Filosofía

Roger Pol-Droit: “La democracia es un horizonte sin verdad”

Roger Pol-Droit en una de sus presentaciones teatrales.

La filosofía, aunque no lo parezca, también se puede esconder en las minucias. No todo se reduce a la crítica de la razón pura o la deconstrucción posestructuralista. También hay espacio para pensar en, por ejemplo, a qué dedicaría yo el tiempo si me quedara una hora de vida. O para abrir cuerpo y mente bebiendo y orinando a la vez, experimentando en carne propia el ciclo que sigue el fluido. O para revitalizarse cantando las alabanzas de Papá Noel. O tranquilizarse observando el polvo en un rayo de sol.

O para… decenas de juegos más hasta sumar las 101 experiencias de filosofía cotidiana recopiladas en forma de libro (editado en español por Blackie Books) por el pensador Roger Pol-Droit. El autor francés, reconocido divulgador de la filosofía en su país, se encontraba de visita estos días en Madrid para promocionar otra publicación, la que se encarga de dar respuesta al primer interrogante que planteábamos: qué hacer Si solo me quedara una hora de vida (Paidós), que presentó en el Instituto francés como suele ser habitual en él, a modo de performance teatral. performance

Escrito en un estilo onírico y poético, que quiere dar una idea “de cómo es dentro de mi cabeza”, el libro nació de un momento de angustia: con su hija de viaje por el mundo, Pol-Droit empezó a barruntar qué pasaría si falleciera antes de volver a verla. Ella heredaría todos sus escritos, pero en el fondo se quedaría sin saber qué es lo que verdaderamente sentía su padre en su fuero más interno. Y la respuesta que se da a sí mismo sobre a qué dedicaría sus últimos minutos en este mundo tiene que ver mucho más con el sentimiento que con la razón. Aunque, avisa, cada cual debería encontrar la suya propia.

“La filosofía siempre ha privilegiado el análisis, la razón, sobre la emoción y el sentimiento, pero yo afirmo lo contrario, porque me parece que en la historia del pensamiento occidental se ha sobreestimado el poder de la razón, que en realidad no es tan grande”, argumenta Pol-Droit, que aporta un ejemplo que se remonta a Epicuro: el griego sostenía que cuando uno está vivo la muerte no existe, mientras que cuando uno está muerto el que ya no existe es él mismo, lo cual sería demostración lógica de la inutilidad del miedo ante el fin de la vida. Sin embargo, no por ser racional la afirmación se hace verdadera, ya que el temor ante la extinción jamás ha desaparecido.

Lo que sí está por desaparecer, o casi, es la propia filosofía. Por lo menos del currículum del bachillerato en España, una vez se implante la LOMCE de José Ignacio Wert. Aunque, si el Gobierno le hubiera preguntado a Pol-Droit, este les habría dicho que esta disciplina resulta “indispensable para la formación de los ciudadanos y para avivar el espíritu crítico". “Nos ayuda a no creernos todo lo que nos cuentan, a no dejarnos manipular por la propaganda”, abunda. “Eso, en cualquier caso, no es estudiar historia de la filosofía, aunque pueda ser interesante, sino aprender a usar la filosofía, que se puede aplicar a todo tipo de ámbitos de la vida”.

Esa cotidianidad es precisamente a la que apela en sus escritos, el día a día que construye como ladrillos el edificio de la vida. Con este tipo de “juegos serios” que él propone, lo que busca es que cada cual dé con sus propias conclusiones ante cuestiones que guardan más complicaciones de las que revelan en la superficie. “Por ejemplo, preguntas tan básicas como ¿Quién soy yo? son en el fondo muy complejas: porque cuando yo hablo, yo soy yo, pero para ti, yo eres tú”, ilustra. Así que incluso aunque probablemente nunca vayamos a experimentar la coyuntura de saber con certeza que solo tenemos una hora por delante para ser, conviene pensar en ello aunque solo sea por dar rienda suelta a la imaginación. “Este juego constituye algo muy revelador” en ese sentido, añade, “porque nos hace ver que muchos de nuestros actos están atravesados por lo imaginario”.

Preocupado por cocinar una filosofía de fácil digestión, apta para todos los públicos, Pol-Droit cree tal cualidad es consustancial a su disciplina. De hecho, no es que lo crea, sino que apuntala su opinión en la de su compatriota Henri-Louis Bergson, quien afirmaba que, por complicado que sea, todo concepto filosófico debe poder traducirse al lenguaje común. Que no al político, que para él no es deseable al menos como lo concebía Platón, quien postuló en La República “que el conocimiento verdadero, la contemplación, debía pasar al puesto de mando y reorganizar la política”. “Esto es el totalitarismo”, argumenta, “mientras que la democracia, que a Platón no le gustaba tanto, es por el contrario un horizonte sin verdad: somos seres humanos que intentan convivir y crear reglas juntos y en conflicto, y eso nunca puede ser la verdad absoluta”.

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