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Contadores de historias... dibujadas

Pinturas de guerra, de Ángel de la Calle.

Nieves Álvarez

Pinturas de guerraÁngel de la CalleReino de CordeliaMadrid2017Pinturas de guerra

 

Mi relación con el mundo del cómic —como lectora— ha sido prácticamente inexistente. Sin embargo, he comprado muchos ejemplares para regalárselos a mi compañero de lucha, vida y amor, auténtico experto. Sobre todo en París, donde he visitado las tiendas más prestigiosas del ramo, para adquirir las últimas novedades. En Francia, esta afición tiene una larga trayectoria. Algunos de nuestros mejores autores trabajan allí.

Tengo que reconocer, que leí, con avidez y grata complacencia, Le jour où j'ai échangé mon père contre deux poissons rouges, escrito por Neil Gaiman e ilustrado por Dave McKean. Me enamoré de las imágenes y me atrapó la historia, tanto, que cuando más tarde se publicó en español, El día que cambié a mi padre por dos peces de colores, lo volví a comprar y leer, descubriendo nuevos matices. Incluso busqué con insistencia otros títulos del magnífico dúo.

Sí, es verdad, en la infancia leí algunos tebeos, pero nada reseñable. En mi familia se leían libros de la biblioteca del pueblo, o de la casa del boticario (que tenía más y mejores, según mi padre, incluso alguno que otro prohibido) y de la librería para descambiar que tenía —en el portal de su casa— una maestra republicana expedientada. Allí, por una perra chica y un libro, te prestaba otro.

Ahora, en mi casa, los libros (ensayo, poesía, novela, arte) son imprescindibles, pero también lo es el cómic. Un auténtico arsenal, capaz de enmudecer al más pintao. Yo, sin embargo, no he comenzado a leerlos con interés hasta hace algunos meses. Reconozco que la ignorancia me llevó a pensar que no merecía la pena perder el tiempo. Tremendo error de mi parte. He leído auténticas maravillas del dibujo y la literatura. Pongo algunos ejemplos: Arrugas y La casa de Paco Roca; Maus de Art Spiegelman; La araña del olvido de Enrique Bonet, entre otros. Tengo que reconocer que es un género muy atractivo, magníficamente realizado y tremendamente comprometido con nuestra historia, nuestros problemas sociales, nuestra vida y la vida de los otros.

El último que acabo de leer es una auténtica maravilla. Hablo de Pinturas de guerra de Ángel de la Calle, publicado en la colección Los tebeos de Cordelia del sello Reino de Cordelia. 300 páginas llenas de arte, imaginación e historias con mayúsculas y con minúsculas. Por momentos emocionantes, por momentos, terribles, por momentos repletas de nombres y personajes que conocemos, sobre todo quienes hemos tenido la gran suerte de leer sus obras, incluso de conocerles personalmente. Son los grandes maestros latinoamericanos de los géneros literarios: poesía, novela, ensayo.

América Latina, París, España (sobre todo Barcelona), son los escenarios en los que transcurren acontecimientos reales: torturas, intrigas, luchas, utopías, ilusiones truncadas, exilios forzosos, artistas marginados, espionaje, fiestas, clandestinidad, alegría, dolor… En el primer capítulo se cuenta una historia real (que ya contaron otros autores, como por ejemplo Roberto Bolaño) que sucede en las veladas de la casona de Mariana Callejas y su esposo, el agente de la CIA Michael Townley. Y que apuntaba Bram Stoker en Drácula. Nada podría hacer pensar que, en los sótanos de la casa de unos magníficos y generosos anfitriones, se escondiese el horror: personas desaparecidas, desnudas, encapuchadas, sometidas a terribles torturas.

Un comienzo brutal que continúa con la ficción trufada de personas reales que bien podrían haber vivido esas historias, aunque algunos no coincidieran en el tiempo en que se les coloca. Por el escenario del cómic desfilan personajes inolvidables del exilio, del mundo del arte y la cultura en París. Sobre todo latinoamericanos, pero también algún español. Sus rivalidades artístico-literarias, su amistad, su lucha, sus añoranzas, su persecución. La vida puesta en juego, la lucha clandestina y los diferentes puntos de vista de quienes lo vivieron. Contar la misma historia desde el punto de vista de cada una de las personas implicadas, pero sentirla igual y diferente al mismo tiempo, tiene en la base un manejo preciso de las claves narrativas.

Pinturas de guerra, como dice Paco Ignacio Taibo II en el prólogo, cuenta “unas historias absolutamente desconocidas que construyen el panorama de una tragedia terrible (y la palabra terrible debería leerse con mayúsculas y repetida al infinito) y la épica de una generación de pintores que cruza las naciones de la América Latina. Los años sesenta, los setenta, los años de la revolución y de los sangrientos golpes militares, los debates sobre la vanguardia estética, los asfixiantes exilios”.

En resumen, el cómic representa historias personales (que nos sitúan frente al dolor de los pueblos de los que proceden sus protagonistas) porque, según afirma uno de sus personajes, “contar historias sirve para devolvernos la identidad, para decir quiénes somos y fuimos”.

*Nieves Álvarez es escritora.Nieves Álvarez

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