Este 2025 que ya está prácticamente finiquitado ha sido especialmente funesto para el universo cultural internacional. Grandes nombres de la música, el cine o la literatura han fallecido en los últimos doce meses, dejándonos esa sensación de que con la marcha de cada uno de ellos morimos todos un poco, pues en esencia son la memoria compartida de nuestro tiempo.
Personas a las que casi nunca conocemos personalmente, pero sentimos extrañamente cercanos por la cantidad de historias compartidas gracias a ellos. Figuras que se van, pero se quedan gracias al legado de multitud de canciones, películas, libros o, en definitiva, historias que nos conectan a unos con otros y a todos con ellos. Una herencia que es lo más cerca que puede estar el ser humano de la vida eterna.
Vivos es como queremos no ya recordar, sino sentir a todos estos iconos que se van, y justamente eso pretende este artículo: destacar obras imperecederas que están más allá de la vida y de la muerte. Inmortal es, por ejemplo, Robe Iniesta cada vez que suena una de sus canciones. Y de alguna forma pareciera que está más vivo que nunca, pues La vereda de la puerta de atrás, de Extremoduro, acaba de volver más de veinte años después al número 2 de la lista de éxitos española.
Uno de los títulos más populares del músico, despedido por unas 45.000 personas en el homenaje celebrado hace unos días en su Plasencia natal, donde sonaron sin parar sus más celebradas composiciones. Cualquiera valdría para reivindicarle, pero indispensables son discos de su banda como ¿Dónde están mis amigos? (1993), Rock transgresivo (1994), Agila (1996), Yo, minoría absoluta (2002) o La ley innata (2008). De su última etapa, ya como solista, apabullan por su altísimo nivel artístico Mayéutica (2021) y Se nos lleva el aire (2023).
El impacto del fallecimiento de Robe se vio amplificado por una triste coincidencia, pues menos de 24 horas antes conocíamos el deceso de Jorge 'Ilegal' Martínez, líder de Ilegales. Un doble golpe que dejó al rock español herido de muerte, y que hizo que muchos pusieran sus equipos de música a todo volumen como despedida y cierre. Perfecto para la ocasión por su mensaje vitalista es el más reciente disco del grupo, Joven y arrogante (2025), convertido ipso facto en clásico a la altura de otros trabajos como su debut homónimo de 1982 o Agotados de esperar el fin (1984), Chicos pálidos para la máquina (1988), El corazón es un animal extraño (1995) o Si la muerte me mira de frente me pongo de lao (2003). La historia de Jorge, además, está contada estupendamente en el divertidísimo documental Mi vida entre las hormigas (2017).
El mundo del cine ha padecido este año también un puñado de bajas sensibles. Como Robert Redford, uno de esos que parecía que nunca se irían, pero se fueron. Menuda pareja con su amigo Paul Newman en Dos hombres y un destino (1969), una película que no envejece de lo guapos a rabiar que están los dos, igual que cuando repitieron en El golpe (1973). Y vaya otros muchos papelones que hizo en Todos los hombres del presidente (1976), Las aventuras de Jeremiah Johnson (1972), Memorias de África (1985) o Brubaker (1980). Como director también dejó su huella en Gente corriente (1980), El río de la vida (1992) o Quiz show: El dilema (1994).
También nos dejaba hace unos meses David Lynch, cineasta creador de un singularísimo universo audiovisual queda para la posteridad a través de una serie de títulos imprescindibles: Cabeza borradora (1977), El hombre elefante (1980), Terciopelo azul (1986), Corazón salvaje (1990) o Mullholand Drive (2001). Y mucho antes de que las series de televisión ocuparan un lugar central en nuestras vidas, fue rey de la pequeña pantalla al crear Twin Peaks, una ficción innovadora en su estilo narrativo que rompió estructuras y nos metió el miedo en el cuerpo con una pregunta que se convirtió en generacional: ¿Quien mató a Laura Palmer?
El séptimo arte, decíamos, ha sido especialmente castigado este año. No en vano, ha perdido a ilustres como Rob Reiner (director de La princesa prometida en 1987, Cuando Harry encontró a Sally en 1989 o Misery en 1990), Gene Hackman (grandes interpretaciones en Bonnie & Clyde, 1967; The French connection, 1971; Superman, 1978; o Sin perdón, 1992), o la incomparable Diane Keaton, a la que siempre es un placer volver a ver en El padrino (1972) o Annie Hall (1977). Igualmente con mucho gusto regresa uno para reencontrarse con Eusebio Poncela en films de la la talla de Arrebato (1979), Matador (1986), La ley del deseo (1987) o Martín Hache (1997).
Este año también hemos despedido a Mariano Ozores, uno de los directores más prolíficos (si no el que más) de nuestro cine, con un centenar de películas en su filmografía, de las que proponemos, por qué no, Los bingueros (1976), Yo hice a Roque III (1980) o ¡Qué vienen los socialistas! (1982). Igualmente extenso es el currículo de Héctor Alterio, queridísimo actor a quien tanto disfrutamos en El nido (1980) o El hijo de la novia (2001). Y dos actrices de distintas generaciones a las que tocó despedir en 2025: Claudia Cardinale (estupenda en Ocho y medio y El gatopardo, ambas de 1963, o Hasta que llegó su hora, de 1965) y Verónica Echegui (inolvidable en Yo soy la Juani, de 2006, y otras cintas como El patio de mi cárcel, de 2008, y Justicia artificial, de 2024.
La gran pérdida de las letras en los últimos meses ha sido la de Mario Vargas Llosa, reconocidísimo escritor peruano ganador de los más prestigiosos premios (Nobel, Cervantes, Príncipe de Asturias, Rómulo Gallegos, Planeta) y con títulos tan esenciales como La ciudad y los perros (1963), Conversación en la catedral (1969), La verdad de las mentiras (1990), El pez en el agua (1993) o La fiesta del Chivo (2000). Adiós también tuvimos que decir al fotógrafo brasileño Sebastião Salgado y su particular mirada hacia la pobreza y el medio ambiente, que queda plasmada en libros como La mano del hombre (1993), Éxodos (2000) o Gold (2020).
Tiene uno la impresión de que cada año mueren más figuras y más importantes figuras de la cultura. Lo de Ozzy Osbourne provocó conmoción internacional en los amantes del rock más duro, y tuvo casi un funeral de Estado en su Birmingham natal. No en vano, está considerado entre los inventores del heavy metal como cantante de Black Sabbath, pues solo entre 1970 y 1973 (menudos años de creatividad) puso voz a himnos tan rotundos como Paranoid, Iron Man, Changes, War Pigs o Sabbath Bloody Sabbath. Después, en solitario, se convirtió en leyenda en vida como El príncipe de las tinieblas.
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Y más grandes compositores del pop del siglo XX también nos dejaron. Como Brian Wilson, de los Beach Boys, tan admirado y envidiado por los mismísimos Beatles en aquellos lejanos años sesenta por discos tan innovadores como Pet sounds (1966). O como Rick Davies, banda sonora de los setenta y ochenta con Supertramp y discos que están en millones de hogares: Crime of the century (1974), Crisis? What crisis? (1975) o Breakfast in America (1979), por escoger tres.
Killing me softly with his song es la canción más popular de la cantante Roberta Flack, ilustrísima del soul que también falleció este 2025 que ahora despedimos al ritmo de su gran éxito. Porque imposible es no poner música instantaneamente en nuestra cabeza mientras leemos estos famosos versos: "Strumming my pain with his fingers, singing my life with his words, killing me softly with his song, killing me softly with his song, telling my whole life with his words... killing me softly with his song".
¿Quién no recuerda la sensualidad de la canción 'J'ai t'aime... moi non plus' susurrada por Brigitte Bardot junto al enfant terrible Serge Gainsburg? Este domingo despertábamos con la muerte de la actriz, una de las últimas leyendas de la cultura francesa. Destacó también por su activismo a favor de los animales —sus fotografías en los años 70 denunciando la caza de focas serán recordadas eternamente— y en los últimos años por su acercamiento a las posturas reaccionarias y xenófobas de Jean Marie Le Pen y de su hija, Marine Le Pen. También se declaró abiertamente antivacunas durante la pandemia. Quedémonos con lo bueno: siempre nos quedarán su cine y sus canciones.
Este 2025 que ya está prácticamente finiquitado ha sido especialmente funesto para el universo cultural internacional. Grandes nombres de la música, el cine o la literatura han fallecido en los últimos doce meses, dejándonos esa sensación de que con la marcha de cada uno de ellos morimos todos un poco, pues en esencia son la memoria compartida de nuestro tiempo.