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David Bowie, Freddie Mercury o Leonard Cohen: el arte de hacer de tu propia muerte una obra de arte

David Bowie, Freddie Mercury, Leonard Coeh, Johnny Cash y George Harrison

"No hay nada en esta vida que yo haya intentado que pueda igualar o superar el arte de morir". Semejante confesión forma parte de una canción que podrían haber escrito muchos músicos pero que pertenece única y exclusivamente al exBeatle George Harrison, quien así se expresaba en Art of dying, compuesta en 1970, nada menos que 31 años antes de que le visitara la muerte para llevarle consigo.

Nunca podría haber imaginado el músico inglés que esa reflexión terminara siendo para él tan premonitoria pues, cuando le fue diagnosticado un cáncer terminal a finales de los años noventa, tuvo que enfrentarse a sus propias palabras y preguntarse precisamente eso: ¿Hay mayor obra de arte que el arte de morir? Desconcertado como cualquiera que sabe que ya no hay más tiempo de descuento, se puso a buscar la respuesta escribiendo canciones para un disco que tituló Brainwashed y que vería la luz de forma póstuma justo un año después de su partida, en noviembre de 2002.

¿Qué empujó a George Harrison a enrocarse en la creatividad como forma de posicionarse contra la muerte? Eso es precisamente lo que se pregunta Alberto Manzano (Barcelona, 1955), poeta, traductor, biógrafo, ensayista, adaptador de canciones y productor musical en El rock de la muerte (Libros Cúpula, 2022), en cuyas páginas congrega al exBeatle y otros cinco difuntos ilustres: David Bowie, Leonard Cohen, Freddie Mercury, Johnny Cash y Warren Devon. Todos ellos unidos, en última y trágica instancia, por un funesto destino común: fueron diagnosticados con una imbatible enfermedad terminal.

Sin forma humana conocida de combatir su sino, de aplazar su adiós definitivo, todos ellos buscaron sus últimos suspiros de vida escribiendo canciones. No supieron dar con otro refugio que no fuera lo que habían hecho siempre, durante toda su vida y, dejando un último legado musical, de alguna manera pudieron marcharse anotándose una última victoria. Una marcha agridulce, pero a su manera, efectivamente, victoriosa.

"En enero de 2016 falleció David Bowie, y Leonard Cohen en noviembre. A los dos les habían diagnosticado una enfermedad terminal y, tras el conocimiento de la proximidad de la muerte, se pusieron a preparar un disco póstumo. Me pareció realmente ejemplar y conmovedor ver cómo un artista se enfrenta a la parca y, en los últimos meses de su existencia, decida escribir las canciones de un disco póstumo para compartirlo con su público. Entonces recordé a otros músicos que, en similares circunstancias, habían hecho lo mismo: George Harrison, Johnny Cash, Warren Zevon y Freddie Mercury", explica a infoLibre Manzano, quien confiesa que barajó otros títulos para su obra como El arte de morir o incluso Morir con arte.

Todos ellos títulos perfectamente válidos, en cualquier caso, para reunir a unos músicos que tuvieron en común algo tan aleatorio como el conocimiento de una enfermedad fatal, ante cuya certeza y en un último esfuerzo por trascender la vida, dedicaron sus postreras energías a escribir las canciones de un disco póstumo dispuesto como testamento para sus seguidores. Una entrega titánica en situaciones extremas con Johnny Cash tembloroso en una silla de ruedas pero cantando con el brillo de un chiquillo en los ojos. 

Porque no hay nada peor que estar muerto en vida y, para evitar eso, la creatividad siempre es la salida. "Hablando en general, cuando una persona es conocedora de la inminente partida de este mundo, normalmente empieza a recordar y añorar las cosas que le hubiese gustado llevar a cabo en la vida: un viaje, hacer las paces con una persona, escribir un libro, tener un hijo", apunta Manzano, quien puntualiza: "Sin embargo, estos seis músicos, cuando fueron conscientes de la proximidad de la muerte, hicieron lo contrario, es decir, lo que siempre habían hecho: escribir canciones. Lo cual les honra y dignifica. En gran medida, la música llenaba su vida".  

Y aún prosigue: "La muerte pertenece a un reino en el que las cosas no se pueden discutir ni rechazar, ni siquiera juzgar. La aceptación de la muerte es necesaria para poder irte en paz. Pero dejar este mundo cuando has tenido una vida plena, no parece ser un asunto tan grave. Yo creo que estos seis músicos tuvieron, más o menos, esa calidad de vida. Por supuesto, no todo en la vida es un camino de rosas; esto no es el paraíso, es un valle de lágrimas y, como todos los mortales, estos músicos también tuvieron que transitar un camino pedregoso y lleno de trampas. Sin embargo, creo que la práctica espiritual que mantuvieron la mayoría de estos artistas -especialmente Leonard Cohen, George Harrison y Johnny Cash y, en menor medida, Freddie Mercury- fue fundamental para la aceptación de la muerte".

Tras ser diagnosticado con sida en 1987, Freddie Mercury volvió al estudio para grabar un último disco con Queen, Innuendo, que vería la luz meses antes de su muerte en noviembre de 1991 con himnos como The show must go on (El espectáculo debe continuar). Cuatro años después llegaría el póstumo Made in heaven (Hecho en el cielo), con últimas grabaciones rescatadas de aquellas y otras sesiones. George Harrison libró su propia batalla contra el cáncer desde 1997 hasta su adiós en 2001, no sin antes dejar grabado Brainwashed, un disco dedicado a los Yoguis del Himalaya, siendo todo un compendio de reflexiones religiosas y experiencias espirituales.

Johnny Cash dedicó los últimos años de su vida a su popular serie de discos con el productor Rick Rubin, inconclusa por su fallecimiento en 2003 por complicaciones de su diabetes. Por su parte, David Bowie murió en enero de 2016 tan solo dos días después de publicar su último disco, Blackstar, gestado mientras batallaba contra un cáncer hepático tan irreductible como su determinación por redondear la obra de su vida con una última y estremecedora entrega final (siempre atento a la parte visual de su música, sus últimos videoclips son especialmente escalofriantes).

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Parecido destino el de Leonard Cohen, muerto en noviembre de 2016 quince días después de la publicación de su despedida musical, You want ir darker, a la que seguiría en 2019 la póstuma Thanks for the dance, terminada por su hijo Adam Cohen. Por último, en agosto de 2003 llegaba a las tiendas The Wind, el último álbum de Warren Zevon, fallecido apenas dos semanas después y que empleó sus últimas fuerzas, con ese humor ácido de comediante serio tan suyo, a celebrar su marcha rodeado de amigos como Bruce Springsteen, Jackson Browne, Bob Dylan o Tom Petty. “Ahora voy a disfrutar de cada sandwich que me coma", declaró en una última entrevista en televisión. “Perdone, tengo cáncer terminal, ¿podría hacer que la cola fuese un poco más rápida?, le diría a la cajera de un supermercado", rememora un Manzano quien, como amigo personal de Leonard Cohen, vivió de cerca aquellos últimos años de lucha contra la muerte a través de unas canciones más vivas que nunca.

"Yo viví muy de cerca el proceso de aceptación de la muerte de Leonard Cohen. Nos escribíamos frecuentemente durante ese período. Sufría terribles dolores en la espalda y apenas podía levantarse de la cama. Me dijo que se sentía incapaz de completar el último disco que estaba preparando. Su hijo, Adam, asumió la producción del trabajo en los últimos meses de vida de su padre", desvela, señalando que, a partir de estas historias de músicos tan ilustres, ha llegado a diversas certezas, como que "vida y muerte hacen el mismo camino juntas, cogidas de la mano", por lo que "cuanto más te resistas a aceptar la realidad de la muerte, peor vivirás". "Un día más es un día menos. Vive plenamente tu vida y no añorarás nada en tu muerte", apostilla.

En esta línea, apunta que Cohen, Harrison y Cash eran personas espirituales que practicaban su propia fe cada cual a su manera, algo que "se percibe en las canciones que escribieron en su último disco, pero no solo en su último disco". Y aclara, asimismo, que más que un testamento, esos álbumes son un "informe sobre las cuestiones que realmente importan en la vida, y que frecuentemente olvidamos". "Creo que, tras el conocimiento del inminente infortunio, uno quiere dar lo mejor de sí mismo. No puedes engañarte ni engañar a nadie en semejantes circunstancias. Es la última mano antes de levantarte de la mesa y abandonar la partida. Y tienes que hacerlo con la cabeza alta", termina.

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