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Cultura

¿Es posible otro mundo del libro?

La librería Nicolás Moya, la más antigua de Madrid, cierra tras 157 años despachando títulos sobre medicina y ciencia.

Atendiendo al refrán popular, una golondrina no hace verano. El cierre de la librería Portadores de Sueños en Zaragoza, el traspaso de la Semuret en Zamora y el fin de la Moya en Madrid no significan necesariamente que todo el sector esté al borde del precipicio. Pero entre los libreros independientes, estas noticias —sobre todo, la despedida de la primera, una referencia— han supuesto cierta inquietud. Quienes llevan tiempo reclamando un cambio en el mundo del libro, la primera industria cultural del país, con una recaudación de 2.319 millones de euros en 2017 —últimos datos disponibles— lo hacen hoy con más urgencia. Detrás de la puerta asoma Amazon, que pone a disposición del comprador, y en unas horas, un volumen de títulos que ninguna librería podrá ofrecer nunca. Pero también unas librerías incapaces de seguir el ritmo de 87.262 títulos editados en 2017. Y unas editoriales que ven cómo sus libros tienen cada vez un tiempo más corto de vida.

"No nos hemos parado a pensar", critica Pablo Bonet, responsable de la Asociación de Librerías de Madrid y antiguo librero en la madrileña Muga. "Hay un cambio de modelo de consumo y hay que adaptarse", observa Diego Moreno, editor del sello Nórdica. "El exceso de producción está llevando al ahogo de las librerías", apunta Paco Goyanes, librero en la zaragozana Cálamo. "Todo lo que está pasando en el mundo del libro requiere de una reflexión común", reivindica Eva Cosculluela, librera de Portadores y vicepresidenta de Cegal, la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros —aunque, con el cierre del negocio, pondrá su cargo a disposición de la directiva—. Los diagnósticos difieren, pero la misma idea recorre las distintas conversaciones: el sector, todo el sector, tiene que sentarse a hablar.

La Asociación de Librerías de Madrid, de hecho, quiere impulsar un encuentro de libreros, distribuidores y editores, los tres grandes eslabones de la industria del libro: "Parece que hay voluntad. Cada uno sigue un poco metido a lo suyo, pero nosotros vamos a intentar dar el paso". Es algo que aplauden todos los entrevistados, excepto Antonio María Ávila, secretario de la Federación de Gremios de Editores (FGEE), que lo ve con cierta prevención. Los editores, dice, no han "sentido la necesidad" de sentarse a hablar con los demás actores, y además editores y libreros no pueden negociar colectivamente porque "se vulnerarían las leyes de competencia". "A nosotros nadie nos ha llamado como federación, y si son negociaciones de carácter comercial, no nos vamos a sentar", zanja. "No son negociaciones comerciales, sino conversaciones de estrategia como se hacen en otros sectores", insiste Bonet, representante de los libreros de Madrid e impulsor de la iniciativa en la capital. 

El reparto de la tarta

Es lógico que las conversaciones entre las tres partes no sean sencillas: quitando el 10% reservado al autor, el precio del libro se reparte entre libreros, editores y distribuidores, que normalmente se llevan un 30% cada uno. Si unos quieren replantear ese reparto, es en detrimento del pedazo de la tarta de otros. Y, en este caso, una de las reclamaciones de los libreros es que sus márgenes son muy estrechos. Si el precio medio por ejemplar es de 14,66 euros, la librería se lleva algo más de 4 euros por libro, una cantidad, se quejan Goyanes y Cosculluela, con la que "no se puede vivir". Lo mismo podrían decir, claro, editores y distribuidores. Pero los libreros argumentan que cuando trabajan con proveedores europeos, el margen que estos les ofrecen llega al 35% o incluso al 40%. "Si el sector quiere que haya una red amplia de librerías", dice la representante de Cegal, "tiene que saber que con las condiciones actuales no es posible".  

La red no es, ni de lejos, tan amplia como hace 10 años: con la crisis se han perdido 3.100 establecimientos, y en 2016 —Cegal no ha ofrecido datos desde entonces— quedaban 3.967 librerías independientes. Ese año parecía haber motivos de celebración, porque aumentaron un 3,7% con respecto al ejercicio anterior, estimando las aperturas de nuevas librerías en 376 y los cierres en 20. Los libreros temen, sin embargo, que esas cifras hayan empeorado, y en cualquier caso consideran que el panorama actual no permite ser muy optimistas. Aunque, eso sí, matizan que los recientes cierres de librerías obedecen a motivos completamente distintos. El caso de la librería Semuret es también una jubilación; la librería Moya está dedicada a la literatura médica, donde la entrada del libro electrónico ha sido fuerte; el caso de Portadores, una librería que contaba con la atención de editoriales y medios, ha sido quizás el más sorpresivo. Pero incluso quienes, como Goyanes, desaconsejan sacar conclusiones globales de estas noticias, indican que el sector editorial tiene que dar un volantazo. 

El problema del fondo

Casi igual de problemático resulta abordar la cuestión del fondo y de los ritmos de la industria. Los libreros insisten en que la sobreabundancia de títulos nuevos les lleva con la lengua fuera: Eva Cosculluela asegura que en 2018, y con una selección previa, su librería recibió 14 novedades cada día. ¿Cuál es el problema? Si un librero quiere tener disponibles esos volúmenes, tiene que pagarlos en firmeen firme, es decir, adquirirlos a la distribuidora por el precio de venta, quitando la porción del 30% —se la conoce como descuento— que se quedará el comercio. La librería corre, por lo tanto, un riesgo: ¿y si quedan muchos ejemplares sin vender? Idealmente, asumiría ese riesgo y le daría un margen al título en cuestión. Pero la realidad es otra: como los ejemplares se pagan, normalmente, a 60 o 90 días, los libreros evalúan las ventas hasta ese momento y devuelven los ejemplares que no se hayan vendido antes de ese plazo. Conclusión: en muchas ocasiones, una novedad decide su futuro comercial en tres meses

¿Qué pasa si una librería quiere mantener ciertos libros en su fondo más allá de esta fecha de caducidad? Entonces tendrá que pagar a la distribuidora —que le da luego su pedazo a la editorial— por un libro que no sabe si va a vender. Es lo que se llama el inmovilizado: inversiones de los libreros que esperan en las estanterías, un dinero congelado. Para estos libros que no son novedad, los libreros proponen que se utilice el sistema de depósitode depósito. Es decir, que no tengan que pagar por adelantado, sino que se ingrese a las distribuidoras el importe de los libros realmente vendidos, cuando esto suceda. Esto, que según cuenta Pablo Bonet es habitual en países como Argentina, queda en España a la buena voluntad de los distribuidores, que pueden suscribir condiciones especiales para ciertas librerías o en ciertos momentos del año. "Quizás no sea la solución, pero es una de las posibles", dice el librero. 

Y no resulta tan descabellado. Algunas editoriales promueven activamente este funcionamiento. Es el caso de Nórdica, que organiza tres o cuatro campañas anuales para potenciar su fondo entre los libreros. "En editoriales como la nuestra, lo que nos planteamos es que el libro no muera, y sabemos que eso para el librero es un esfuerzo", dice su responable Diego Moreno. Hasta el 40% de sus ingresos llegan, de hecho, por estos títulos que ya no son novedad. Durante un mes o un mes y medio, y fuera de los momentos de mayor venta —Navidad o el Día del libro— los comercios pueden tener en depósito una serie de libros seleccionados. "Lo pactamos con nuestra distribuidora [UDL], que está completamente de acuerdo", explica. Las campañas van acompañadas, además, de un pequeño obsequio para el lector —una bolsa de tela, un troquelable...— que solo se ofrece en librerías físicas. Nórdica forma parte del grupo Contexto, que reúne a los sellos Libros del Asteroide, Impedimenta, Periférica y Sexto Piso. Una o dos veces al año, todos realizan una campaña conjunta con condiciones similares. Tanto los libreros de Madrid como Cegal aplauden estas iniciativas y desearían que se hicieran habituales. 

Más difícil parece abordar el problema de la superproducción del sector. Libreros como Bonet, Goyanes o Cosculluela señalan, cada uno por su lado, que hay un desacompasamiento entre las novedades que se editan por año y el volumen de población lectora. Por comparar, España publicó en 2017 más títulos que Francia, aunque el país vecino tiene una mayor población lectora (el 84% de los franceses dice leer libros, frente al 65,8% de los españoles). Cosculluela hace referencia a una conversación mantenida recientemente con un editor de un gran grupo: "Ellos en privado te dicen que sí, que se publica demasiado, pero que a ver quién abre el melón, porque con que uno no baje el ritmo, pues ya todos los demás le tienen que seguir". ¿Podrían ser las librerías quienes comenzaran siendo más exigentes en sus pedidos? "Podría ser". Antonio María Ávila, representante de los editores, desconfía de esta idea: "En España se publica lo que hay que publicar. Hay que tener en cuenta que las librerías son solo un canal de venta de muchos".  

Una distribución veloz

Aunque las librerías son aún el principal canal de distribución del libro, las ventas a través de Internet no hace más que aumentar y llegaron en 2017 a los 22,77 millones de euros de facuturación. Y el 70% de quienes adquieren libros en la web lo hace a través de Amazon, según el Barómetro de Hábitos de la Lectura de 2017 publicado recientemente por la FGEE. El gigante de Jeff Bezos se relame y las librerías tiemblan. Porque todos los entevistados lo reconocen: el cliente de Amazon tiene puede tener en su casa, al día siguiente del pedido, el libro deseado. Si ese mismo cliente pide el título en su librería, quizás tarde algo más. Esto se debe, en parte, a la abundancia de distribuidoras que operan en España, y que tradicionalmente se han repartido por ámbitos geográficos, de manera que una misma editorial trabaja con varias empresas, y una librería puede operar con decenas de ellas. 

"Necesitamos una mejora de los procesos por editores y distribuidores", reclama Paco Goyanes, que cuenta cómo los tiempos de espera a menudo desaniman al cliente. El librero de Cálamo mira con admiración al sistema alemán, donde tres grandes empresas mueven el grueso de la distribución y los comercios reciben en un día los títulos reclamados. La concentración es, de hecho, el horizonte hacia donde se mueve el panorama español, que ya está viviendo grandes pugnas por el territorio, como la lucha entre la catalana Les Punxes y la madrileña Machado que ha tenido ocupado al sector en los últimos meses. "Los cambios en la distribución despistan mucho", dice Goyanes, recordando el trabajo que puede llegar a dar la mudanza de una editorial a otra distribuidora, "pero la tendencia es que haya menos empresas y más eficientes". 

Eva Cosculluela advierte del reverso: "Cuando dos elefantes pelean, quien pierde es la hierba". Pero más allá de los estragos momentáneos, y reconociendo que "para una librería, con cuantos menos distribuidores trabaje, mejor", señala el problema de la concentración. "Si esas dos o tres empresas trabajan bien, estupendo, pero si trabajan mal o te ponen condiciones que no te interesan, no tienes más donde elegir", observa la librera. 

Cegal trabaja también para que la web todostuslibros.com, una base de datos que recoge la disponibilidad del catálogo en las 700 librerías independientes a las que representa, se convierta en una plataforma de compra unitaria. "No somos ingenuos, sabemos con quién podemos competir y con quién no, pero sí pnesamos que hay lectores que querrían tener una alternativa responsable a Amazon", dice Cosculluela. La directiva estudia aún un plan —cómo se gestionarían los envíos, cómo se repartirían las ventas...— que tendrán que valorar sus asociados. Pablo Bonet recuerda que Francia ya castigó a Amazon por competencia desleal, prohibiendo por ley en 2014 que eliminara los gastos de envío de los libros, porque, sumándolo a la rebaja máxima del 5% del volumen, la multinacional se saltaba el precio fijo del libro. "Sería un objetivo muy interesante, para el sector del libro, proponer esta alternativa que respete la ley y beneficie a la red de librerías", dice Bonet esperanzado. 

La nota al pie de las ayudas

Si la administración cree que va a salir bien parada en las reivindicaciones del sector, se equivoca. Para empezar, los libreros torcieron el gesto ante el paso atrás que la nueva Dirección General del Libro dio con el Sello de calidad de las librerías, un proyecto impulsado por el anterior Gobierno. El ministro de Cultura, José Guirao, decidió pasarle la patata caliente a Acción Cultural Española —entidad dirigida por Iban García del Blanco, también cabeza de Cultura en el PSOE—, que presentará en unos días la nueva edición del sello. Pero la fricción entre las librerías independientes beneficiarias de la distinción, unas 90, y Olvido García Valdés, responsable del área en el Ministerio, es notable. 

Por otra parte, el Ministerio de Cultura ha destinado 3,5 millones de euros para la "mejora de las colecciones de las bibliotecas públicas". ¿No alegra eso al sector, que llevaba años pidiendo la renovación de unos fondos bibliotecarios congelados? A los editores, desde luego. A los libreros, no tanto. ¿Por qué? "Los pliegos favorecen a las grandes empresas", se queja Pablo Bonet. Como de costumbre, la administración prima la oferta económica, por lo que las pequeñas librerías se quedan fuera. Cosculluela cuenta que al final en esos contratos acaban ganando las distribuidoras, por lo que la subvención se salta un eslabón de la cadena. Es lo mismo que ha ocurrido ya con la licitación de suministro de libros de texto abierta por la Comunidad de Madrid, que elimina de facto del concurso a las pequeñas librerías

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Pese a sus diferencias, aquí editores y libreros sí están de acuerdo. El sistema de gratuidad de los libros de texto, por el que la administración compra estos títulos y provee de ellos a las familias, ha sido un palo para el sector. Antonio María Ávila lo nombra como uno de los principales problemas para la industria, y no es extraño: el libro de texto la ha sustentado durante la crisis, y su caída frena ahora su crecimiento. Pero no se trata solo de que con la reutilización de ejemplares las editoriales vendan menos. Es que los padres ya no acuden a las librerías para comprar el material. "Las familias que no son lectoras sí tenían esa visita anual, donde a lo mejor se llevaban un par de libros más, y ahora quizás no pisen nunca una librería", valora Eva Cosculluela.

La librera va un paso más allá en su crítica, y afea que esta ayuda no se otorgue por nivel de renta. Pero también va un paso más allá en la petición de subvenciones: "Nosotros queremos que la gente compre libros, y para eso la gente tiene que tener dinero. Las campañas de fomento de la lectura no tendrían que ser tanto de decirte que leer es bueno, que en fin, sino de desgravar la compra de libros o de implantar bonos culturales". Quizás esta sea una primera posible medida de consenso. 

 

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