Simone de Beauvoir resucitada

Simone de Beauvoir en una imagen de archivo en 1967.

La historia que cuento debió de ocurrir a principios de 1988. Uno era demasiado joven para ser redactor jefe de Cultura y mi entonces jefa demasiado osada para ejercer como tal. Era la época dorada (como negocio) de los semanarios de información general en España. La voracidad de los editores por vender centenares de miles de ejemplares cuando ya los periódicos diarios competían cada fin de semana en los géneros de investigación y de crónica política llevó a encumbrar a quienes más capaces eran de atrapar compradores (dudo mucho que lectores). Lo mismo daba que la portada descubriera los desamores de un banquero que el adulterio de una aristócrata. Con veintitantos años uno tenía mucho que aprender, para bien y para mal. Con aquella inmediata superior, cada semana era una caja de sorpresas.

Una mañana de lunes me llama a su despacho para comentar las propuestas para la sección de Cultura. Y servidor empieza a recitar: se inaugura tal exposición, hablamos con tal músico, nos envía una crónica el corresponsal en Los Ángeles sobre los rodajes del año en Hollywood… y se presenta en Madrid una biografía de Simone de Beauvoir. “Ya, pero ¿tenemos entrevista con ella? Si no hay entrevista no tiene el menor interés”. Recuerdo quedarme con cara de idiota, en la duda de si me está tomando el pelo o la cosa es más seria. Balbuceo… “es que Simone de Beauvoir murió hace un par de años, creo”.

Me mira, efectivamente, como a un idiota: “El que murió fue 'Sastre', su marido, que no te enteras”. No me atreví a corregir esa letra que habría indignado a Sartre, pero insistí tímidamente, “que no, que están muertos ambos…” Y entonces grita: “¡Nekane (su paciente secretaria), llama al archivo! Pregunta si se ha muerto Simone de Beauvoir”. La espera en silencio se me hizo dos vidas. Cuando Nekane asomó por la puerta y musitó “me dicen que murió en abril del 86”, yo no sabía adónde mirar. Del otro lado de la mesa, la jefa tomaba notas… “Vale –por fin accedió, enfadada–, pero habla con las agencias y pide fotos inéditas”. 

Un parloteo extraño con Aznar en La Moncloa y una grabadora que no funcionó (a traición) con Dani Martín

Un parloteo extraño con Aznar en La Moncloa y una grabadora que no funcionó (a traición) con Dani Martín

¡Joder! Salí del despacho con complejo de no saber valorar una noticia cultural. Me había pasado el fin de semana enfrascado en una lectura diagonal de El segundo sexo y Los mandarines, por recomendación de mi compañera y sin embargo amiga Nativel Preciado. Me acerqué a su mesa y le conté el encuentro. Se descojonaba, y después me sugirió: “Pídele a Anciones un retrato de Simone de Beauvoir y dile a aquélla que es un dibujo inédito, en exclusiva”. No me atreví, por supuesto. Finalmente la biografía solo mereció una página y una columna, por mi meridiana incapacidad para encontrar instantáneas exclusivas de la ilustre feminista.

Cuando algún colega de mi misma edad sostiene que cualquier periodismo anterior fue mejor, uno se obliga a recordar unos cuantos sucedidos como este. No. En todas las épocas ha habido buen y mal periodismo, buenos y malos jefes, magos y magas de las ventas, directivos ignorantes, y estupendos y estupendas cronistas a menudo despreciadas por no abducir a masas de lectores.

Me ahorro el nombre de la susodicha no sólo porque aún vive y no quiero disgustarla –finalmente mantuvimos una relación mejor que soportable–, sino porque su osadía es una broma en comparación con lo que uno se encuentra hoy cada mañana en redes sociales (o en más de una portada de medios renombrados) con apariencia de información. No resucitan a Simone de Beauvoir (¡ojalá!), pero lo mismo matan a José Luis Perales que a Juan José Millas o a Joaquín Sabina. Consiguen millones de clicks y jamás rectifican. O lo que es peor: van sembrando odios a base de bulos y a toda velocidad. Que Elon Musk les conserve la inquina. Los demás gritemos ‘¡Nekane!’ y echémosle una pensada antes de matar o resucitar con un click.

Más sobre este tema
stats