La semana en la que el rock español quedó herido de muerte

No había tenido tiempo la familia del rock español de encajar el golpe y empezar a negociar con el duelo por la muerte de Jorge Ilegal cuando, con la traición que siempre conlleva la madrugada, recibía el remate con la marcha inesperada de Robe Iniesta. En menos de 24 horas caían dos capitanes generales y la tropa quedaba desnortada sin Ilegales y Extremoduro. "¿Qué está pasando?", clamaba el personal en las redes sociales. Desconcierto generalizado en una pregunta entre signos de exclamación como cuando en un terremoto uno no sabe si está más seguro a cubierto o debe necesariamente salir a cielo abierto.

Pues pasa, ni más ni menos, que "todos hemos muerto un poco" con este doble encontronazo contra la finitud de lo que somos, como certeramente resumía hace un par de días a infoLibre el cantante de M Clan, Carlos Tarque. Es, a su manera, cosa de hechicería, pues no hace falta haberles conocido personalmente para sentir como propia la pérdida a través del vínculo íntimo que se establece con la música. Todos hemos vivido mil aventuras con Robe, hemos hecho el cafre por ahí con Jorge en garitos de vasos compartidos con desconocidos. Beber, salir, el rollo de siempre. No estaban, pero sí estaban. Y ahora que se van de la habitación, se nota el vacío que dejan.

Que los viejos rockeros, esos que nos parecen místicamente eternos, también se mueren. ¿Y acaso ha muerto de súbito el rock español? Un poco sí. Malherido queda, desde luego. Sobre todo si acotamos y reconocemos como canónico ese rock español surgido durante los ochenta para contar lo que pasaba en la calle, que eclosionó comercialmente en los noventa al profesionalizarse y madurar su discurso, que padeció luego los cambios de gustos y tendencias con el advenimiento del siglo XXI, hasta finalmente convertirse definitivamente en clásico. Ese rock, que sonaba en todas partes, con semejante presencia en las vidas de todos (no así en los medios) y tanto que decirnos sobre nosotros mismos, es el que se difumina estos días de luto y amplificadores a todo volumen como muestra de respeto. 

Hay un meme por ahí circulando de teléfono en teléfono que dice así: "Tras las nefastas últimas 24 horas para el rock España... hallan a Rosendo vivo en su domicilio. El músico carabanchelero, de 71 años, estaba en su casa leyendo el periódico y escuchando a Rory Gallagher". Es un buen resumen, por supuesto con humor, del sentimiento compartido de estos últimos días. "Pero, ¿quién queda?" Esta sí es una pregunta entre signos de interrogación y es fruto del pavor al paso del tiempo —cronofobia se llama, concretamente—. Porque Rosendo, esencial en sus años seminales en Leño, efectivamente, lleva retirado desde diciembre de 2019. Siniestro Total dijeron adiós en 2022. Los Suaves nunca pudieron despedirse oficialmente por la delicada salud de Yosi, pero llegan desde 2016 en el dique seco.

"Los que quedan tienen una edad y parece que, con respecto a esta concepción del rock español, lo que se denominó rock urbano en su momento, la situación está delicada", concede a infoLibre la periodista musical Isabel Guerrero, quien destaca, en esta línea, el motivo de esta sensación de orfandad sobrevenida estos días: "Es que Robe ha sido una figura muy totémica, que además ha adquirido una sanción cultural impensable hace años con esa colaboración con el Museo del Prado. ¿Quién se la hubiera imaginado en los tiempos de Somos unos animales (1991) o Pedrá (1995)? Yo no. Su obra ha calado en generaciones posteriores y el rollo filolumpen ha sido fagocitado por el capitalismo, como siempre hace el capitalismo con todo".

El problema ahora es que los canales de información y distribución musical están más dominados de arriba a abajo que nunca, y eso ahoga las culturas subterráneas, el sustrato de todo lo demás

¿Estamos ante el fin de una era? "De momento es el fin de la era física de Robe, pero su legado resistirá, esperemos que con sus herederos musicales correspondientes", plantea Guerrero. La influencia de Extremoduro está ahí y se aprecia en multitud de bandas jóvenes, pero antes vamos a fijarnos en los que sí siguen en la brecha. Algunos nombres: Fito, por supuesto, convertido en gran estrella del rock para toda la familia; El Drogas, más antisistema que nunca; Reincidentes, con la rabia de siempre; Los Enemigos, apareciendo, desapareciendo y actualmente preparando nuevo disco; o Marea, la gran banda que mantiene viva la médula espinal del rock poético pegado al asfalto y señalada por todos como estandarte y relevo, más ahora que todavía no sabemos las dimensiones del agujero dejado por Robe.

"Que las giras de reunión o aniversario de La Polla Records y Fermin Muguruza hayan batido récords siendo ignoradas o censuradas refrendan que la cultura rock en España existe y goza de buena salud. O las de Marea, la gran heredera de las esencias patrias. ¿Te imaginas si tuvieran el mismo espacio que otros estilos más anodinos y comerciales? El desborde sería espectacular, pero da miedo y lucharán para que no ocurra, ya lo hemos comprobado. Las mareas del ciclo 2008-2012 y su clase política beben directamente de esa música contestataria", defiende Rubén González, periodista musical y autor del ensayo Piedra contra tijera. Historia del rock español 1991-2021 (La oveja negra, 2024).

Los que quedan tienen una edad y parece que, con respecto a esta concepción del rock español, lo que se denominó rock urbano en su momento, la situación está delicada

Para Guerrero, el valor de todas estas bandas reside, además, en que "introdujeron lo que hacían los anglosajones en el hard-rock y el heavy sin tratar de asimilarse cantando en inglés, al contrario, integrando esos sonidos en el contexto español no solo por el hecho de escribir en nuestro idioma, sino por la realidad que describían en sus canciones, la de la España del momento". Es por eso, llegados a este punto, que no podemos dejar de recordar que siguen en la brecha los hermanos De Castro con Barón Rojo, Burning con Johnny Cifuentes al frente, los Ñu de José Carlos Molina u Obús, que este sábado 13 de diciembre, precisamente, celebran un concierto especial en el Palacio Vistalegre de Madrid con su formación original. Tampoco está de más nombrar, aunque venga de más atrás, a otros de nuestros grandes pioneros e incombustibles rockeros: Miguel Ríos.

Mención destacada merecen también las pocas mujeres que consiguieron hacerse un hueco en un universo plomizamente masculino —y a vueltas seguimos con eso con el debate sobre su ausencia en tantos festivales, aunque ahora haya muchas más bandas con integrantes femeninas—, y que no lo tuvieron fácil por diferentes motivos. Por ejemplo, "porque la trayectoria de Aurora Beltrán (con o sin Tahúres Zurdos) ha sido más intermitente, por enfermedad o dificultad de encajar su propuesta", apunta González a infoLibre. "O la de Luz Casal, que se ha alejado del rock, pero son reverenciadas al más alto nivel", añade. "Y habría que rescatar a otras como Mercedes Ferrer, que tienen en su discografía trabajos primerizos arty-rock o de rock feroz en los últimos tiempos muy interesantes", apostilla.

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Más grupos de rock, asentados cada cual con sus posibilidades y logros: La Fuga, Sínkope, Gritando en Silencio, Porretas, Poncho K, Albertucho, Bocanada, Los Zigarros... también Ska-P o Mago de Oz. "Que las leyendas del rock duro se jubilaran recientemente o estén aún en ello ha creado un tapón que ha frenado a sus sucesores naturales. Igual que Tarque (M Clan), Leiva o Rulo hayan evolucionado a otros sonidos menos duros de los de sus inicios", indica González, añadiendo: "Es bueno que se ocupe ese espacio más popero, pero ha faltado esa voz generacional a la misma altura. Sí surgió con Vetusta Morla, Zahara o Rozalén dentro de ese llamado indie… lo que ocurre es que hay muy poco espacio mediático o festivalero para dar a conocer tantas vertientes diferentes de un rock entendido en sentido amplio. Por lo que vemos los que llevamos unos años, o entran unos o entran otras".

Y todavía continúa para rematar: "Ojalá Berri Txarrak, Desakato, La Raíz o Mafalda hubieran aguantado más porque eran el relevo natural de ese rock duro estatal. Ahora tenemos a Bala, Derby Motoreta’s Burrito Kachimba o Biznaga desde otras vertientes, pero heredan ese rollo. La escena de los 90 liderada por Extremoduro, Dover o Los Planetas fue muy potente, es cierto, pero también la de los 80 con Obús, Barón Rojo y Leño. Y el indie de la del 2010 o el trap del 2020. Son ciclos y como tal hay que verlos con optimismo, porque en el cambio está la supervivencia de un género, el rock, que está vivo. El gran problema ahora es que los canales de información y distribución musical están más dominados de arriba a abajo que nunca, y eso ahoga las culturas subterráneas, el sustrato de todo lo demás. Por eso, vaticino que si consigue llegar la ultraderecha al gobierno español, va a llegar con más conflictividad, como vemos con Ayuso en Madrid. Ese va a ser el caldo de cultivo en el que el rock o el rap vuelvan a capitalizar el discurso duro de la música rebelde".

Es probable que a partir de ahora surjan nuevas bandas en las que la influencia de Robe Iniesta sea todavía más evidente. Ya las hay, en cualquier caso, algunas bien jóvenes. Brava o Dura Calá, por ejemplo, desde el sur de Madrid, o Mala Hierba desde Mallorca. O Linaje, el grupo navarro del hijo del cantante de Marea, Kutxi Romero, que asombra porque suena como venido de otra época y que ya se atreve a tocar en La Riviera madrileña. Se trata de que florezca una escena. Porque puede que, efectivamente, el rock español haya quedado herido de muerte esta semana de trauma colectivo, pero también es cierto que es su espíritu combativo lo que siempre le ha mantenido vivo. Por los que se fueron, los que se quedan no tienen otra opción que seguir haciendo mucho más ruido.

No había tenido tiempo la familia del rock español de encajar el golpe y empezar a negociar con el duelo por la muerte de Jorge Ilegal cuando, con la traición que siempre conlleva la madrugada, recibía el remate con la marcha inesperada de Robe Iniesta. En menos de 24 horas caían dos capitanes generales y la tropa quedaba desnortada sin Ilegales y Extremoduro. "¿Qué está pasando?", clamaba el personal en las redes sociales. Desconcierto generalizado en una pregunta entre signos de exclamación como cuando en un terremoto uno no sabe si está más seguro a cubierto o debe necesariamente salir a cielo abierto.