Sin líder, sin programa y sin unidad: el peronismo languidece ante un Milei más crecido que nunca

El gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, con el presidente argentino, Javier Milei.

No hay nada tan político en Argentina como el fútbol y no hay nada tan futbolístico como la política. En el año 2023 hubo dos elecciones que tuvieron al país en vilo. Unas, las presidenciales, dieron el triunfo a Javier Milei por encima del peronista Sergio Massa, dando a la política argentina su mayor vuelco en décadas. Las otras, pese a tener un carácter profano, tenían raíces casi religiosas. Un templo, La Bombonera, una doctrina, el xeneize, e incluso un dios, Diego Armando Maradona. Solo un mes después de elegir a Milei, los socios de Boca Juniors, el club más grande de Argentina, debían votar a su presidente entre el máximo ídolo de su historia, Juan Román Riquelme, y el economista Andrés Ibarra, apoyado por Mauricio Macri –exmandatario del país y expresidente del Boca durante el momento más exitoso del club– y por el propio Javier Milei.

La moneda, en esa ocasión, salió cruz para el libertario. Riquelme, enfrentado ya con Macri durante su etapa de jugador, en la cual siempre reivindicó sus orígenes humildes en contraste con la acaudalada familia del presidente, arrasó en las elecciones. “El último 10” se convirtió en la noche del 18 de diciembre en el presidente más votado de la historia del fútbol argentino, con un apoyo del 65% de los votos. Una de las claves que dieron la victoria fue su ferviente oposición a la privatización del club. El exjugador quería, al contrario que Macri, que Boca Juniors siguiera siendo de los aficionados y que no quedara en manos de empresarios y fondos de inversión. Y ahí aguanta Boca, como un tótem que resiste en medio de un país entregado a la motosierra.

Y es que nada ha parado al presidente en la aplicación de su agenda. Los efectos del ajuste son palpables, tanto en números como en consecuencias sociales. Mientras sus partidarios se escudan en la bajada de la inflación (de un 211% interanual cuando entró en la Casa Rosada a un 31% en 2025) y del primer superávit fiscal desde 2008, la realidad a la que se tienen que enfrentar los argentinos sigue siendo terrible. Los servicios públicos viven un momento catastrófico. El mandatario ha recortado un 30% el gasto público, lo que ha provocado caídas en sanidad, educación y subsidios. 

Ese ajuste provocó que en el primer semestre del año pasado, las personas que vivían por debajo del umbral de la pobreza llegaran a más del 50%. Una cifra que, si bien se ha reducido hasta una de cada tres personas, para economistas y expertos sigue sin reflejar la situación de hambruna y desprotección social que están viviendo muchas familias argentinas. Los recortes se han cebado con servicios básicos como el transporte, la vivienda o la atención médica privada, que han subido sus precios lastrando el poder adquisitivo de los ciudadanos. 

De hecho, el informe que esta semana ha publicado la OCDE para la economía argentina advierte que no todo va tan bien como las cifras parecen indicar. La organización ha rebajado las perspectivas de crecimiento para el país, a la vez que indica cómo los salarios de los argentinos no se terminan de recuperar. Una situación que provoca que el consumo sea bajo, y pone de ejemplo los supermercados, donde las ventas no han dejado de caer desde abril. Igualmente, da un peso mayúsculo al salvavidas económico que dio Donald Trump a Milei en forma de un swap cambiario de más de 20.000 millones de dólares y que salvó en buena medida el plan del libertario en el que, financieramente, la economía se encontraba al borde del abismo.

Sea como sea, nada de todo eso, ni tampoco el escándalo de corrupción en el que se vio inmersa su hermana, parecen hacer mella en un Milei que ha reforzado recientemente su posición política con una victoria importantísima sobre el peronismo en las legislativas. Su triunfo llegaba después de una dura derrota en la provincia de Buenos Aires, terreno favorable para la oposición, que el presidente pudo dar la vuelta solo unos meses después gracias, en parte, a la ayuda económica de Trump. 

Y en ese punto, la pregunta es: ¿qué está haciendo la oposición? ¿Por qué, pese a la corrupción, la pobreza y la devaluación de los servicios públicos, Milei sigue aguantando? Para Felipe Galli, politólogo y analista electoral argentino, la clave se resume en una frase: falta de una estrategia coherente. “Es algo que se suele manifestar no solo ahora sino en general cuando el peronismo es oposición. Es un movimiento político muy amplio que opera bajo una maquinaria de poder, y por eso en su interior tiene muchas corrientes de tipo ideológico, caudillesco y regional, controlando redes clientelares provinciales”, afirma Galli.

Para el politólogo, esa maquinaria difusa y a veces mamotrética se ha vuelto enormemente inefectiva para combatir a Milei. El presidente ha cambiado completamente las formas de hacer política en Argentina y, por tanto, su gobierno no tiene precedentes. “Este aparato de poder es enorme pero se ha vuelto ineficaz para enfrentar a Milei porque carece de un liderazgo centralizado, y enfrenta a una experiencia política bajo un liderazgo muy fortalecido (el del presidente) que además adopta tácticas populistas muy inusuales para lo que siempre fue el antiperonismo tradicional”, sentencia Galli.

A la contra

Todo ello, en opinión de Facundo Cruz, consultor y analista político argentino, ha llevado al peronismo a una situación de bloqueo de la que no están terminando de salir, aún dos años después de la victoria de Milei. “La oposición siempre se tiene que articular en torno a cuatro pilares: un liderazgo fuerte, una renovación de las propuestas, un discurso propositivo unificado y un enfrentamiento con el Gobierno en el cargo. De todo ello, el peronismo solo está cumpliendo la última parte. Lo único que ha realizado durante estos dos años ha sido enfrentarse y llevar la contraria a todo lo que ha hecho Milei, pero sin realmente construir una alternativa a todo ello”, opina Cruz.

Quizás la representación más clara de esa situación fueron las elecciones legislativas, donde el discurso simplificado del peronismo terminó por ser su ruina. “Es cierto que están realizando cambios programáticos, intentando, por ejemplo, desterrar algunas propuestas económicas que no salieron bien, como la emisión monetaria, pero es evidente que la velocidad a la que se están realizando esos cambios es mucho menor a la que desea la sociedad”, continúa Cruz. Algo similar ocurre con la corrupción, un tema crítico para el gobierno pero que la oposición no está logrando rentabilizar: “Por cada escándalo que tiene el Gobierno, este puede citar diez para atacar al peronismo. La oposición no sabe (ni puede permitirse) recurrir a un discurso de transparencia institucional porque es una batalla cultural que no puede ganar”, argumenta Galli.

Kicillof contra Cristina

A eso se le suma un problema evidente: la falta de un líder claro. “Existen muchas líneas dentro del mismo peronismo, es una fuerza muy fragmentada. Hoy no se sabe quién es el líder de la oposición”, explica Mariana Sendra, investigadora de la Universidad de Deusto y experta en política argentina. Así, trae los dos nombres claves de esta batalla interna: el del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof y la de una vieja conocida de la política argentina, la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner. “El enfrentamiento entre ambos es cada vez más claro. Uno de los momentos más polémicos fue cuando Kicillof decidió desdoblar las elecciones provinciales de Buenos Aires, las cuales ganó, de las nacionales. Algo de lo que estaba en contra la expresidenta y que, para algunos, precipitó la caída en esas legislativas”, señala la experta.

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La guerra entre ambos no se puede aislar de la falta de credibilidad que el peronismo ha ido sumando en los últimos años. La presidencia de Alberto Fernández, que terminó con unos números de inflación inéditos, mermó esa fuerza hasta el punto de que, para Sendra, el miedo a una victoria a nivel nacional de la oposición después de ganar en Buenos Aires pudo movilizar a buena parte de los electores. En ese frente interno no hay que olvidar que Fernández fue una elección directa de la expresidenta, que además ocupó en esos años la vicepresidencia. “El peronismo siempre que pierde renueva liderazgo. Ese proceso debía haber empezado en 2015, no se inició y aún sigue pendiente ahora, 10 años después. Cuando pierden contra Macri, para 2019 se reconstruye como una coalición, pero con los mismos nombres y propuestas, y así transitan todo el Gobierno de Fernández. Ahora, la demanda de esa renovación sigue ahí, y eso les está pesando mucho electoralmente”, mantiene Cruz.

La coyuntura para acometerla es particularmente difícil porque, a diferencia de otras ocasiones en las que el nuevo líder aparecía por vía electoral, ahora esa situación no se puede producir porque la presidenta del partido está en arresto domiciliario y no se puede presentar a unas elecciones. Eso provoca que el cambio de liderazgo tenga que venir por el acuerdo y la negociación interna, algo completamente nuevo para el peronismo y que se antoja complicado en el clima de enfrentamiento que se vive. “El kirchnerismo rechaza sistemáticamente la discusión interna sobre lo que provocó el fracaso de la gestión de Alberto Fernández, más allá de buscar culpables ajenos para exculpar a la conducción de Cristina Fernández. Todo ello impide que se planteen un programa de gobierno”, añade Galli.

Esa nueva hoja de ruta debe llegar, para Sendra, en dos vertientes: una democratización interna y una nueva forma de entender la economía. “Antes de pensar la estrategia a Milei debe pensar hacia dentro. Deben tener un debate interno de verdad y mirarse a sí mismos para ordenarse. La predominancia de Cristina Fernández aún sigue siendo muy grande, no ha dado un paso al costado ni tampoco ha logrado generar un cuadro de liderazgo que represente al kirchnerismo. Siempre ha optado por candidatos más moderados para intentar atraer a más votantes y claramente no ha funcionado”, cree Sendra. Y en lo económico, dar una propuesta concreta ante una economía renovada por Milei que ya tiene muy poco que ver con la que ellos gestionaron. Si no, la motosierra tendrá combustible para rato en Argentina.

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