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'Poesía completa', de Alejandra Pizarnik

Portada de Poesía completa, de Alejandra Pizarnik.

Mònica Vidiella

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La poesía de Alejandra Pizarnik (Avellaneda, Argentina, 1936-Buenos Aires, 1972) nunca nos deja indiferentes. La fuerza de su lenguaje poético y su capacidad de subversión nos arrastran como un remolino de ese viento que habita sus poemas, empujándola —“(...) Pero no. Mi infancia/ sólo comprende al viento feroz/ que me aventó al frío/ cuando campanas muertas/ me anunciaron (...)”— o destruyéndola —“El viento me había comido/ parte de la cara y las manos/ Me llamaban ángel harapiento/Yo esperaba”.

Heredera del surrealismo, una cita de Rimbaud abre su primer libro, y de una escritura irracionalista que va de Lautréamont al superrealismo de Breton pasando por Mallarmé, su extremada sensibilidad y el uso de poderosas imágenes dotan a su poesía de una tensión emocional y verbal que nos estremece: “una mirada desde la alcantarilla/puede ser una visión del mundo/la rebelión consiste en mirar una rosa/ hasta pulverizarse los ojos”.

Alejandra Pizarnik, tras una vida de continuo sufrimiento, con largos periodos de internamiento en centros psiquiátricos y a la que decidió dar fin a la edad de 36 años, ha sido tildada por algunos críticos de escritora maldita. Sin embargo, la magnífica obra poética que nos ha legado debe permitir situarnos a una distancia prudente de esas circunstancias biográficas y sabernos ante una de las voces más potentes de la literatura en lengua castellana de la segunda mitad del siglo XX.

Lumen ha reeditado el volumen de su Poesía completa, que recoge la obra publicada en vida de la autora —La tierra más ajena (1955), La última inocencia (1956), Las aventuras perdidas (1958), El árbol de Diana (1962), Los trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de la locura (1968) y El infierno musical (1971)— y los poemas inéditos compilados a partir de manuscritos. Un volumen que, como dice la poeta Ana Becciu, traductora y amiga de Pizarnik y encargada de esta edición, “no pretende ser definitivo, en un sentido académico; es solo una compilación, hecha, eso sí, con lealtad a Alejandra Pizarnik, y devoción a su obra, única e irrepetible”.

Esta Poesía completa, celebrada por sus lectores, permitirá acercarse a la obra de esta gran poeta argentina a aquellos que todavía no han sucumbido a la sensualidad desgarrada de sus versos, a su necesidad de “volver a la memoria del cuerpo, he de volver a mis huesos en duelo, he de comprender lo que dice mi voz”, a ese intento suyo de "explicar con palabras de este mundo / que partió de mí un barco llevándome".

El conjunto de la obra de Pizarnik manifiesta una preocupación por el lenguaje y la perfección estética. Su voz poética surge como interrogante que se abre ante la imposibilidad de explicar el mundo, de explicarse —“ella se desnuda en el paraíso/ de su memoria/ella desconoce el feroz destino/de sus visiones/ella tiene miedo de no saber nombrar/lo que no existe"— , ante la dificultad de encontrar la palabra precisa —“Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa”.

Al tema de la insuficiencia del lenguaje, perturbador e insistente en toda su obra, debemos añadir el tema del silencio y el de la otredad que van evolucionando junto a este, de manera paulatina: “El poema que no digo,/el que no merezco./Miedo de ser dos/camino del espejo:/alguien en mí dormido/me come y me bebe". La poesía de Alejandra Pizarnik está permanentemente ante el espejo, en búsqueda incansable de sí misma. Porque el espejo refleja la imposibilidad de decir y la imposibilidad de encontrarse, de saberse, porque “más allá de cualquier zona prohibida/ hay un espejo para nuestra triste transparencia”.

A través de magníficos oxímoron, sinestesias y metáforas impactantes. Alejada de cualquier formalidad métrica, la poeta argentina va desplegando ante nosotros temas como la infancia y la muerte pilares fundamentales sobre los que sustenta su obra poética: “Recuerdo mi niñez/ cuando yo era una anciana /Las flores morían en mis manos/ porque la danza salvaje de la alegría/ les destruía el corazón”. El yo poético, en la desolación de la soledad, exiliado de si mismo se ve arrastrado hacia la fragmentariedad y la destrucción: “Ya no sé de la infancia más que un miedo luminoso y una mano que me arrastra a mi otra orilla”.

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Toda la poesía de Pizarnik parece necesitar responder a una pregunta "¿quién soy?". Acompañémosla en ese viaje al  poema, “el lugar donde todo sucede”.

*Mònica Vidiella es profesora de Literatura.Mònica Vidiella

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