Lo feo también puede ser bonito: una muestra recorre foto a foto una España en liquidación en La Manga

Galeria Comercial Casino de La Manga.

Entrar en La Manga del Mar Menor es entrar en otra dimensión. Una gran avenida de 24 kilómetros que literalmente se adentra en el Mediterráneo, agua a ambos lados, una sucesión de construcciones variopintas sin orden ni concierto, una sensación de vacío existencial al contemplar tantos edificios otrora vivos, ahora en un alto porcentaje deshabitados. La metáfora perfecta del auge y la caída de la especulación urbanística, de la construcción desaforada, del capitalismo, que a duras penas resiste en verano, pero que en invierno es el más desconcertante de los desiertos.

Un paraje natural de enorme valor medioambiental que a partir de los años sesenta, en pleno desarrollismo franquista, es salvajemente transformado en favor de un modelo de turismo de masas que convertiría a este curioso y estratégico lugar en el destino por todos deseado para disfrutar de los ansiados días de sol y playa. Los setenta, los ochenta y también los noventa viven el apogeo máximo de La Manga, la vida cañón, pero el cambio de siglo, el relevo generacional, provoca un desinterés que se mantiene en la actualidad. Los hijos y nietos no vuelven al lugar que sus padres soñaron para ellos. Persianas bajadas.

Esta transformación es la que documenta el fotógrafo murciano Alejandro Lorente Cervantes en Manga Larga. Cartografía del Mar Menor, una exposición que puede visitarse hasta el 23 de marzo en el Ambigú de El umbral de Primavera, en el epicentro de otro lugar en permanente evolución: el madrileño barrio de Lavapiés. Cerca de doscientas instantáneas tomadas durante la última década, en las que vemos solares, escombros, galerías comerciales abandonadas, hileras interminables de pisos, construcciones retrofuturistas, escenas cotidianas en un lugar que parece congelado en un tiempo que ya pasó.

Es el propio artista quien le da a La Manga ese concepto de no-lugar que se atribuye a sitios como pueden ser las estaciones, "en las que hay mucha confluencia de gente pero no habita nadie", explica a infoLibre, añadiendo: "Aunque haya gente que reside allí, para mí es un no-lugar porque pasa mucha gente por allí pero sin un sentimiento de pertenencia. Aún hayendo vivido allí cerca, todas mis amistades eran madrileñas, catalanas o de fuera de España, no tenía esa sensación de habitabilidad. Por ello, son sitios que fuera de fecha estival están completamente vacíos. Habitan los porteros y la gente que cuida del lugar todo el año, pero el resto desaparece".

La Manga simboliza, por tanto, "el auge y la caída de esa España" que lo fio todo al turismo para escapar de la terrible autarquía que siguió a la aún más terrible Guerra Civil. Todo empezó antes, mucho antes, cuando el rey Felipe II ordenó en el siglo XVI arrasar lo que hasta entonces era un bosque forestal, para evitar que los piratas berberiscos aprovecharan su espesura para esconderse en él. Tras tan pintoresca decisión, sin apenas vegetación se mantuvo durante siglos, convertida en un paisaje de dunas blancas.

"Era maravillosa así, y todavía puede verse en películas como En algún lugar de La Mancha (1970), protagonizada por Manolo Escobar y Concha Velasco. Ahí se ve cuando todavía estaba por urbanizar y era tan precioso como irreconocible", rememora Lorente, quien lamenta acto seguido que todavía no haya parado ese proceso de construcción masiva en el que "a día de hoy se siguen aprobando proyectos urbanísticos". "Las pocas parcelas vírgenes que quedaban están siendo urbanizadas, algo que es triste pero para mí es interesante, porque una de las cosas por las que me gusta revisitar el lugar y volver a hacer fotos una y otra vez a los mismos sitios es para constatar cómo modificamos el paisaje", explica.

Echando la vista atrás y tirando de sus propios recuerdos, rememora Lorente que, siendo un niño criado criado en poblaciones cercanas, tenía La Manga "idealizada como ese destino que tenía al lado de casa pero no podía acceder", ya que era imposible ir "por la cantidad de turismo que había". Recuerda también, asimismo, el Mar Menor como el lugar donde se ha dado "los mejores baños" de su vida, "en el agua más cristalina y el sitio más precioso" en el que haya estado jamás. Y eso, aclara, que ya estaba en detrimento: "Uno de mis pasatiempos favoritos de entonces era dar paseos por la orilla y coger caballitos de mar muertos que luego disecábamos. Ahí ya estaba en declive, ya había estrategias para contener la suciedad, con vallas en las zonas de contaminación con algas y basura. Eso ya se apreciaba, pero es que ahora realmente tiene partes que da asco, porque no han cesado los vertidos de residuos, por lo que no creo que vaya a mejorar".

La urbanización sin miramientos de La Manga ha sido en buena parte responsable de esa degradación de un Mar Menor en lucha permanente por su propia supervivencia. Una barrera natural convertida en kilómetros de asfalto con el desarrollo económico por bandera. Un sitio que, "como otros no-lugares, no tiene un pasado y no tiene un futuro claro", avisa el fotógrafo. "Su futuro depende del turismo, de los ciclos económicos, del cambio climático...", advierte.

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Y todavía alerta: "Greenpeace ya avisó hace tiempo de que entre 2050 y 2100 La Manga estaría inundada, porque se prevé que el nivel del mar suba medio metro. Me interesa el futuro incierto de La Manga, creo que eso le añade cierto interés como atracción turística, igual que ahora pasa en Venecia, que parece que atrae por el hecho de tener que ir con botas de agua y estar tomando un café con los pies sumergidos. Es posible un resurgir de La Manga en ese sentido, porque ya hay zonas donde se aprecia ya esa subida del mar, zonas en las que el mar ha comido terreno al suelo".

Un emplazamiento particular, qué duda cabe, que Lorente conoce bien gracias a su afán por fotografiar con perseverancia precisamente eso, su singularidad. "La idea es retratar el feísmo de España desde un punto de vista apreciativo, apreciar lo bonito del feísmo, porque hay cosas objetivamente bonitas. El proyecto de La Manga empezó con edificaciones preciosas que bebían de la Bauhaus y de Le Corbusier, pero en cuanto se sumaron promotores el proyecto se fue distorsionando. Aún así hay locuras retrofuturistas que son únicas y que merecen nuestra atención", remarca, asegurando a su vez que hay en ella una "fascinación por los castillos" que le "volvía loco" de niño: "Pensaba que era algo medieval, pero creo entender ahora que viene de los castillos de arena. De hecho, esa urbanización se llama Castillos de Mar y hay también alguna foto de algún edificio que literalmente parece un castillo hecho con un cubo de arena".

La Manga es un lugar único en el que de alguna manera resuenan los ecos de un bullicio que ya no está, y que alcanzan su máximo volumen al ver tantos cierres echados, tantas historias olvidadas. "El hecho de que todo esté orientado al placer y al hedonismo y casi todo esté cerrado le da su punto extraño", concede Lorente. Porque, efectivamente, una población destinada a estar masificada que no está masificada te deja el cuerpo desubicado. Como el mal de altura, pero a nivel del mar. ¿Volverán aquellos días de sol y playa, toalla y paella en calles abarrotadas? No parece. "No saben cómo vender La Manga al resto de España, están buscando embellecerla de alguna forma. Ahora está habiendo una especie de embellecimiento, que para mí no es más que otro feísmo, una cosa que yo llamo un efecto Airbnb", termina el artista.

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