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Los diablos azules

Ni ofendiditos ni puritanas

'Ofendiditos', de Lucía Lijtmaer.

"Neopuritanas": con esa referencia a las comunidades religiosas de los colonos americanos se bautiza, por ejemplo, a las feministas que reivindican la importancia del #MeToo. "Ofendiditos": así son quienes defienden que aquel monólogo de Rober Bodegas era racista o quienes señalaban que el "mariconez" de la canción de Mecano quizás destilara homofobia. "Políticamente incorrectos": así se definen quienes defienden supuestas verdades que nadie se atreve ya a decir, como que hay una relación entre migración y violencia o como que hay muchos más hombres que mueren a manos de sus parejas femeninas de los que se piensa. 

Un momento, parece haberse dicho la escritora y crítica cultural Lucía Lijtmaer (Buenos Aires, 1977): ¿de dónde sale todo esto? En su breve ensayo Ofendiditos, publicado dentro de la colección Nuevos cuadernos Anagrama, bucea en los orígenes de estas expresiones que tan rápidamente se han extendido por los medios, las redes sociales y los imaginarios. Cada uno ha tenido, explica, su propio desarrollo, con sus propias implicaciones, pero todos ellos tienen un rasgo en común: "Forman parte de una ola reaccionaria frente a ciertos avances que han ido desplazando la centralidad del discurso", explica la autora en una entrevista con este periódico. Y otro más: "Aplican la acusación de censura a algo que en realidad es una discusión, un debate cultural".

¿A quiénes se tacha de puritanas o las neopuritanas? A las feministas que abren un debate público sobre "supuestas conductas inapropiadas, generalmente de tipo sexual" o que proponen nuevas lecturas sobre obras culturales como Lolita, de Nabokov, o los lienzos del pintor Balthus. "La idea que hay detrás de esto", defiende, "es que un poco de feminismo está bien, pero que se ha ido demasiado lejos". Frente a las puritanas se encuentran las verdaderas feministas liberadas, para las que Lijtmaer encuentra un ejemplo perfecto en el manifiesto contra el #MeToo firmado por un centenar de creadoras francesas, que alcanzó una gran relevancia también en España tras su publicación en enero de 2018. El movimiento iniciado con las denuncias contra el productor Harvey Weinstein, defendían, había derivado en la acusación contra hombres inocentes cuya "única falta fue la de haber tocado una rodilla, tratado de robar un beso, hablado sobre cosas 'íntimas' en una cena de negocios o enviado mensajes con connotaciones sexuales a una mujer para la que la atracción no era recíproca". 

"Hay una necesidad de calificar y estereotipar, en cuanto se produce una discusión sobre la pertinencia o no de cierta protesta pública", señala Lijtmaer. De este modo, no se acepta el debate que propone la nueva ola del feminismo, sino que se tacha a quienes presentan nuevas conversaciones sobre ciertos asuntos —las relaciones amorosas o sexuales entre hombres y mujeres, la representación de las mujeres en la cultura— de "censoras". No es casualidad, dice, que para cerrar el debate se recurra a ese término: "El puritanismo se asocia al ser pacata sexualmente". Y esa acusación no es nueva para el feminismo. De hecho, el término de "nuevo puritanismo" empieza a recogerse, explica, en publicaciones académicas y ensayos fechados en los años noventa, una época de gran reacción antifeminista. 

Otras connotaciones tiene la aparición del término ofendidito para definir a quienes ven racismo, machismo, clasismo o capacitismo en ciertas formas de humor u otras manifestaciones culturales. La autora defiende que está emparentado con el inglés snowflake, un calificativo muy usado por los conservadores estadounidenses para definir a los progresistas "de piel fina": "De alguna manera, los babyboomers ven a esos ofendiditos como una generación criada entre algodones, demasiado protegida, que no aguanta nada, que no es capaz de enfrentarse a ciertas evidencias o a lo dura que es la vida". El término lleva consigo, explica Lijtmaer, una "infantilización" y una "feminización": el ofendidito no es suficientemente maduro para entender la conversación "de los mayores" y/o es un "blandengue". El capítulo en el que la escritora se ocupa de este calificativo se titula, con cierta guasa, "No seas mariconazo, digo, ofendidito". 

Y queda la "corrección política", que los "políticamente incorrectos" ven como un corpus de ideas dogmáticas que no pueden ser combatidas en el espacio público y que limitan la libertad de expresión. Esas ideas pueden ir, relata la autora, desde la defensa de los migrantes mexicanos en Estados Unidos hasta la reivindicación de qu el atentado terrorista contra la discoteca gay Pulse en Orlando, en 2016, era un ataque homófobo. "El problema es que ha habido ciertos avances", argumenta, "que hacen que quien siempre ha podido decir lo que ha querido, por más machista o racista que fuera, vea limitado su discurso. Y reaccionan diciendo que es peligroso". Este es, de hecho, uno de los temas que Lijtmaer trata con frecuencia en Deforme semanal, el late night humorístico que dirige junto a Isa Calderón

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La escritora pone un ejemplo de cómo un cambio en el discurso no tiene siempre una naturaleza censora: el sketch de Martes y Trece en el que una mujer maltratada lloriqueaba "Mi marido me pega, me pega todos los días". "Con cualquier persona con la que tú hables hoy", explica Lijtmaer, "te va a decir que le parece bien que este tipo de chistes no aparezcan ya en la televisión pública, y eso no es censura, eso es que hemos llegado a un consenso cultural, arrojando luz sobre qué significa reírse de una víctima, qué chiste estás haciendo o contra quién. No es que seamos más pacatos, sino que nos estamos fijando en desigualdades que ya no nos hacen gracia". 

Ofendiditos señala, además, que hay otra realidad más preocupante detrás de todo esto: las acusaciones de censura contra las minorías o contra movimientos sociales como el feminismo ocultan la censura real ejercida por el Estado u otros poderes, que normalmente se manifiesta en ámbitos muy distintos. Habla del proceso contra el "coño insumiso", la denuncia de Alternativa Sindical Policial contra el humorista Dani Mateo por sonarse en la bandera de España o la denuncia por enaltecimiento del terrorismo contra los titiriteros de La Bruja y Don Cristóbal por parte del Ayuntamiento de Madrid. "¿Por qué se está hablando de ofendiditos cuando tenemos una ley mordaza, un delito de ofensas religiosas y una ley antiterrorista totalmente desproporcionada?", se pregunta Lucía Lijtmaer. Quizás los "políticamente incorrectos" tengan algo que decir. 

 

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