Análisis

La Siria de hoy no es la España de ayer

En el campo de batalla sirio planea la comparación del conflicto con la guerra civil española (1936-39). En ambos casos, el levantamiento contra el poder central devino en un enfrentamiento mesiánico a escala planetaria, que atrajo a voluntarios internacionales, que provocó éxodos, que vaticinaban una catástrofe aún peor, bajo la mirada desvergonzada de las grandes potencias.

España fue un ensayo general. El fascismo y el comunismo se enfrentaron. También alcanzaron un pacto (germano-soviético, el 23 de agosto de 1939), que saltó en pedazos cuando Hitler emprendió una ofensiva contra Stalin (operación Barbarossa, el 22 de junio de 1941). Por tanto, la confusión y las alianzas inesperadas pueden interferir en la interpretación de los enfrentamientos ideológicos...

En 1945, el fascismo perdió su capacidad de movilización. Hubo algunos actos violentos residuales vinculados con la descolonización, algunos mercenarios intentaron conservar, en beneficio de la “raza blanca”, los reductos del imperio –de la Argelia francesa a las posesiones portuguesas (Mozambique y Angola). Sin olvidar el apartheid de África del Sur, considerado la Heimat neonazi, junto con algunas otras causas emprendidas en nombre de una supuesta cristiandad que era necesario defender –como los falangistas libaneses o los Karen en Birmania–.

Por contra, la izquierda mundial siguió movilizando a sus efectivos en la segunda mitad del siglo XX. Cuba, en la aureola de la revolución castrista, marcó el punto culminante a la hora de reclutar por una buena causa. A medida que se iniciaba el declive del ideal socialista, se iban produciendo réplicas cada vez más sumarias –la Nicaragua sandinista, la Burkina Faso del capital Sankara–.

A día de hoy, el islam ha tomado el relevo de esos llamamientos universales, a raíz de la invasión soviética de Afganistán (1979) y, posteriormente, con las expediciones iraquíes de Bush padre (1991) y de Bush hijo (2003). Se puede encontrar fuera de lugar o incluso calificar de injurioso el hecho de situar al mismo nivel la revuelta que estalló en 2011 para matar al dictador Assad, en plena primavera árabe, y el golpe de estado del general Franco contra el gobierno del Frente Popular, durante la República española de 1936. Algo similar sucede en lo que respecta a los brigadistas internacionales y los yihadistas que se unen a las filas del Isis.

No obstante, esta última analogía se sostiene por encima de los valores antagónicos defendidos por los voluntarios que acudieron a combatir in situ con 80 años de diferencia. En un caso y otro, hay muchas personas marginales empobrecidas, que viven su implicación como una forma de rehabilitación política, moral y social, tanto a sus propios ojos como a ojos de aquellos que les rodean. En el documental Le chagrin et la pitié (1969), de Marcel Ophuls, Emmanuel d'Astier de la Vigerie recordaba que los franceses libres, en 1940, eran sobre todo idealistas desaliñados, que no tenían nada y que no tenían nada que perder, al contrario de lo que sucedía con los burgueses encorsetados de costumbres profesionales o familiares. Los brigadistas y los yihadistas proceden de entornos estigmatizados. In situ, se encuentran con juegos de disputas internas violentas haciendo prevalecer el objetivo inicial –estalinistas contra anarquistas, trotskistas, socialistas o humanistas en España; islamistas de todo pelo contra demócratas laicos o musulmanes en Siria.

Estos ajustes de cuentas endógenos no pueden enmascarar lo esencial: la inacción internacional frente a la escalada de los crímenes, destrucciones y matanzas. Frente a la Guerra Civil española, la no intervención que se impuso en la Francia dirigida por León Blum bajo la presión de un Londres conservador, envalentonó a la Alemania hitleriana y a la Italia fascistas, quienes dieron su apoyo incontestable a Franco frente a las reticencias de las democracias a la defensiva. Los socialistas franceses se mostraron cobardes, apáticos, indignos y culpables de allanar el camino a los más salvajes.

Bien es cierto que Stanley Baldwin, el premier británico, estaba haciendo frente a una crisis dinástica sin precedentes (tuvo que servir a tres soberanos sucesivos solo en 1936: George V, Eduardo VIII y George VI). Sin embargo, veía con satisfacción especialmente la situación española, que le parecía llevar al exterminio a la extrema izquierda por parte de la extrema derecha y viceversa. Que se maten entre ellos hasta que no quede uno y adiós muy buenas. Esa parecía ser –y sigue pareciéndolo a día de hoy– la divisa de nuestras democracias parlamentarias. Teorizaban –y teorizan aún– su incapacidad para cortar el nudo gordiano por esta ilusión de entrega, dejemos a las fuerzas del mal que se despedacen entre ellas...

“Los cañonazos que traen la democracia”

Si una visión así no fuese una quimera, las armas la abrogarían. La guerra alumbra monstruosas dialécticas. De ahí el pacto germano-soviético de agosto de 1939. De ahí las angustias sobre lo que fecundará el conflicto sirio.

Podemos ver en esta situación cómo regresa con fuerza un choque milenario entre el mundo chiíta y el extremismo sunita. ¿Se circunscribirá quizás al polvorín de Oriente Medio? ¿Se puede limitar a una división de Siria? ¿O puede degenerar a través de la cuestión kurda que alienta Turquía hasta el punto de extenderse y de dar lugar a alianzas antaño inimaginables Washington-Tel-Aviv-Riad contra Teherán y sus regímenes sustitutivos libano-iraquíes, de ahí la entrada de Moscú y Pekín en el baile, lo que puede provocar la intervención de India –por tanto de Pakistán– (lo que en ese caso daría siete potencias nucleares armadas)?.

Más alejados de esquemas geopolíticos, imaginando movimientos migratorios en un contexto de cambio climático, algunos barruntan una ola del sur al oeste del Mediterráneo, como si se tratase del regreso del general Tariq ibn Ziyad, sometiendo a la Península Ibérica en el año 711...

Las previsiones, incluso las más comprometidas, nos parecen menos peligrosas que las lecciones de un pasado fosilizado sobre nuestro presente explosivo.En 1936, la no intervención en España resultó ciertamente fatal para la democracia. Sin embargo, a día de hoy, la intervención en Siria daría lugar a lo irreparable: una conmoción belicosa local, regional y global, donde se mezclaría lo nacional, lo religioso y la memoria colectiva de pueblos antaño colonizados. Nuestro mundo, multipolar, ya no soporta que solo la esfera occidental se erija en encarnación de la conciencia universal. Y en pseudogarante de valores comunes, ahora inexistentes. Solo hay, en esta tierra de crisis, experiencias fallidas, toda una colección de traumas sensibles a la menor dosis de vacuna de recuerdo.

Sin necesidad de remontarse a las Cruzadas, el regreso a las igniciones memoriales solo pueden abarcar el sur del Mediterráneo, tal y como se ha puesto de manifiesto a raíz de los fiascos libios e iraquíes. Intervenir en Siria reabriría heridas.

Francia, al imponerse como potencia mandataria en Siria tras la Primera Guerra Mundial, estaba haciendo valer su fuerza. Del 14 de julio de 1920 (ultimátum en Damasco del general Gouraud) al 29 de mayo de 1945 (bombardeo de Damasco por parte del general Oliva-Roget por órdenes de Charles de Gaulle en persona), los sirios fueron objetivo de la injusticia sin consideración alguna por parte de París, sometiendo a una represión feroz las revueltas locales entre 1925 y 1927.

Cada nuevo ataque ordenado por François Hollande, estúpido desde un punto de vista estratégico, golpearía de forma duradera a orillas del Orantes, acercando a los sirios al dictador Assad. Molesta, pero es así. Y muy a pesar de la propaganda de la CNN y de las televisiones occidentales que machacan a cuantos más mejor con su alegoría catódica: “Los cañonazos traen la democracia a Oriente Medio”...

La comparación histórica tiene límites. No por los anacronismos o la inversión de papeles (el carnicero Assad, en el poder de Damasco, no puede ponerse al mismo nivel que la República, en el caso del Madrid de 1936), pero sí en lo que respecta al modus operandi para salir del horror. No habría nada peor, por parte de París, Londres o Washington, que intervenir en Siria... para ¡reparar un error cometido hace ocho décadas en España!

_____________Traducción: Mariola Moreno

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