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‘Golpes de gracia’, de Joxemari Iturralde

Golpes de graciaJoxemari IturraldeMalpasoBarcelona 2016

En los años veinte, un boxeador recibía 2.000 pesetas por aguantar media hora subido en el ring, mientras que el sueldo de aizkolari en los montes vascos apenas llegaba a las 1.500 pesetas por ocho meses de trabajo. Así, la aritmética estaba bastante clara para Paulino Uzcudun e Isidoro Gaztañaga, dos buenos mozos curtidos en los deportes tradicionales vascos que cambiaron el hacha por los guantes de boxeo para convertirse en leyendas del cuadrilátero. A su buen hacer encima del ring, donde coleccionaron numerosas victorias, se sumaría, poco tiempo después, su pasión por la juerga, infinidad de conquistas y una tensión no resulta entre ambos púgiles, que compartían profesión y orígenes. Uzcudun había nacido en Régil, un pueblo guipuzcoano, en 1899; y Gaztañaga venía al mundo seis años más tarde, en un caserío de Ibarra.

Tras muchas victorias y legiones de fans, la Guerra Civil marcó el devenir de su carrera en un momento en el que sus vicios empezaban a deslucir su juego en el cuadrilátero. Uzcudun se adhirió con ferviente pasión a la causa falangista y a Gaztañaga la guerra le pilló de gira por América Latina. No eran tiempos para volver a casa y murió tiroteado en un bar de mala muerte en una remota ciudad argentina por un lío de faldas.

La leyenda de los fornidos aizkolaris, de nariz moldeada a base de golpes, se fue diluyendo hasta que el escritor Joxemari Iturralde (Tolosa, 1951) decidió recoger los pedacitos de su historia para componer una biografía paralela, escrita a modo de novela, bajo el título de Golpes de gracia (Malpaso). Iturralde partía con la ventaja de que la vida de ambos boxeadores tenían un gran potencial narrativo: las primeras novias que lloraban su desventura mientras labraban la tierra, esperando un collar de perlas prometido antes de dar el salto al estrellato; TheNew York Times abriendo con el titular “Ha llegado a Nueva York el hombre capaz de derribar de un puñetazo el Puente de Brooklyn”, en referencia a Isidoro Gaztañaga; un paisano de Uzcudun, preso en una cárcel, que vivía carcomido por la angustia, pensando que en cualquier momento Uzcudun le reconocería y lo utilizaría como sparring. Sin embargo, Iturralde, que escribió el libro en euskera y se encargó posteriormente de la traducción al castellano, compone una novela sobre dos juguetes rotos y ofrece, sobre todo, el testimonio de una época histórica con el estilo y el ritmo de la mejor crónica periodística.

Los 26 capítulos del libro tienen nombre de mujer: de las numerosas amantes que coleccionaron los boxeadores (especialmente Isidoro, célebre por su belleza); de la cocinera del club GU, donde se reunían antiguos compañeros de colegio que compartían su afición al boxeo; de esposas de matrimonios impulsivos y fugaces; de obsesiones; de las destinatarias finales del collar de perlas que la eterna (y despechada) novia esperaba en el pueblo.

Pero los protagonistas indiscutibles de toda la novela son los perdedores. Los primeros, los dos púgiles que henchidos de gloria derrochaban dinero a manos llenas, perdiendo en el ring y más tarde en la vida. A los miembros del propio GU, que auparon a los boxeadores al inicio de sus carreras deportivas y acabaron con el local destrozado, muertos en el frente o en el exilio. Y el doctor Ladis Goiti, que mantuvo a Uzcudun mientras intentaba hacerse un hueco en el panorama pugilístico del París de los años veinte. Goiti pasó un tiempo en la cárcel mientras Uzcudun era laureado por el régimen. Concluyó que el nuevo juguete del franquismo era un miserable, aunque da la sensación de que Uzcudun terminó como falangista como podía haber terminado profesando cualquier otro credo. Iturralde muestra a un personaje huraño y visceral que vivía a merced de sus propios caprichos y de su amor al dinero.

Más allá de los golpes, de los cuerpos fibrosos y la cara cincelada por los puñetazos en una amarga carrera deportiva, Iturralde firma el retrato de dos aldeanos que se dejaron seducir por el dinero y la buena vida en un momento en el que los boxeadores eran recibidos como estrellas del rock. El esperado combate entre ambas leyendas del pugilismo vasco nunca llevó a celebrarse. No hizo falta: tenían una capacidad innata para autodestruirse.

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