Mucho músculo pero sin esqueleto: Europa es una gran potencia militar frente a Rusia pero aún no lo sabe

Durante mucho tiempo, el concepto de “defensa europea” ha tenido todos los ingredientes para hacer bostezar de aburrimiento al público en general. Prometiendo discusiones abstractas o exageradamente técnicas, ya podía ser ignorado Estados Unidos que seguía poniendo su poder al servicio de la protección del Viejo Continente.
Aunque la invasión a gran escala de Ucrania en 2022 ya había marcado el fin de la inocencia, las últimas semanas han hecho mucho más tangible la necesidad de que Europa garantice su propia seguridad. Discursos (como el del vicepresidente J. D. Vance en Múnich), actos (como la suspensión de la ayuda a Ucrania tras el altercado público con el presidente Zelensky en la Casa Blanca) o votos comunes en las Naciones Unidas han materializado un vertiginoso acercamiento ruso-americano.
Vertiginoso, porque marca una divergencia de valores más profunda que nunca con el socio más poderoso de la Alianza Atlántica, cuya fiabilidad se desintegra cada día más. Vertiginoso, porque Europa se enfrenta al reto de seguir siendo, a escala mundial, un polo de resiliencia de la democracia liberal, cuando el autoritarismo no ha dejado de ganar terreno durante los últimos quince años. Resultado: el imperativo de una “defensa europea” autónoma ocupa ahora las portadas de los principales medios de comunicación y se escucha en boca de los principales responsables políticos.
Pero, ¿qué significa esto en concreto? ¿Es creíble sin más? ¿Son los 800.000 millones de euros puestos sobre la mesa el martes 4 de marzo por la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, parte de la solución?
A corto plazo, ayuda a Ucrania
En este momento, el único país del continente que sufre un conflicto de alta intensidad por parte de Rusia es Ucrania. La amenaza que se cierne sobre Kiev es la de un alto el fuego sin garantías serias, o un acuerdo de paz con condiciones inaceptables que permitirían a Putin romper, tarde o temprano, la autonomía política del país. En ese caso, la Unión Europea tendría en su vecindad un Estado sometido a Moscú, que podría entonces emplear su maquinaria de guerra en otras direcciones.
La urgencia, para los Estados europeos convencidos de que hay que evitar ese escenario, consiste por tanto en aumentar su apoyo a Ucrania, sea cual sea la decisión de Estados Unidos. Sobre el papel, hay margen. Los recursos asignados a este fin por grandes Estados como Alemania o Francia representan entre el 0,1 y el 0,2 % de su PIB. Para muchos especialistas en cuestiones de defensa, se ha perdido tiempo, pero los europeos aún pueden hacer pedidos masivos para obtener capacidades militares ya producidas en serie o para dinamizar la producción.
Según Élie Tenenbaum, director del Centro de Estudios de Seguridad del Instituto Francés de Relaciones Internacionales (Ifri), “la prioridad absoluta” debe ser el suministro de proyectiles de artillería: “Ucrania necesita un mínimo de 4.000 al día para no colapsar”. También podrían suministrarse sistemas de defensa contra amenazas aéreas, a falta de los valiosos sistemas Patriot americanos. En el ámbito de comunicaciones e inteligencia, en cambio, los medios americanos son mucho menos sustituibles por los europeos, aunque el investigador menciona una posible “hibridación” entre “la red OneWeb y los satélites militares”.
El consultor Stéphane Audrand va más allá, planteando un escenario en el que los países europeos “asumirían riesgos” al proporcionar garantías de seguridad a Ucrania, incluso a riesgo de verse en confrontación directa con Rusia. El miércoles 5 de marzo, en un discurso televisado, Emmanuel Macron afirmó que la paz en Ucrania “quizá pase por el despliegue de fuerzas europeas” en el país.
“Me cuesta imaginar, escribe Stéphane Audrand en la red social X, que una coalición de algunas grandes potencias europeas, [...] asociadas a Ucrania, sea más débil que Ucrania sola”. Para él, la presencia de Francia impediría a Putin ejercer un chantaje nuclear. Pero esta apuesta se refiere a los temores de una escalada entre potencias “dotadas”, temores que hasta ahora han impedido cualquier implicación de los partidarios de Ucrania en el frente.
A medio plazo, fallos y lagunas
En el medio plazo, una defensa europea autónoma sería la capacidad de responder a una nueva agresión importante de Rusia contra un Estado miembro de la OTAN y/o de la Unión Europea. Y eso cuando Estados Unidos hubiera retirado la mayor parte de sus soldados del continente (unas 100.000 personas actualmente, de las cuales 35.000 en Alemania), y no proporcionara ninguna otra ayuda a distancia.
“Los europeos ya tienen un pie en [este] escenario”, ha declarado Jim Townsend, ex subsecretario de Defensa de Estados Unidos, a la revista Foreign Policy. “Y puedo decirles que no tienen la masa ni la profundidad para hacer todas las cosas que hacen las fuerzas americanas hoy en día”. Pero las democracias liberales del continente cuentan con unos treinta ejércitos, cuyos soldados en activo y algunos equipos superan en número a los del ejército ruso. Entonces, ¿qué justifica la preocupación europea y la necesidad de gastar más?
Empecemos por la “masa” que Jim Townsend menciona. Se refiere a la disponibilidad de suficiente material, no necesariamente el más sofisticado, para luchar a largo plazo en un gran teatro de operaciones. “Los modelos de conflicto para los que están preparadas nuestras fuerzas armadas desde 1991 no tienen nada que ver con lo que está sucediendo en el frente ucraniano”, explica Martin Quencez, del think tank German Marshall Fund. “Enviar hombres al Sahel no es lo mismo que tener que responder a cientos de misiles y miles de balas todos los días”.
Un montón de ladrillos no hace una casa
Luego está el problema de la fragmentación de las fuerzas armadas europeas, que explica por qué la suma de sus capacidades es difícil de comparar con el ejército de una sola gran potencia. Hay duplicaciones, “lagunas”, dependencias y una variedad de sistemas de armas que disminuyen la eficacia colectiva. Este defecto de integración se traduce sobre todo en la logística y en lo que los especialistas llaman las capacidades “clave”.
“Hay equipos por toda Europa, pero sobre todo en el oeste”, dice Martin Quencez. “Sin embargo, no tenemos la infraestructura para llevar rápidamente cientos de tanques a una posible frontera en Estonia”.
“Algunas operaciones recientes, como la de Libia en 2011,” continúa el mismo investigador, “han hecho sentir a los europeos su dependencia de Estados Unidos, ya sea en materia de inteligencia satelital y terrestre o de reabastecimiento de aviones en vuelo. Los europeos carecen de capacidades que les permitan actuar”.
“Un montón de ladrillos no hace una casa”, resume Stéphane Audrand, y pasa a una metáfora más orgánica. “Los europeos tienen musculatura: vehículos blindados, tanques, escuadrones de caza, etc. Pero se necesita un esqueleto para mantenerlos unidos: capacidades de mando y control, vigilancia, inteligencia, guerra electrónica, disuasión nuclear, etc.”
Solo tres miembros de la OTAN (Francia, Reino Unido y Turquía) han intentado construir una verdadera estructura de ese tipo en su espacio nacional. Pero a nivel europeo, en caso de una retirada rápida y masiva de Estados Unidos, el trabajo sigue siendo enorme. “Los europeos ya saben trabajar juntos”, detalla Stéphane Audrand. “Es lo que se llama interoperabilidad, y ya es una ventaja. Permite llevar a cabo operaciones conjuntas. Pero a largo plazo, emanciparse estructural y completamente de Estados Unidos es un trabajo de quince años”.
Una cuestión política y financiera
Una tarea de este tipo requiere tener clara la estrategia a seguir y ceñirse a ella a lo largo del tiempo. Una de las cuestiones fundamentales que hay que resolver en este sentido es la del marco en el que debe construirse una defensa europea autónoma. Por ejemplo, el formato de las cumbres europeas que se han sucedido en las últimas semanas varía considerablemente, ya que no todos los miembros de la OTAN forman parte de la UE y algunos miembros de la UE no forman parte de la OTAN.
Ciertamente, la urgencia puede ayudar a superar los bloqueos institucionales en beneficio de una coalición de Estados capaces y voluntariosos, pero los contornos de esta siguen siendo imprecisos. Y algunos instrumentos financieros que se proponen hoy, como los que Ursula von der Leyen ha mencionado en nombre de la Comisión Europea, es decir, en el marco de la UE, requieren la adhesión de suficientes Estados miembros. Por no hablar de los imprevistos electorales...
“La guerra en Ucrania nos ha recordado que Rusia es una amenaza importante. Algunos Estados la perciben como una amenaza existencial, pero eso no es así en países del otro extremo del continente, como Portugal y España”, recuerda Julien Malizard, economista del Instituto de Altos Estudios de Defensa Nacional. “Porque, antes de tomar cualquier decisión industrial, se necesita un marco de referencia común que diagnostique el estado del mundo y especifique las ambiciones que nos fijamos”.
En vista del aumento del precio de los equipos militares, ninguna nación europea dispondrá por sí sola de los medios para hacer frente a todas las amenazas
Por el momento, se ha declarado que los 150.000 millones de préstamos anunciados por Von der Leyen y los posibles 800.000 millones mencionados, sin que su financiación esté muy clara, deben “permitir a los Estados miembros aumentar significativamente sus gastos de defensa”. Pero eso no dice nada de una estrategia realmente común en términos de política industrial y modelo de fuerzas.
En cuanto a la magnitud de esas cantidades, según Julien Malizard, “es mucho a escala de los países europeos, que gastan alrededor de 280.000 millones de euros al año en defensa, y poco en comparación con las grandes potencias mundiales. La primera de ellas, Estados Unidos, destina alrededor de 900.000 millones al año. Oficialmente, Rusia gasta alrededor de 120.000 millones al tipo de cambio oficial, pero si se razona en paridad de poder adquisitivo, tal vez haya que multiplicar esa cifra por tres”.
Según las estimaciones de Guntram Wolff, investigador asociado del think tank Bruegel, compensar una retirada americana para disuadir o hacer frente concretamente a una agresión rusa a medio plazo supondría un esfuerzo adicional de 250.000 millones de euros al año. “Se habla de un aumento de menos de dos puntos del PIB, defendió recientemente en las columnas de Nouvel Obs, “Eso es menos que el esfuerzo realizado frente a la pandemia del covid. Pero, ¿hay voluntad política?”
En los próximos meses y años se agudizará el conflicto, tanto en la clase política como en las administraciones y la industria, entre los defensores de las estrategias nacionales, aquellos que desean permanecer arrimados a Estados Unidos, y aquellos que creen que es imperativo actuar a escala europea.
Lo que es seguro es que, dados los crecientes precios de los equipos militares, ninguna nación europea podrá disponer por sí sola de los medios para hacer frente a todas las amenazas. Ninguna, ni siquiera la que cuente con armas nucleares, podrá luchar contra el terrorismo, escoltar sus barcos por el Mar Rojo, ayudar a un Estado agredido en suelo europeo y prepararse sola para un conflicto de alta intensidad.
Eurocorbetas, superdrones, sistemas de defensa área... Europa entra en una era de rearme frente a Trump y Putin
Ver más
En otras palabras, si la ruptura con Estados Unidos resulta completa y definitiva, y si los Estados europeos no consiguen construir una defensa autónoma (sea cual sea el marco), serán inevitablemente más vulnerables que ahora en cuanto a su seguridad, y sobre todo verán reducirse su autonomía política frente a las grandes potencias del sistema internacional.
Traducción de Miguel López