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Bielorrusia, radiografía de la revuelta contra Lukashenko

Bielorrusos asisten este miércoles a una protesta contra la brutalidad policial y los resultados de las elecciones presidenciales frente al edificio del Ministerio del Interior en Minsk.

Julian Colling (Mediapart)

La escena quedará como una de las imágenes del levantamiento bielorruso de 2020, al estilo de un Nicolae Ceaucescu abucheado por las masas en la Rumanía de 1989. Aleksandr Lukashenko fue el pasado lunes 17 de agosto a la fábrica estatal de maquinaria agrícola MTZ en busca del apoyo de los trabajadores y se los encontró de frente. “¡Oukadi!, ¡Oukhadi!” (¡Vete!, ¡Vete!), cantaban al unísono.

Con el gesto duro, el autócrata de Minsk se lo tuvo que tragar, pero avisando de que únicamente su muerte podría provocar nuevas elecciones. Al final se fue de allí con una bravuconada habitual en él: “Gracias a todos. Y ahora podéis poneros a cantar ¡Vete!”.

Sin duda, Lukashenko no había previsto que la oleada de protestas que le está haciendo tambalearse desde su reelección fraudulenta del 9 de agosto iba a provocar este giro. Es decir, que su tradicional base de apoyo, los trabajadores y obreros de las empresas estatales, iban a abandonarle, al menos en parte.

Así, a las manifestaciones masivas –la mayor concentración de la historia del país tuvo lugar el domingo– se ha agregado una oleada de huelgas en decenas de centros bielorrusos, desde Brest a Hrodna. Primero en las industrias, siguiendo el ejemplo de los metalúrgicos de la fábrica estatal de Zhlobin, en el Este del país, que pararon ya al día siguiente de las elecciones. Luego han sido imitados por los trabajadores de la azucarera de Zhabinka y el gigante MTZ (Minsk Tractor Works) está en huelga desde el día 14. El constructor de maquinaria minera y de camiones BelAZ les ha seguido los pasos este pasado lunes, lo mismo que la fábrica de potasio de Soligorsk.

En una semana la agitación ha sido impresionante, en un país en el que no existe realmente protección laboral ni derecho de huelga, que es una actividad de riesgo. El excelente canal Telegram de información Nexta, está elaborando una lista de los paros y compilando numerosos vídeos de trabajadores que se unen al movimiento.

Porque esta oleada no se detiene solo en la industria pesada. También se han solidarizado funcionarios de transporte, como los trabajadores del Metro y de trolebús de Minsk. Más sorprendente aún es que la huelga ha afectado también al “Silicon Valley” bielorruso, el Parque de Alta Tecnología, un hub en el que se depositan muchas esperanzas de la economía del país, pues Bielorrusia ya es un país puntero en tecnología.

Se han unido también al movimiento gentes de la cultura. Sobre todo del teatro Ianka Koupala, donde los actores han presentado la dimisión después de que su director, ex ministro de cultura, haya sido cesado por haber apoyado públicamente a la oposición. Lo que más peso añade a la balanza sea tal vez los alrededor de 300 trabajadores de la televisión estatal, portavoz del régimen, que han anunciado también que se pondrán en huelga. “Si no podemos hacer un periodismo honesto, no trabajaremos”, dicen.

Porque, aunque Aleksandr Lukashenko se haya apresurado a despreciar a los huelguistas, tratándolos de “borregos” o de “provocadores manipulados desde el extranjero”, en realidad debería temer estas protestas, novedosas en un país normalmente tranquilo y trabajador pero mediocre.

Porque la economía bielorrusa, ralentizada y estancada globalmente desde 2010, es un puro vestigio de la época soviética. Todavía muy estatalizada y planificada, se basa considerablemente en la producción pesada, cuyo tejido industrial se conserva, el refinado del petróleo procedente de Rusia, que representa un tercio de las exportaciones del país, y también la agricultura. Como un plus, cuenta paradójicamente con un sector de tecnología de la información floreciente. Las empresas públicas producen aún cerca del 60% del PIB nacional y representan el 50% del empleo. Lukashenko, más que las manifestaciones, lo que teme es una huelga general, aún sin decidir pese a los numerosos llamamientos, y al parón de la economía.

El modelo económico impuesto por el ex director de un koljós (granja) soviético Aleksandr Lukashenko ciertamente ha sido apreciado por la población durante mucho tiempo, gracias a un fuerte crecimiento en la década del 2000 sobre todo. Al rechazar el choque ultraliberal que experimentó Rusia en los años 90, supo mantener a su país alejado de las enormes desigualdades de los países emergentes, y como resultado consiguió una estabilidad social y un relativo confort: un primer empleo para los jóvenes titulados asegurado por el Estado, un nivel de pobreza de sólo el 6% (dos veces menos que en Polonia), un salario mínimo de unos 500 dólares (el doble que en Ucrania), etc.

Pero a partir de 2010 este modelo se agota, al tiempo que se vuelven más difíciles las relaciones económicas con el gran hermano ruso (80.000 millones de dólares en subsidios entre 2002 y 2015). Como recordaba el Financial Times, la diferencia del PIB por habitante con la vecina Polonia aumentó en los últimos diez años. El pacto social también se ha hecho pedazos. Los salarios no han aumentado desde hace años y los contratos de corta duración (un año) se extienden por todas partes.

“Además de un sentimiento creciente de estancamiento económico, Lukashenko ha perdido también la estima y el apoyo de una parte de los trabajadores diarios con su propuesta de ley de 2017 contra los “parásitos”, recuerda también el investigador de la Universidad de Londres, especialista en Bielorrusia, Tadeusz Giczan, refiriéndose al proyecto de ley –abandonado– que pretendía imponer tasas y multas a los parados de más de seis meses. La calamitosa gestión del sátrapa de Minsk de la pandemia del covid-19, en el poder desde hace veintiséis años, ha terminado por avivar la sed de cambio de una buena parte de la población, incluidos los fieles trabajadores del sector público.

Parece que la determinación se ha expandido. Este martes estaba aún en discusión la idea de una huelga general, especialmente en la sede de MTZ de Minsk. En Telegram se está organizando una coordinación nacional de la huelga con el nombre de “Grève Belarus” para federar las diferentes iniciativas. El único sindicato independiente de Bielorrusia acaba de hacer un llamamiento a la huelga general en las empresas.

Pero la partida está lejos de ser ganada por los trabajadores movilizados y la oposición. Primero, porque el aparato de seguridad de Lukashenko aguanta por el momento. Y sobre todo porque en las empresas estatales comienza a pesar la presión desde arriba contra los huelguistas: en la fábrica MTZ, la dirección ha amenazado con despedidos masivos, rebajas salariales y otras medidas disciplinarias.

La posibilidad de perder el empleo, cuando el valor del trabajo es fundamental en Bielorrusia, atemoriza ya a muchos huelguistas. En MTZ parece que no hay más que un tercio de trabajadores dispuestos a continuar la huelga (el martes había ya sólo 250 huelguistas de un millar que eran al principio). El movimiento huelguista tendrá que rearmarse de coraje si quiere continuar.

“Por el momento, la huelga no ha tocado al sector de hidrocarburos, más crucial para el régimen que la industria productiva”, señala David Teurtrie, investigador de la Inalco. “Si eso cambia y si las huelgas pueden transformarse en peso político para la oposición, entonces Lukashenko se verá de verdad amenazado”.

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Taducción de Miguel López.

Texto en francés:

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