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Israel recluta a rebeldes sirios para proteger el Golán

Miembros de la Fuerza de la ONU en los Altos del Golán cruzan la frontera siria.

Los militares encargados de garantizar la seguridad de la frontera norte de Israel tienen la memoria corta. Dos décadas después de haber constatado, a su costa, el fracaso de su estrategia de zona tampón, al sur de Líbano, y asistido a la desbandada de las milicias locales encargadas de defenderla frente a Hizbolá, ahora tratan de crear, al este de los Altos del Golán, entre el sur de Siria e Israel, una nueva zona tampón, de cuya defensa se ocupa una decena de grupos rebeldes sunitas sirios, armados y financiados por el Ejército israelí.

Quizás porque la frontera era considerada desde hace más de 40 años –primero con la dictadura de Hafez al-Assad y posteriormente con su hijo Bashar– como la más segura del país, los militares israelíes inicialmente ejercieron de observadores atentos, pero pasivos, en el momento en que Siria se unía a Túnez, Egipto y Libia en la reivindicación democrática, para después sumirse en la violencia y el horror cuando el dictador decidió echar al ejército y a las milicias en contra del pueblo.

Sin embargo, ya en 2013, el Ejército israelí, gracias a su red de informadores del otro lado de la frontera, en las localidades dispersas en los Altos del Golán, empezó a seleccionar y a trasladar a Israel a heridos sirios, civiles o combatientes, para atenderlos en varios hospitales del norte del país, sobre todo en Safed, Nahariya, Tiberíades y Haifa. Se calcula que cerca de 5.000 sirios han sido tratados en Israel en los últimos cinco años, antes de ser, en su mayoría, devueltos discretamente a Siria.

Más allá de la iniciativa humanitaria reivindicada por el Ejército, hay consideraciones más triviales que explicaban este compromiso; se trataba de ganarse la simpatía de algunos grupos rebeldes sunitas de la región y de reclutar a nuevos informadores. Pero también, según Moshe Ya’alon, el ministro de Defensa de la época, el objetivo era conseguir que los grupos armados beneficiarios de la ayuda “no toquen a los drusos del Golán”, cuyos vínculos comunitarios siguen extendiéndose a ambos lados de la frontera y entre los cuales Israel pretendía preservar su reputación de potencia protectora.

Porque para los militares israelíes, los Altos del Golán, ese belvedere de 800 km² que Israel ocupó en 1967, al tiempo que Cisjordania y la Franja de Gaza, antes de anexionárselo oficialmente en 1981, despreciando el derecho internacional, representa una ventaja estratégica de primer orden. Domina, al oeste, el lago de Tiberíades y la región ultrasensible de Etzba HaGalil; enfrente están, al norte, los montes del sur de Líbano, bastión de Hizbolá y domina al este el valle de Yarmouk y la región de Damasco. Nada impide pensar que un régimen sirio del futuro pueda un día reivindicar –y negociar– su devolución por parte Israel. Mientras, más de 30.000 colonos israelíes y casi 20.000 drusos coexisten hoy en esta zona verde donde persiste una fuere presencia militar.

Aunque, paralelamente a la ayuda a los heridos y a los enfermos graves, en ocasiones se ha introducido en Siria cargamentos de medicamentos, de comida, de ropa, incluso dólares, todo ello con destino a localidades cuidadosamente identificados y de grupos armados “seguros”, Israel oficialmente se ha limitado en los primeros años del conflicto a su decisión estratégica original: no intervenir militarmente en territorio sirio, salvo para oponerse, mediante ataques aéreos dirigidos, a las entregas por parte de Irán de armas modernas al Hizbolá libanés. Y ha dejado que la Administración Obama actúe con apoyo militar y financiero, desde de Jordania, y con ayuda del Ejército del reino Hachemí, el frente sur del Ejército Sirio Libio (ASL), agrupación de grupos armados sunitas considerados aceptables por parte de Washington y sus aliados.

La Casa Blanca, que comprometía, como sus aliados occidentales, aviones y unidades de fuerzas especiales contra los yihadistas de la organización del Estado Islámico, en Irak y en Siria, no deseaba intervenir más en el enfrentamiento entre el régimen de Damasco y los rebeldes. De hecho, Washington ya en 2014 buscaba limitar al mínimo imprescindible su implicación en la guerra civil siria. En cuanto a Jordania, decepcionada por la falta de iniciativa del ASL y de otros grupos rebeldes, a los que había contribuido a armar y a equipar, se esforzaba sobre todo por contener el aluvión de refugiados sirios que trataban de entrar en su territorio.

Visto desde Israel, lo que preocupaba al Estado mayor era menos el destino de Siria, régimen y rebeldes incluidos, como la influencia militar creciente de Irán en el conflicto. Al movilizar al lado del régimen de Damasco unidades aguerridas de Guardianes de la Revolución, implicando en los combates a sus brigadas de mercenarios chiítas iraquíes o afganos y apoyándose ampliamente en contingentes de milicianos de Hizbolá libanés, Teherán parecía haber tomado el control de la guerra y contribuido ampliamente al restablecimiento del equilibrio de fuerzas en beneficio del régimen. Todo ello mientras se acercaba, a tiro de mortero de la frontera de la frontera israelí.

Hasta el punto de que Israel acogió la intervención militar rusa de septiembre de 2015 con cierto alivio. Responsables del aparato de seguridad israelí pensaban entonces que Rusia iba a eclipsar a Irán como principal protector de Siria y que, gracias a las buenas relaciones entre Netanyahu y Putin, se preservarían los intereses de seguridad de Israel frente a la amenaza iraní.

Las relaciones entre Rusia, Irán y su protegido sirio resultaron ser mucho más complicadas de lo previsto. Y los generales rusos, que rápidamente permitieron que el régimen sirio recuperara la ventaja sobre el terreno, tuvieron que admitir que la presencia militar de Teherán y de sus aliados era indispensable. O lo que es lo mismo, transigir en una estrategia iraní basada en una implantación militar sostenible. Pero el Estado mayor israelí, que había encontrado en los militares rusos a interlocutores responsables en medio del caos regional, sin embargo consiguió establecer con ellos un dispositivo de intercambio de informaciones operacionales destinado a evitar encuentros desafortunados entre aviones de combate israelíes y rusos, ahora presentes a diario en el cielo sirio.

Al menos siete grupos rebeldes reciben ayuda militar israelí

Durante este tiempo, los organizadores israelíes de “ayuda humanitaria” dirigida a los sirios ofrecieron una dimensión nueva a su iniciativa. Con el lanzamiento en junio de 2016 de la operación buenos vecinos, a partir de ese momento eran convoyes de camiones cargados de harina, medicamentos, leche infantil, generadores, vestido, carburante, material de construcción, los que franqueaban la zona de seguridad fronteriza a los pies del Golán con dirección a localidades sirias.

“Israel se ha mantenido a nuestro lado de modo heroico”, admitía en junio de 2016 en una entrevista a The Wall Street Journal, un portavoz del grupúsculo armado Fursan al-Joulan (los caballeros del Golan), beneficiario de la ayuda humanitaria y financiera israelí. “Sin su ayuda, no habríamos sobrevivido”.

Los combates del grupo Jaysh Khalid ibn al-Walid –vinculado al Estado Islámico– presentes al sur del frente del Golán, cerca de la ciudad de Deraa, ¿se han beneficiado también, entonces, de la ayuda israelí? Nada permite afirmarlo, pero a decir de Moshe Ya’alon, nada lo impedía. En enero de 2016, cuatro meses antes de ser sustituido en el Ministerio de Defensa por Avigdor Lieberman , se manifestaba de forma muy clara en ese punto. “En Siria, si hay que elegir entre Irán y el Estado Islámico, me quedo con el Estado Islámico. No tienen las capacidades que posee Irán. Irán determina el futuro de Siria y si esto conduce a una perpetuación de la dominación, la hegemonía iraní en Siria supondrá un enorme desafío para Israel”, declaraba en una intervención en el Instituto Nacional de Estudios de Seguridad, en Tel Aviv.

Curiosamente en nombre de esta prioridad en la lucha contra la influencia iraní, el Ejército israelí recurría al ataques con drones y tiros de misiles anticarros, en enero y en febrero pasado, contra combatientes de Jaysh Khalid ibn al-Walid. Los servicios de inteligencia militares de Israel, que siguen muy de cerca la evolución de los combates en el terreno, constataron que los yihadistas habían lanzado una ofensiva contra los otros grupos rebeldes sunitas de la región, hostiles a la presencia iraní, y temían un hundimiento de estos aliados que habría permitido a los iraníes y a sus aliados progresar hasta las inmediaciones del Golán.

Contener a Irán. Con todavía ese objetivo en mente, los diplomáticos israelíes asediaban a sus colegas rusos y americanos en el verano de 2017 cuando Washington, Moscú y Ammán comenzaron a negociar con los grupos rebeldes de la región un alto el fuego en el frente sur, grosso modo, en la zona cubierta por la operación buenos vecinos.

El Estado mayor israelí deseaba que los combatientes iraníes y las milicias chiítas quedaran retenidas por el acuerdo, al menos a 40 km de la frontera israelí. Jordania obtuvo este compromiso, pero Israel no se benefició de ninguna medida parecida, provocando el enfado público de Netanyahu.

Cuando en noviembre de 2017, se retomaron las negociaciones con los mismos protagonistas para poner en marcha de nuevo un acuerdo de desescalada, Israel, que no participaba, intervino ante Rusia y Estados Unidos para que la zona de presencia tolerada de Irán y de sus aliados se limitase al este de la autovía n.º 5 Damasco-Deraa, es decir, entre 45 y 60 km de la frontera israelí. Nueva decepción: el acuerdo sólo pedía a los combatientes chiítas permanecer a 5 km de la línea del frente entre rebeldes y fuerzas gubernamentales. En otros términos, según los militares israelíes, permitía a los Guardianes de la Revolución o a los combatientes de Hizbolá avanzar hasta 20 km de la frontera de Israel al centro del Golán y a 5 km al norte.

La situación creada al norte del país por el acuerdo de desescalada, considerado muy inquietante por el Estado mayor israelí, se convertía en alarmante en enero pasado, cuando Donald Trump decidió cerrar el Centro de Operaciones Militares de la CIA en Ammán, que coordinaba la ayuda a los grupos rebeldes del sur, dejando brutalmente a entre 10.000 y 20.000 combatientes sin sueldo, sin carburante y sin municiones. Es decir, condenando en la práctica a la dispersión a estos grupos armados sunitas. Y exponiendo a corto plazo al norte del territorio israelí a una proximidad inédita con los soldados de un Estado que, según Netanyahu, “extiende sus tinieblas en Medio Oriente” y quiere “la destrucción de Israel”.

Y esto en un momento en que Teherán, manifiestamente dispuesto a consolidar su presencia en Siria, multiplica la construcción de nuevas bases en Siria. A día de hoy existe una treintena, al menos cinco en las inmediaciones de Israel.

Hasta tal punto que los mandos de la aviación israelí, que habían concentrado sus ataques en Siria a convoyes de armas iraníes destinadas a Hizbolá o a hangares donde se almacenaban municiones o misiles hasta su traslado a la milicia libanesa, atacaba recientemente bases militares iraníes que se estaban equipando e instalaciones militares sirias donde se había constatado presencia iraní. Todo ello sin despertar objeciones de los militares rusos que controlan el cielo sirio.

En enero, la aviación israelí alcanzaba varios objetivos iraníes en Siria, en represalia por la tentativa de intrusión de un dron iraní en Israel. Moscú no se opuso a estos ataques, pero Putin, según la prensa israelí, llamó personalmente a Netanyahu para pedirle que renunciase a lanzar un nuevo ataque aéreo de represalias tras la destrucción, con un misil sirio, de un F-16 que se dirigía a participar en los ataques en Siria.

En este contexto inestable, dominado, en opinión de los dirigentes israelíes, por el mayor peso de Irán en la región, el Estado mayor israelí decidía cambiar de estrategia en el sur de Siria y poner en marcha, paralelamente a su ayuda humanitaria, una implicación militar más directa. Desde el comienzo de este año, el Ejército israelí aporta armas, municiones, equipamiento e inteligencia a una decena de grupos rebeldes sunitas, al este del Alto del Golán. Ayuda que eventualmente podría, en caso de necesidad, verse completada con el apoyo de artillería o aéreo.

Según militares israelíes, los grupos que reciben apoyo, algunos de los cuales mantienen aún vinculaciones con Al Qaeda, controlan casi el 65% de la zona fronteriza, al este del Golán. El Ejército sirio, sus aliados chiítas y combatientes drusos, favorables al régimen de Damasco, controlan el norte, es decir el 15% del territorio, desde la caída de la zona rebelde de Beit Jinn, al comienzo del año. Y varios grupos vinculados al Estado Islámico, entre ellos Jaysh Khalid ibn al-Walid, tienen el 20% restante, al sur en torno a Deraa. Según los trabajos sobre el terreno de la investigadora, Elizabeth Tsurkov, del Forum for Regional Thinking, un círculo israelí de investigaciones estratégicas, al menos siete grupos rebeldes, entre ellos los Caballeros del Golán y Firqat Ahrar Nawa, se benefician actualmente de este apoyo israelí. Y no lo niegan.

Varios de ellos, que proceden del frente sur del ASL, gozaban hasta hace poco del apoyo de Jordania y habían recibido misiles anticarro americanos Tows.

Es lo mismo. En opinión de los militares israelís, estos locales, como se les conoce en el Estado mayor, tienen como única misión controlar la zona tampón que debe bloquear el avance del régimen sirio y sus aliados iraníes hacia el Golán, abriendo la vía a la conquista de los pueblos vecinos de la frontera israelí. Porque para los dirigentes israelíes, no hay duda de que Bashar al Assad, ante una situación militar restablecida y garantizada del apoyo de sus aliados rusos e iraníes, acabará por querer también recuperar el control del sur.

Israel puede que no vea inconveniente en ello si el entorno estratégico sirio permanece dominado por Rusia y si esta reconquista no se traduce en una presencia de Irán y de sus milicias peligrosamente cerca de sus fronteras. La zona tampón armada por Israel al este del Golan puede convertirse, en estas condiciones, en un as al que recurrir en el curso de una eventual negociación. Mientras, como dice Elizabeth Tsurkov, ya existe una brecha entre las expectativas de los israelíes y las de sus aliados locales. Los primeros sólo buscan ganar tiempo; los segundos esperan una ayuda ilimitada de Israel y sueñan incluso, gracias a este apoyo, con derrocar al régimen de Bashar al Assad. _____________Traducción: Mariola Moreno

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