Santiago Sierra en el Museo Helga de Alvear: el cinismo considerado como una de las bellas artes
En 2003, Santiago Sierra (Madrid, 1966) pagó a un centenar de desempleados para que se escondiesen por los recovecos de la madrileña calle del Doctor Fourquet, que está situada a las espaldas del Museo Reina Sofía y es emplazamiento un buen número de galerías. También, de la de Helga de Alvear, que auspiciaba la acción. 100 personas escondidas quedó inmortalizada en una fotografía en blanco y negro en la que aparecen bolardos, coches aparcados, varias hileras de ventanas y alguna farola, pero ninguno de los parados contratados a mayor gloria del arte político.
Durante la inauguración de su reciente exposición en el Museo Helga de Alvear de Cáceres, Sierra realizó nueva versión de esta pieza, ahora titulada 66 personas escondidas e interpretada por migrantes que, para la ocasión, se ocultaron en las instalaciones del museo. Ambas obras abren y cierran el periodo de colaboración entre el artista y la galerista, coleccionista y mecenas recientemente fallecida, a cuya relación rinde homenaje esta muestra.
2.068 dientes, The Maëlstrom, Archivo y Bandera negra reúne trece obras, en su mayor parte pertenecientes a la Colección Helga de Alvear, junto a un archivo de documentos (carteles, tarjetones, etcétera) que el artista ha donado al museo. Las obras mentadas en el título son bien distintas entre sí. Por ejemplo, Bandera negra (2015) documenta dos expediciones enviadas a los polos para colocar el susodicho paño. Una serie de fotografías de innegable belleza formal atestigua las coordenadas exactas en las que se produjo el izado, el arsenal de instrumentos con el que se pertrecharon los expedicionarios, los trineos, helicópteros y las pocas estructuras humanas que se han levantado en esos páramos. Las imágenes de gran formato de las enseñas ondeando en la planicie helada se han colocado juntas, una cabeza arriba y otra boca abajo, junto con una vitrina que resguarda un modelo idéntico al colocado y dos discos de vinilo con sonidos ambiente de ambos emplazamientos (reproducidos en la sala gracias a un par de altavoces). The Maelstrom (2023) es un vídeo en el que jugadores del Tallinding United (un club gambiano) remedan, de cara a la pared –sin mostrar su rostro– las posturas a las que se somete a los presos del CECOT, la infame cárcel para pandilleros construida en El Salvador. La pieza, de cierto airecillo coreográfico, termina con la explosión de unos patrones geométricos formados por sus cuerpos similares a los que se ven al mirar por un caleidoscopio. Este motivo, reproducido sobre papel pintado, engalana el atrio del edificio histórico del museo. Finalmente, 2.068 dientes (2022-2025) es una inquietante instalación en la que el espectador, al entrar en una sala oscura perimetrada con pantallas, queda rodeado por dentaduras colosales, pertenecientes a migrantes que hacen escala en Tijuana provenientes de países del Caribe y Sudamérica. A lo intimidante del formato y del gesto (mostrar los dientes) se suma una banda sonora ominosa, compuesta por una lenta cumbia que se reproduce a la inversa.
Las obras de la Caridad en el Bellas Artes de Sevilla: una oportunidad perdida
Ver más
Las obras reunidas en esta exposición sintetizan dos constantes del trabajo de Sierra. De un lado, el uso ambiciosas justificaciones teóricas (políticas o panfletarias) en obras que no pudiendo actuar sobre los problemas que aluden, parecen lucrarse con ellos. Poner una bandera anarquista en los confines del mundo podrá tener algo poético, pero sin duda no conseguirá «reclamar esos espacios para todos» ni «oponerse a las lógicas estatales y coloniales». Más cuando el artista siquiera se molesta en asumir los riesgos de la congelación y prefiere subcontratar la expedición a unos colaboradores, que ya se ocuparán ellos de desafiar los estándares geopolíticos de nuestro tiempo. La tibieza revestida de radicalidad de la obra de Sierra queda bien ejemplificada con la obra que abre la exposición: una placa y una pista sonora que prohíbe la entrada a «malolientes, desempleados, amas de casa», etcétera. Por supuesto, la retahíla de indeseables que enumera Advertencia (2006-2007) pueden entrar al museo con la mayor de las comodidades, porque lo contrario, por muy performativo que fuese el gesto, acarrearía consecuencias judiciales para los implicados. La palabra «Future» que arde en Palabra quemada (2012), ¿en qué modo afectó a la lucha de los vecinos de la asociación Salvem el Cabaynal? La gran fila (2020) de ciudadanos a la puerta de los comedores sociales, ¿mitigó el hambre de alguno? ¿Nos informó de algo que no supiésemos todos por el telediario? ¿O más bien se contentó con acrecentar la producción pretendidamente contestataria del artista madrileño?
Del otro, Sierra parece empeñado en trabajar siempre con modelos desfavorecidos: migrantes, desempleados, etcétera. En demasiadas ocasiones sus obras se construyen mediante la compra del cuerpo ajeno (un cuerpo exótico para el espacio del arte, que es indiscutiblemente burgués) y la anonimización del otro. Hay ejemplos escandalosos: en el año 2000, el artista contrató a cuatro prostitutas por el precio de una dosis de heroína para que se dejasen tatuar, en suma, una línea de ciento sesenta centímetros. La obra estuvo expuesta hace unos meses en el primer capítulo de esta exposición, celebrado en el Museo de Arte Dos de Mayo (CA2M).
No sabemos quiénes son los parados que se escondieron en los portales de Doctor Fourquet, pero sabemos que la obra es de Santiago Sierra. Tampoco el nombre de los chicos del Tallinding United, ni del palestino que enseña los dientes (Dientes de Palestino, 2024) en una de las tapias del museo cacereño. Siquiera el de los migrantes que se escondieron para amenizar la inauguración. «Este proyecto, considerado una obra de arte universal e inclusiva, involucra a distintas comunidad e instituciones locales», dijo la directora de la institución, Sandra Guimarães. Lástima que ni por la cartela ni por la documentación sepamos nada de ellos: solo que fueron sesenta y seis.