchismo.
Primera conclusión: había insultos gravísimos contra Pedro Sánchez en las redes sociales. Segunda conclusión: la IA reconocía el antisanchismo como un fenómeno “político-cultural con nombre propio e identidad estable”. Eran indicios relevantes, pero chocaban con algunos datos de nuestras encuestas: por ejemplo, que Pedro Sánchez es considerado el mejor presidente del Gobierno para España por encima, por este orden, de Santiago Abascal, Alberto Nuñez Feijóo y Yolanda Díaz; o que es el líder al que se atribuye mayor capacidad para gestionar crisis y mayor visión estratégica a largo plazo.
La investigación, por tanto, seguía abierta. Necesitaba datos más sólidos. ¿Cuántos haters tenía Pedro Sánchez? ¿Eran muchos más que los que han tenido otros presidentes? ¿Eran tantos como para hablar, efectivamente, de un fenómeno ‘político-cultural’ de gran escala? Me asaltaban más preguntas: ¿Y quiénes eran? ¿En qué lugar empezó el odio? ¿A qué dedicaban su tiempo libre?
Fans y haters
En septiembre de este año, según el CIS, casi cuatro de cada diez personas valoraban a Sánchez con un uno sobre diez, la peor calificación posible. Basta revisar las encuestas preelectorales del propio CIS para comprobar que ningún presidente del Gobierno –ni candidato a serlo– había concentrado nunca tal nivel de aversión. Ni siquiera el propio Sánchez en 2023, ni en 2019, ni en 2016. El rechazo frontal a un jefe del Ejecutivo o aspirante suele rondar el 10%. Los haters de Sánchez multiplican por cuatro esa cifra. Que, aun así, logre ser el líder mejor valorado se explica porque también es el que despierta más pasiones positivas: alrededor de un 10% de fans, cuando lo habitual es un 2 o 3%.
Contra lo que cabría esperar, el hater prototípico de Pedro Sánchez no es necesariamente madrileño. Hay una mayor concentración de hostiles en Andalucía, Aragón, Castilla-La Mancha, Baleares o Murcia. Es más probable que sea hombre, rondando la treintena, sin estudios superiores, de clase baja, residente en una ciudad grande como Sevilla o una más pequeña como Lorca, y católico, tanto practicante como no practicante. Lo normal es que sea de derechas, pero atención: una de cada dos personas de centro repudia a Pedro Sánchez. Con todo, el mejor predictor de odio al presidente, por encima de cualquier otro, es el voto. Entre quienes eligen a Vox, nueve de cada diez le ponen la peor nota posible, y entre quienes optan por el PP lo hace el ochenta por ciento. De hecho, es probable que una de las palancas de voto al PP e incluso a Vox, especialmente entre votantes moderados, sea esta emoción tan negativa como intensa: el rechazo profundo a Pedro Sánchez.
Con los datos encima de la mesa, mi investigación se acercaba al final. Había pruebas suficientes. Tocaba aceptar la insoportable pesadez del antisanchismo: los insultos (“cagón maricón perro bastardo…’’) encajaban con el retrato robot del hater; el odio, extenso, era un hecho sin precedentes en la historia española; y había razones para pensar que estábamos ante un “fenómeno político-cultural” de envergadura, tal y como sostenía la perspicaz IA. Entonces recordé algo esencial: vivimos en una sociedad de acción-reacción, donde cualquier emoción, cambio o moda genera –casi de inmediato– una respuesta opuesta y, en no pocas ocasiones, de igual fuerza.
*Belén Barreiro es directora de 40dB.