‘Servidor del pueblo’, la serie que forjó la alianza entre Zelenski y su nación

Volodimir Zelenski visita el frente de combate en el este de Ucrania.

Occitane Lacurie (Mediapart)

“¡Putin ha sido destituido!". Con esta frase, Goloborodko, el héroe al que da vida Volodymyr Zelensky en Servidor del pueblo, suele acallar la algarabía de los parlamentarios enfadados o de la multitud enfurecida para poder hacerse con la palabra. “¡Siempre funciona!”, sigue sorprendiéndose al final de la primera temporada.

En la serie satírica, emitida de 2016 a 2019 en la televisión ucraniana, este “presidente corriente”, un profesor de historia mal pagado elegido misteriosamente coincidiendo con la revolución del Maidán (2014), lucha incansablemente contra los oligarcas, la corrupción, los bancos, el FMI, la Rusia amenazante, la Europa indiferente y los viejos hábitos soviéticos sólidamente anclados en la alta función pública, así como en el comportamiento de la población. En su desesperado intento por librar al Estado de sus antiguas deficiencias, el presidente Goloborodko se ve obligado a recurrir a un equipo ministerial de incorruptibles, compuesto exclusivamente por sus amigos de la infancia de la “sociedad civil”. 

Para entender al presidente en el que se ha convertido Zelensky y el éxito popular de su personaje, hay que entender primero el presidencialismo ucraniano: se asemeja bastante a la V República francesa antes de hacer coincidir las elecciones legislativas con las presidenciales, el régimen sitúa al Parlamento en el segundo plano del proceso político, concediendo un lugar predominante al Ejecutivo. La serie lo muestra bien, presentando a un presidente ciertamente simpático pero todopoderoso, que, en el quinto episodio, reduce la Rada de 450 a 70 diputados, debido a una drástica reforma de los gastos de funcionamiento del Estado.

Las leyes son a menudo fruto de una inspiración relámpago de Goloborodko y sólo se presenta a los parlamentarios para describirlos como “malos servidores del pueblo”. Varias escenas los muestran en actitud pugilística, debatiendo sobre cuestiones triviales como los nombres de las calles de Kiev (Kyiv en ucraniano), descontentos por tener que regresar de vacaciones para votar la nueva legislación fiscal o dedicándose al sutil arte del fraude fiscal.

La afición de los altos funcionarios a malversar fondos públicos impide también al presidente Golobordko contar con ellos para la política de grandes obras que pretende llevar a cabo: en una secuencia de llamadas telefónicas en cascada, de superior a subordinado, la cantidad prometida por el Ejecutivo para reconstruir las carreteras de la capital se derrite como la nieve al sol a medida que cada departamento va metiendo mano en el presupuesto.  

En el frente de la política exterior, el servidor del pueblo se encuentra igual de solo, obligado a aceptar las condiciones impuestas por dos ejecutivos suecos del Fondo Monetario Internacional y del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo, que aprovechan una noche de borrachera para arrancarle promesas de reformas de austeridad. La ira por la reforma de las pensiones y la subida de los impuestos sobre el alcohol llevó incluso a sus equipos a inventar un meteorito a punto de estrellarse en Ucrania, para evitar que la población protagonice un “nuevo Maidán”. 

El hombre providencial

Ante un Parlamento que se presenta como fallido y un aparato estatal gangrenado por la corrupción, en el marco político y filosófico de un régimen presidencialista comparable al francés, no es de extrañar la aparición de una solución con cara de hombre providencial, que sólo tiene su buena voluntad como programa.

No es fácil evaluar las consecuencias precisas de la serie en las elecciones de 2019, que llevaron a Volodymyr Zelensky al cargo supremo, pero lo cierto es que su candidatura contó con el respaldo de un partido también llamado “Servidor del pueblo”, y con el apoyo económico del presidente del canal 1+1 que emitió la serie en horario de máxima audiencia – antes de las elecciones, también emitió un documental sobre Ronald Reagan con la voz en off de Zelensky–.

Sin embargo, la serie por sí sola no explica la popularidad del cómico. Como presentador de la muy vista Liga Smeha (“Liga de la risa”, un programa de juegos que se emitió de 2015 a 2019 en 1+1, Zelensky ya era una figura conocida en el panorama audiovisual ucraniano. Doblador de dibujos animados, presentó entonces programas de humor en los que sus imitaciones de Poroshenko (presidente del país de 2014 a 2019) eran la comidilla.

Durante la década de 2010, el cómico incluso contribuyó activamente a dar forma a la televisión de su país, a través de la productora que cofundó, Studio Kvartal 95, que se puso al servicio de Servidor del pueblo, serie que Zelensky coescribió y financió. Por ello, resulta difícil no ver en la serie una operación programática o, al menos, la presentación de una determinada visión del poder.

Su respuesta a una popularidad decadente

Pero mientras las orientaciones políticas del profesor de historia quedaban expuestas episodio tras episodio, la Presidencia de Zelensky se ve sujeta a todo tipo de sospechas en cuanto a sus lealtades. El ideal de probidad encarnado por su personaje y blandido durante la campaña real de 2019 se ve socavado con los Pandora Papers, o cuando Zelensky es sospechoso de ser prorruso o se le acusa de favorecer a los oligarcas y a las grandes empresas, especialmente con una reforma liberal de la legislación laboral (denunciada por el partido de izquierdas Movimiento Social).

Para sostener un índice de popularidad en horas bajas, lejos de los índices plebiscitarios de su campaña, Zelensky recurrió entonces a una estrategia de comunicación personal destinada a reinscribir su imagen pública en línea con su personaje de ficción.

Para convencerse de ello, basta con echar un ojo a su cuenta de Instagram, en la que el presidente ucraniano documenta su día a día a través de selfies, pequeños vídeos que parecen improvisadas alocuciones a sus conciudadanos, grabados con el móvil en su coche, sentado en su despacho o en el gimnasio, poco antes de una reunión del Cuarteto de Normandía. Aunque hay otros más elaborados, como una grabación multicámara de una reunión de trabajo sobre el tema de la energía, está claro que prefiere las imágenes de baja definición de la cámara frontal de su teléfono, que son una garantía de autenticidad porque son diferentes de las pulidas fotografías tomadas por sus equipos de comunicación.

Además, al principio de la serie, las grabaciones a las que se somete el nuevo presidente se presentan como engañosas: Golobordko aparece flanqueado, delante de un fondo verde, sobre el que desfilan niños, trabajadores e ingenieros, para constituir de antemano un corpus de fotos oficiales “en situación”.

El rostro de la guerra

Desde la invasión rusa, no hace falta decir que el estilo de los vídeos ha cambiado, aunque se sigue dirigiéndose directamente al smartphone. Al igual que los conmovedores discursos de Goloborodko fueron muy vistos antes de ser reutilizados durante la campaña de Zelensky como vídeos compartibles en las redes sociales, las imágenes del presidente ucraniano frente a la cámara en las calles de Kiev están despertando un gran interés en internet.

Estos vídeos, prueba del valor y de la tenacidad del jefe del Estado y publicados diariamente, son merecedores de numerosos memes y de posts de admiración en las redes sociales. Es innegable que esas imágenes grabadas con un smartphone ponen cara y voz a la guerra en Ucrania, al tiempo que contribuyen a la mitificación expresa de la resistencia ucraniana y de su autor.

Entre tanto, en Francia, mientras Emmanuel Macron lanza su campaña aprovechando lo que la guerra a las puertas de Europa aporta a su imagen de presidente saliente, sus equipos de campaña lanzan una miniserieLe Candidat, dirigida por Stéphane Gillot. ¿Debemos ver en esta nueva estrategia de comunicación un efecto de los tiempos que corren, del éxito de las series políticas y de las consecuencias que Édouard, mon pote de droite tuvo en el índice de popularidad del [ex primer ministro] Édouard Philippe, o una conciencia más reciente, inspirada en el caso Zelensky?

Si bien la respuesta es incierta, lo cierto es que asistimos a un momento particular de la serialización de la vida política: los actores ya no se contentan con transformarse en presidentes, sino que también ocurre lo contrario.

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Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés: 

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