TEATRO
‘1936’, una experiencia de terror, hambre y redención sobre la Guerra Civil española
“Escuchen el legado de nuestros muertos”, decía María Morales encarnando a Manuel Azaña casi al final del segundo acto. 1936 no es solo la historia de la Guerra Civil fantásticamente contada, sino una obra conciliadora en su mensaje, trágica en el relato y terrorífica por su cercanía con la actualidad.
La primera reposición de la obra de Andrés Lima 1936, el año en el que España entró en shock, puede verse hasta el 12 de octubre en el Teatro Valle-Inclán (Madrid) del Centro Dramático Nacional (CDN), aunque las entradas ya están agotadas. La obra, de cuatro horas y cuarto de duración (con dos descansos de 10 minutos) se compone de tres actos en los que, de manera fragmentada, se van narrando los hechos que componen el tríptico de los años que conforman la Guerra Civil española.
Lo cierto es que con un texto escrito a cuatro manos por dramaturgos como Juan Mayorga, Albert Boronat, Juan Cavestany y el propio Lima, era difícil esperar una obra que no cumpliera con creces las expectativas de los más optimistas. Se entiende ahora, después de verla, que gran parte del público repita y que las entradas, como si se tratara de un concierto de Taylor Swift, volasen en algo menos de un día.
Una vuelta al pasado muy actual
Lo primero que sorprende al entrar al teatro es la puesta en escena. Cuatro mesas con taburetes y dos telones que hacen las veces de pantalla componen el atrezzo de la obra. El escenario se divide en cuatro sectores que componen una visión de 360 grados y, en el centro, como si fuera un ring de boxeo, el escenario donde el espectador vivirá una guerra casi en primera persona.
Tras una introducción cargada de simbolismo, la obra se vuelve frenética. El 18 de julio de 1936 se desencadena el shock en el que trata de adentrarnos Andrés Lima. Un shock que durará cuarenta años. Después de situar al espectador en la obra, personajes de este periodo entrarán en escena. Como el general Yagüe interpretado fantásticamente por Guillermo Toledo, La Pasionaria encarnada por Mamen Camacho, Queipo de Llano por Antonio Durán Morris, Manuel Azaña, Largo Caballero y Clara Campoamor, interpretados los tres por una inconmensurable María Morales o Francisco Franco, magníficamente caracterizado por un Juan Vinuesa (que este mismo año ya recibió el Premio Talía a mejor actor protagonista de teatro por este papel).
Una de las cuestiones más interesantes de la obra, es que consigue abarcar desde un plano intelectual los discursos y dinámicas que llevaron a la Guerra Civil. Presenciamos cómo, desde la formación de la II República, las altas esferas económicas del país con Calvo Sotelo, José Antonio Primo de Rivera, Yanguas Messía y Ramiro de Maeztu a la cabeza, junto a duques, marqueses y terratenientes de todo el país, financiaron cultural, política y militarmente la sublevación y conspiraron contra la democracia acusando a los rojos de querer “romper la unidad de España”; cómo la violencia de los discursos de un bando y de otro va en aumento hasta prácticamente despojarse de su propia condición humana y cómo finalmente, de este modo, se acaban justificando la violencia, el terror y la muerte.
Discursos de odio muy parecidos a los que resuenan hoy como una herida abierta que supura ecos pasados. Decía Andrés Lima en una entrevista en Cadena SER, que “ya no hay golpes de Estado” y que lo verdaderamente aterrador es “hoy el pueblo vota al fascismo”. Un fascismo que consigue camuflarse y colarse por los recovecos de los verdaderos males que atañen a la sociedad con el fin de sembrar odio. Porque, como se ve en la obra, es desde el odio, desde el terror, el hambre y la guerra desde donde estos regímenes logran el triunfo.
Y es que el desprecio al trabajador, al inmigrante, a los pobres, a las mujeres o a los homosexuales todavía perdura. El odio que mató a Lorca al grito de “rojo maricón”. Ese odio está cada vez más presente en nuestro día a día, por eso es tan importante ser consciente de los errores que nos llevaron a guerras fratricidas, de ahí la relevancia de esta obra y de volver a revisar los motivos y la dialéctica populista que condujeron al episodio más negro de nuestra historia.
El terror, una experiencia inmersiva
Historiográficamente la obra es un deleite. Andrés Lima se apoya en los prestigiosos historiadores Francisco Espinosa y Paul Preston para poder abarcar de manera rigurosa los diferentes episodios que vivió España desde el shock. Los textos de la pequeña Pilar Duaygües, la niña catalana que narró la guerra en su diario, nos servirán no solo como columna vertebral de la obra, sino para ver la guerra a través de los ojos de una niña cuyo amor e inocencia se van corrompiendo por el sonido hueco de las bombas y el rugir de las tripas por el hambre.
Desde la batalla del Ebro al bombardeo de Guernica, pasando por la Desbandá en la masacre de la carretera Málaga-Almería, vamos recorriendo los episodios más trágicos de la guerra sintiéndonos dentro de la historia. El fantástico coro y una ambientación inmejorable a cargo de Kike Mingo son los responsables de uno de los momentos más impresionantes de la obra.
Angélica Liddell, galardonada con el Premio Nacional de Teatro 2025
Ver más
Las luces se apagan y comienza un espectáculo de cabaret con una orquesta y una bailarina iluminada únicamente por la luz de un foco. Fuera, las tropas de Franco están tomando Madrid. Los gritos de “no pasarán” se diluyen entre el terror de gente que huye y se han convertido en aullidos de auxilio. Dentro, la bailarina sigue bailando al son de la orquesta hasta que un bombardeo sobre el teatro nos deja a todos mudos. Caos. La gente salta al escenario arrastrada por los actores. Tras un par de minutos, mientras los bombardeos siguen sucediendo, la orquesta vuelve a tocar. “Que siga la función”. La orquesta obedece. Ahora su música suena más triste. Ya saben lo que viene. Todos saben lo que ocurre. Seguramente será su última función, por eso siguen tocando. Así acaba el tercer acto.
Un final reivindicativo al grito de ‘Palestina libre’
La obra termina con el mismo simbolismo con el que comenzó. Una gran bandera republicana se extiende por todo el escenario cubriendo a los muertos. Un hombre con una pala aparece en escena y comienza a excavar en la metáfora de nuestro pasado y la realidad de nuestro presente. Los muertos comienzan a auparse. Una mujer pregunta: “¿Quién ganó la guerra?”. "Franco", responde el hombre.
La obra termina y todo el elenco sale a recibir el aplauso del público. Un aplauso de unos siete minutos de reloj que los actores utilizaron para mostrar banderas palestinas que situaron sobre la republicana en un claro gesto de solidaridad con el pueblo sometido a un genocidio por Israel y con un mensaje muy claro: que lo que ocurrió en su momento no vuelva a suceder.