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Los diablos azules

Un tiempo de lo vivible

Nueva ilustración radical, de Marina Garcés.

Marina Garcés propone una Nueva ilustración radical (Anagrama, 2017). Si entendemos la ilustración como un concepto dinámico, resulta legítimo heredar de pensadores como Diderot o Rousseau su voluntad de autovigilancia y, al mismo tiempo, de intervención en la realidad. Un saber orgulloso, generador de certezas inmutables, tiende a santificar errores. Los pensadores más precavidos ante el orgullo social del viejo saber hicieron bien en dudar de unas intervenciones que se convertían con facilidad en cómplices de los poderes establecidos. Pero ocurre que las sospechas, convocadas como norma única, acaban siendo las mejores aliadas de esos poderes. Ayudan a imponer el humor cinismo o la renuncia, santifican el nada se pude hacer, siempre es todo lo mismo. Las ideas y las esperanzas son así cenizas, quemados disfraces de la mentira.

 

El pensamiento contemporáneo más significativo ha puesto en duda la Verdad como un valor admisible. Nietzsche, Marx, Freud, Foucault, el feminismo y la mirada anticolonial han denunciado desde distintas perspectivas la dinámica de dominio ideológico que se esconde en la consagración de la Verdad. No faltan motivos. El problema es que esta perspectiva de la sospecha implacable nos condujo poco a poco a un proceso de autorreferencialidad intelectual en el que el pensamiento ha acabado en un constante discutir consigo mismo. Y casi hemos renunciado a una posible intervención eficaz sobre la realidad. Este es el resultado último de la pérdida de confianza.

Utilizo mi caso como síntoma. Me he formado como profesor universitario en la voluntad de sospecha. Creo en la radical historicidad de la literatura. Sé que los poetas han hablado a lo largo de los siglos en nombre de la verdad mientras reproducían mentalidades pertenecientes al dominio político y cultural. Por eso siento una íntima contradicción cada vez que salgo a la calle y llevo una pancarta exigiendo “Verdad, Justicia y Reparación” en nombre de las víctimas de las dictaduras o de las democracias mentirosas. ¿Pero es que existe la Verdad? ¿Y la Justicia? Bueno, si quiero seguir saliendo a la calle, me conviene devolverle el crédito a posibles acuerdos sobre lo que es justo o injusto. La conciencia conforma así una identidad que merece el nombre sintético de verdad, no con carácter esencialista, pero sí como creación de marcos de comportamiento, diálogo y exigencia.

Lo más grave es la deriva del pensamiento negativo que confunde el error con el imposible, una tendencia que tiñe cualquier esfuerzo de emancipación en la fatigada e ingenua pintura de lo inalcanzable. Esta deriva no sólo afecta al cinismo reaccionario que quiere sostener una realidad injusta con su relativismo; también afecta a una parte amplia de las inteligencias progresistas que han renunciado a una alternativa en la que pueda participar el saber humano. Marina Garcés sitúa su propuesta de una nueva ilustración radical en la conciencia de que la condición posmoderna ha sido ya sustituida por un sentido de lo póstumo. No es que se dude de los grandes relatos, es que se vive bajo el sentimiento de que todo está perdido. La democracia, la naturaleza, las instituciones y, por tanto, la ciudadanía asumen la cuenta atrás de un planeta sin futuro.

Marina Garcés no propone una vuelta a la credulidad. El concepto de posverdad es inasumible en una reflexión seria, no sólo porque sirva para justificar las mentiras coyunturales de la farsa política, sino porque encierra una nostalgia peligrosa: alguna vez hubo un tiempo de la Verdad que hemos perdido. La rebeldía contra la condición póstuma no puede basarse en la vuelta confiada a los poderes patriarcales del pasado. El reto va en dirección contraria, pide respuestas a otra pregunta: ¿cómo podemos rescatar el pensamiento crítico de la cárcel de la autorreferencialidad y la decepción para abrir un rayo de su luz sobre el mundo, una confianza vigilante en las posibilidades intervenir en el hoy y de discutir sobre el mañana? Así que tampoco se trata de renunciar al conflicto para refugiarse en el solucionismo ingenuo del “esto se arregla con más educación”, desconociendo los códigos de la sociedad actual. Se trata, por el contrario, de llevar la voluntad de conocimiento al conflicto de nuestro presente.

La reivindicación de las humanidades que asume Marina Garcés evita cualquier defensa nostálgica. En este libro se mira al futuro desde una hipótesis inicial: el círculo vicioso y autorreferencial del pensamiento crítico colabora, en realidad, con el proceso de desinstitucionalización de las actividades humanísticas que lleva a cabo el proyecto cognitivo del capitalismo actual. Por eso hay que revisar de manera vigilante un estado intelectual en el que se atienda de nuevo a la relación del saber con la emancipación. La nueva apuesta ilustrada por la emancipación pasa no sólo por evitar cualquier tentación imperialista, sino por intentar una nueva relación entre la cultura humana y la naturaleza, un redescubrimiento de la condición natural del ser humano que salve en una apuesta conjunta la dignidad de los hombres y las mujeres y la dignidad del planeta frente a la degradación actual.

No cabe, pues, una falsa polémica entre las ciencias y las letras en el saber democrático. “El reto hoy —escribe Marina Garcés, citando a Klaus Schwab— es desarrollar un abanico de nuevas tecnologías que fusionan los mundos físico, digital y biológico, de tal manera que implican a todas las disciplinas, economías e industrias”. Este es el camino de la búsqueda, apoderarse de un sentido distinto de la temporalidad, no conformarse con renuncias o con horizontes utópicos, ser capaces de establecer “relaciones significativas entre lo vivido y lo vivible, entre lo que ha pasado, lo que se ha perdido y lo que está por hacer”.

El compromiso con lo que está por hacer no implica credulidad, pero sí una apuesta por la legitimidad de las convicciones.  Que el espíritu de la Modernidad derivase hacia las formas del capitalismo devorador no implica que estemos obligados a asumir una renuncia definitiva o una condena a muerte de la razón humana. La capacidad crítica contra el poder no debe hacerse cómplice del poder, santificar la parálisis, vestirnos de un luto permanente.

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Miremos, junto a Antonio Machado, hacia el brote verde en el olmo seco: algunas hojas verdes le han salido.

*Luis García Montero es escritor y profesor de Literatura. Su último libro, Luis García MonteroBalada en la muerte de la poesía (Visor, 2016).

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