Entre el deseo de morbo y castigo: disección de 'Anatomie d’une chute', la más valorada por la crítica

El actor francés Swann Arlaud, la directora de cine francesa Justine Triet, la actriz alemana Sandra Huller y Milo Machado Graner asisten al photocall de 'Anatomie d'une chute' durante la 76ª edición del Festival de Cine de Cannes.

Alberto Mira

Enviado a Cannes —

Aunque quedan todavía varios platos fuertes, la edición 76 del Festival de Cannes está dando bastante de sí en términos de sustancia y repercusión. Y hoy les quería hablar de la película más valorada para la crítica, Anatomie d’une chute / Anatomy of a Fall, que, curiosamente, no ha despertado la animadversión que a veces despiertan las favoritas. Y les quería recomendar encarecidamente un par de títulos de Un certain regard, la iraní Terrestrial Verses y la chilena Los colonos. Vamos por partes.

Anatomie d’une chute, de Justine Triet, empieza como un drama judicial. Un niño regresa de un paseo en una zona montañosa de Francia y se encuentra a su padre muerto. Cayó de un balcón mientras su madre (interpretada por Sandra Hüller que tenía la presencia más intensa de The Zone of Interest) dormitaba en casa. Hay cuatro hipótesis, una, descartada inmediatamente, la de un intruso con intención de robar, que forcejeó con el propietario y lo mató. La segunda sería una muerte accidental: el marido estaba trabajando en una reforma de la casa y cayó. La tercera hipótesis sería el suicidio. Pero también podría ser, por qué no, que su mujer, que no cae muy simpática y es de origen alemán, fuera la asesina. Es evidente que la prensa, los medios y parte del público van a preferir la tercera opción. Aunque Hüller no hubiera interpretado a la brutal esposa de un comandante nazi en su otra aparición en Cannes, es el tipo que cae mal. Y queremos que alguien que nos cae mal sea culpable. De hecho, la película sugiere en un par de diálogos, preferimos la culpabilidad al accidente o al suicidio. Anatomie d’une chute es una película que implica nuestro deseo de morbo y castigo.

Triet juega, a veces con un guiño, con esta idea. Se instruyen diligencias, empieza a aparecer material potencialmente inculpatorio y, a lo largo de la segunda parte de la película, asistiremos al juicio, que sigue convenciones al uso, con giros, testimonios y evidencia sorpresa.

En realidad, nadie cree que la esposa sea asesina. La pareja tenía un hijo que perdió la vista en un accidente, y el personaje esta tratado con una gran inteligencia. Dubitativo, atento, introvertido, el hijo altera su testimonio varias veces, al parecer siguiendo más sus emociones respecto a la relación de sus padres que basándose en evidencia objetiva. Y lo que empieza como un detallado análisis de un presunto asesinato va creciendo y se convierte en el minucioso análisis de una relación. Una escena en la penúltima sección de la película reproduce una discusión del matrimonio en el que salen a la luz tensiones. Muchos espectadores sabrán reconocer estas tensiones como propias: el éxito del consorte, los sacrificios, la culpa, el cuidado del hijo, todo puede, en un momento dado, convertirse en un reproche.

Este es el segundo gran movimiento de la película. De alguna manera, al cine y a los medios les parece más interesante escarbar en los entresijos de una pareja que dilucidar un caso. Es verdad que poco a poco descubrimos que la vida marital no es perfecta. Ella es una escritora de cierto éxito, él un escritor fracasado, resentido con el éxito de su mujer. Ella es de origen alemán y odia hablar francés y considera que ha cedido mudándose a un lugar que le parece hostil. Por si fuera poco, en el juicio se utiliza su bisexualidad de una manera que, si bien no es incriminatoria, sí constituye una manipulación para convertirla en una “mala” mujer. La segunda mitad de la película teje hábilmente un discurso que gira más en torno a la personalidad de la esposa que a las circunstancias de la caída. Como dice la protagonista: uno puede sacar de contexto fragmentos de conversación, incluso puede constatar cosas que no iban bien en una relación, pero esto no significa que ella asesinase a su marido.

La película combina una trama precisa, un juicio muy bien planteado cuyo interés no decae y una ambivalencia propia del cine de arte. Con estos ingredientes, sus posibilidades para salas y plataformas resultan innegables.

Y les quería recomendar dos joyas de la sección Un certain regard que están recibiendo menos atención pero de las que seguro que volverán a hablar. Terrestrial Verses, la película iraní de Ali Asgari y Alireza Khatami, se propone como parte de un diálogo sobre el cambio político y social en Irán que según los directores se inicia con las protestas anti gubernamentales de 2022 que siguen a la muerte en custodia potencial de la mujer kurda Mahsha Amini. La película está compuesta por nueve viñetas, cada una de ellas en un solo plano, con un prólogo y un epílogo. Los directores en su presentación hablaron de una forma literaria de debate en la literatura iraní que consistía en breves secciones ingeniosas. Este ingenio está presente a lo largo de todos los diálogos.

Cada viñeta desarrolla una situación, absurda, desarrollada a menudo con humor. Los directores de hecho hablan del humor como primer paso hacia el cambio de actitudes. Los temas cubren un amplio espectro de la vida cotidiana en Teherán. De hecho, casi cada viñeta se presenta como un diálogo con una figura de autoridad. Una entrevista de trabajo, una inscripción en el censo (en la que el funcionario se niega a aceptar el nombre de David por no ser suficientemente iraní), una alumna ante la directora de un colegio (que la acusa de haber llegado al colegio en la moto de un amigo), un hombre que necesita que le autoricen un carnet de conducir (lo rechazan porque lleva tatuajes), una joven que reclama por una multa injusta, todos responden con ingenio y lucidez a las presiones de un sistema que aparece más como ilógico que realmente feroz: en la proyección de prensa hubo risas y aplausos después de varios episodios. Sí, cuando uno lo piensa, es también un sistema cruel. Pero lo cierto es que la película sugiere que la crueldad es algo a lo que la gente está haciendo frente.

Finalmente, una de las películas que más he disfrutado en mucho, mucho tiempo. Los colonos, de Felipe Gálvez, parte de situaciones propias del western para hablar de historia. Pero quizá haya que recordar que el western siempre partió de una manera de contar la historia, y que el modo en que leyenda, ideología y hechos se combinan en el western son universales y pueden aplicarse a contextos lejanos de Estados Unidos. La película comienza en Tierra de Fuego, en 1901. Un terrateniente conocido como “el rey del oro blanco”, en referencia al ganado lanar, se propone exterminar a los indios de sus terrenos (adjudicados por el estado). Aduce que le roban, pero claramente hay un proyecto racista. Para ello cuenta con un militar escocés y un mercenario estadounidense entre los que pronto surgirán tensiones. Son acompañados por el mestizo Segundo, cuyas intenciones son siempre ambiguas y cuya voz es despreciada. Lo que empieza como una misión de caza y captura que se sitúa en unos espacios bellísimos, pronto se convierte en una indagación sobre las mitologías que subyacen la nación.

El historiador británico David Olusaga nos recuerda que la historia no debe estar ahí para ensalzar una idea de nación ni hacernos sentir bien. Si la historia nos hace sentir satisfechos u orgullosos de nuestros orígenes, no suele ser historia, es épica. Esta película muestra que Chile, como España o Estados Unidos, se construye sobre un mar de sangre. Como vemos, los genocidios históricos se han convertido en un tema recurrente en el Festival. Killers of the Flower Moon, de Scorsese, The Zone of Interest, de Glazer y la brasileña Crowra todas ofrecen ejemplos de la barbarie humana.

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La última sección de la película transcurre siete años después. Se acerca el centenario de la independencia de Chile y un alto cargo gubernamental quiere crear un discurso histórico sobre la nación. Para ello intentará localizar y filmar a algunos de los habitantes, entre los que se encuentra Segundo. En esta sección se narra cómo el oficial escocés emprendió varias expediciones de brutal exterminio de la población nativa. El largo primer plano con la mirada fija en la cámara de Mishel Guaña, en el papel de la mujer india que se ha casado con Segundo, con que concluye la película es uno de los finales más austeros e impactantes del cine reciente.

En un tiempo en que pasamos apresurados por un tsunami de ofertas, vuelvo a apreciar un cine que requiere atención, que nos permite el arrebato en la contemplación, dentro de la sala, que nos proporciona placeres aparentemente superficiales pero que nos acercan a algo sublime, algo que importa. Una vez más, una candidata a la proyección en salas para cinéfilos exigentes y espectadores dispuestos a dejarse arrebatar por su oscura belleza y su lucidez histórica. 

Mañana les hablo del regreso al largometraje de Víctor Erice y de otras películas de la sección oficial, incluyendo la última de Wes Anderson, Asteroid City

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