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Lorenzo Silva vuelve a la novela de amor: “Ni melodramática, ni cursi, ni pornográfica”

El escritor Lorenzo Silva.

La novela sale ahora, pero en su cabeza llevaba ya rondando por lo menos un lustro. El trasfondo, primero la música y después la literatura, el cine o las series, ya los tenía en mente desde hace todo ese tiempo. Solo le quedaba encontrar a los protagonistas de su historia de amor “a contracorriente”, alumbrada casi dos décadas después de la primera que imaginó. “Quería que ella fuera la narradora y que tuviera un perfil para averiguar lo que ocurría con él. De él, quería que fuera un personaje con la experiencia de estar en una situación límite”.

Hurgando en la cotidianidad del ciudadano medio, encontró por fin esa ocupación extraordinaria en el ejército. Porque como recuerda, “hace 14 años que hay españoles participando en guerras”. Tras cuatro años de recopilación de información que culminaron con una visita sobre el terreno, a una base militar en Herat, Afganistán, Lorenzo Silva redondeó por fin su Música para feos (Alfaguara), una novela romántica con trasfondo descarnado, un género en el que vuelve a incurrir cerca de una veintena de publicaciones después de su conocida La flaqueza del bolchevique.

De su expedición rumbo al este, a las montañas escarpadas y el cruel desierto, el escritor madrileño (1966) guarda en la memoria imágenes impactantes, “de dureza extrema”, como la de un entorno “a temperaturas de más de 40 grados donde estás respirando polvo permanentemente”, o la vista aérea de “pueblos montañosos con un río como única salida”. Más chocante, sin duda mucho más espeluznante, fue la visión de un niño prostituido al que habían matado y abandonado su cuerpecito, una práctica no poco común en aquellas tierras donde la vida discurre “casi como en la Edad Media”.

Lo que vio le resultó sobrecogedor, y aunque parte de aquella experiencia ha quedado reflejado en estas páginas, no es ese el mensaje que quiere transmitir. El amor entre dos personas que se conocen por azar se percibe a todas luces como el primero de los temas que aborda, apuntalado en la voluntad de su plasmación desde una perspectiva “que no se cuenta mucho”: la del relato “en primera persona de alguien que está allí”, haciendo la guerra, y su contrapunto: “cómo lo vive la persona que se queda en España”.

Al reto de contar una relación así, hilvanada en la distancia forzosa, fraguada a base de horas en Internet, de mensajes furtivos y de angustiosas esperas solidificadas en rutina, a Silva se le juntó el desafío de abordar el género romántico desde un espectro literario capaz de desafiar “los tres tópicos” que tradicionalmente lo surcan: el del tono “melodramático, el cursi o el pornográfico”. Lo que no significa que la novela eluda ni la dimensión afectiva ni la sexual de la pareja, sino que, simplemente, “hay maneras de contarlas”.

Ramón, que así se llama su personaje, no es un militar raso, sino un francotirador. Así que el libro coincide en retratar a uno de estos letales especialistas con el reciente filme de Clint Eastwood de ese mismo nombre, El francotirador. Pero ni el imaginado Ramón ni sus reales colegas españoles, algunos de los cuales Silva ha llegado a conocer, tienen nada que ver con el norteamericano, un auténtico sanguinario carente de empaque ético. “Son gente más hecha, más mayor y más consciente de lo que hace: tienen un código moral”.

“Cuando salió la película, me llamaron de El Mundo (diario con el que colabora habitualmente) para hacer un reportaje sobre los francotiradores”, recuerda Silva. Aunque contactar con alguno de ellos para obtener su testimonio era algo que lleva intentando desde hace tiempo sin éxito, la casualidad quiso que esta vez “se abriera una vía que antes no se había abierto”. Tras días conviviendo con varios de ellos sin obtener ninguna información, por fin acabaron por sincerarse, aunque siempre sin revelar cuántas bajas habían causado. De las experiencias que le relataron  el escritor ha incluido varias en la novela, historias que Mónica, la protagonista y narradora, va descubriendo gracias a su olfato de periodista.

Atados por un hilo… musical

Si es el amor, sin más aditivos, lo que une a la pareja, el hilo que los termina de amarrar el uno al otro es el de la música. De ahí el título, que Silva ha tomado prestado del Chelsea Hotel No. 2 de Leonard CohenChelsea Hotel No. 2, donde el trovador canadiense declama con su habitual gravedad que “somos feos pero tenemos la música”. Encuentro a encuentro, llamada a llamada, los protagonistas van compartiendo canciones que bosquejan en notas y letras sus estados de ánimo y sus aspiraciones, que dan de algún modo un significado a sus sentimientos, y que abarcan estilos y grupos desde Radiohead a Amy Winehouse, Tino Casal o Rufus Wainwright.

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“La música tiene el poder de capturar emociones”, subraya Silva, para puntualizar que siempre fue consciente de que “no podía meter cualquier música” en la novela. “Elegí poner solo música popular, que tiene la capacidad de ser compartida por muchos y de migrar entre generaciones”. La literatura, el cine e incluso las series, como  House of Cards o Mad Men, también trufan la narración, lo mismo que el arte contemporáneo que, sin embargo, Mónica y Ramón no perciben con la misma emoción. “Yo no siempre estoy de acuerdo con mis personajes”, se ríe Silva, que entre sus más de 20 novelas publicadas cuenta un buen número de policiacas, entre ellas ocho con el Guardia Civil Rubén Bevilacqua como protagonista. “Pero ante el arte contemporáneo es cierto que algunas veces pienso que es una tomadura de pelo, aunque otras veo que es de verdad". 

Si Afganistán pudiera considerarseel tercero de los personajes del libro, el cuarto lo compondría la ciudad de Madrid. Entre las frases están sus calles y sus bares; sus barrios con más personalidad, como Lavapiés; está el Retiro. Llena de imágenes y de sonidos, no resulta complicado imaginarse la novela convertida en película, cosa que Silva -no obstante- no ve así. "Yo tengo una idea de cuáles de mis libros serían traspasables, y los más cinematográficos no se han llevado al cine", asegura. "El alquimista impaciente no me parece la más cinematográfica, tampoco La flaqueza del blochevique", opina sobre sus dos títulos trasladados a la gran pantalla. "Sin embargo, la primera novela de Bevilacqua (El lejano país de los estanques) sí me lo parece, pero aunque ya he leído siete guiones, ninguno ha cristalizado". 

Con Madrid, también está representada su creciente precariedad o, como dice Silva, su "depauperación", esa que se ve igual desde cualquier punto del país, y que se materializa en el trabajo de Mónica, periodista de formación que tiene que conformarse con un puesto en el departamento de producción de un programa de tertulias baratas, pobladas de comentaristas de opiniones inanes que, sin embargo, hacen subir los niveles de audiencia.  “Es alarmante”, opina Silva sobre el cada vez mayor sensacionalismo político-catódico, para lo que pone como ejemplo la reciente reacción de varios individuos que, tras el accidente aéreo en Los Alpes, se dedicaron a enviar tuits de pésimo gusto sobre las víctimas. “Ya lo he dicho antes", resume el autor, "estamos creando una generación de ni-nis: ni cerebro, ni corazón”. Ya lo he dicho antes

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