Srebrenica, la ciudad que solo cobra vida en los aniversarios del genocidio
En las verdes colinas, miles de nishan, las estelas blancas musulmanas, dan testimonio de la magnitud de la masacre que tuvo lugar hace tres décadas en esas tierras onduladas del este de Bosnia-Herzegovina, muy cerca de Serbia. El memorial y cementerio de Potočari, inaugurado a principios de la década de 2000, se encuentra frente al antiguo cuartel general del Dutchbat, que se había instalado en este suburbio industrial, a la entrada norte de Srebrenica.
El Dutchbat, batallón de cascos azules neerlandeses, tenía la misión de proteger la “zona de seguridad” proclamada en la primavera de 1993 por las Naciones Unidas. En aquella época, decenas de miles de refugiados que huían de la limpieza étnica llevada a cabo por los serbios en el este de Bosnia-Herzegovina habían encontrado refugio en ese enclave bosnio.
Sin embargo, el 7 de julio de 1995, esos “soldados de paz” fueron tomados por sorpresa por un ataque masivo de la VRS, el Ejército de los Serbios de Bosnia, comandado por Ratko Mladić. No tenían medios para oponerse y, a pesar de sus repetidas llamadas al cuartel general de la Forpronu, la Fuerza de Protección de la ONU, comandada por el general francés Bernard Janvier, no recibieron ni instrucciones ni refuerzos y asistieron, impotentes, a la caída de Srebrenica cuatro días después.
Ante los ojos del mundo
El 11 de julio, unas 30.000 personas se dirigen al campamento del Dutchbat, con la esperanza de encontrar ayuda de los cascos azules. Un esfuerzo inútil: Ratko Mladić y sus hombres proceden, ante las cámaras de todo el mundo, a separar a las mujeres, los niños, los ancianos y “los hombres en edad de combatir”. Según el balance oficial, fueron ejecutados un total de 8.372 bosnios cuyos nombres figuran grabados en mármol a la entrada del memorial de Potočari. Más de mil siguen desaparecidos y las posibilidades de encontrar sus restos son ahora mínimas.
En las semanas siguientes, Estados Unidos presentó ante la ONU las imágenes de fosas comunes identificadas por sus aviones espía, lo que convirtió a Srebrenica en el primer genocidio llevado a cabo prácticamente a la vista de todo el mundo. Los distintos servicios de inteligencia conocían la intención de los responsables políticos serbios de Bosnia de aniquilar a la población bosnia de las zonas de seguridad protegidas por la ONU en el este del país, pero eso no bastó para impedir el crimen.
A principios de marzo de 1995, Radovan Karadžić, su líder político, emitió una directiva en la que pedía “crear, mediante operaciones de combate planificadas y bien concebidas, una situación insoportable de inseguridad total, sin dejar ninguna esperanza de supervivencia ni de vida futura para los habitantes de Srebrenica y Žepa”. Esto le valió, junto con Ratko Mladić, una condena a cadena perpetua por genocidio por parte del Tribunal Penal Internacional para la exYugoslavia (TPIY).
Las presiones diplomáticas serbias para impugnar el crimen, con el apoyo tácito de Israel, funcionaron en parte
Paradójicamente, la masacre de Srebrenica precipitó el fin de la guerra. Seis meses después se firmaron los acuerdos de paz de Dayton, que dividieron Bosnia-Herzegovina en dos entidades: la República Srpska y la Federación de Bosnia y Herzegovina. Una división que de facto ratificó la limpieza étnica.
A principios de 2007, el Tribunal Internacional de Justicia (TIJ) reconoció el carácter genocida del crimen cometido en Srebrenica, confirmando la jurisprudencia del TPIY. Sin embargo, hubo que esperar hasta la primavera de 2024 para que la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptara una resolución que declaraba el 11 de julio Día Internacional de Conmemoración del Genocidio de Srebrenica, aunque sin llegar a un consenso: 68 países de 171 se abstuvieron y solo 84 votaron a favor, la mayoría pertenecientes al mundo occidental.
La intensa presión ejercida por la diplomacia serbia para negar que se cometiera un genocidio en Srebrenica, con el apoyo tácito de Israel (que no participó en la votación), ha dado así sus frutos en parte. El argumento esgrimido es que no se exterminó a toda la población bosnia. Sin embargo, “según la Convención sobre el Genocidio [de 1948], se trata de la aniquilación deliberada de un grupo o parte de un grupo nacional, étnico, religioso o racial. Se hace hincapié en la destrucción del grupo, no en la muerte de todos sus miembros”, como recuerda el historiador israelí Amos Goldberg.
Por lo tanto, prima la intencionalidad, y la logística desplegada en Srebrenica la caracteriza. En el momento de esa resolución, Milorad Dodik, el líder político de los serbios de Bosnia, consideró que la “operación” de julio de 1995 fue un “error”, un “crimen enorme […], pero no un genocidio”. Según él, se trata de “una palabra terrible” utilizada por “ellos”, los bosnios, para “descalificar moralmente” a todos los suyos.
En el poder desde 2006, Milorad Dodik nunca ha asistido a una conmemoración del crimen de Srebrenica. En cambio, asiste regularmente a la ceremonia en honor a “las masacres y el sufrimiento del pueblo serbio” organizada en la vecina localidad de Bratunac, donde se erigió una enorme cruz negra en homenaje a los 3.267 serbios que murieron en los alrededores entre 1992 y 1995. El 5 de julio volvió a estar allí, junto a la presidenta del Parlamento serbio y el patriarca de la Iglesia ortodoxa serbia.
“Ayer Srebrenica, hoy Gaza”
En una Bosnia-Herzegovina dividida, la memoria sigue profundamente fragmentada, sobre todo la de la última guerra. Milorad Dodik lo ha entendido bien, al igual que Aleksandar Vučić en Belgrado, quienes defienden hoy el "mundo serbio", la versión 2.0 de la “Gran Serbia” promovida en la década de 1990 por Slobodan Milošević.
La guerra en Gaza ha contribuido a reavivar esas divisiones. Los bosnios, desde hace mucho tiempo propalestinos, establecen un paralelismo entre el asedio de Sarajevo y el de Gaza, mientras que el lema “ayer Srebrenica, hoy Gaza” resume bien la percepción general que prevalece: la existencia de un destino común que une a ambos pueblos. “El hecho de que los bosnios y los palestinos sean musulmanes suníes refuerza aún más esta relación”, señala el profesor Valentino Grbavac.
Por el contrario, Milorad Dodik repite hasta la saciedad su apoyo a Israel, tras haberse acercado a Benjamín Netanyahu. Hasta tal punto que fue invitado a la conferencia “sobre la lucha contra el antisemitismo” que reunió en primavera a lo más granado de la extrema derecha europea en Jerusalén. “Los serbios y los judíos son pueblos que otros han intentado aniquilar y, sin embargo, han resistido. Por eso nos entendemos. Y por eso somos solidarios”, escribió entonces en X. Según él, judíos y serbios también están amenazados por el “extremismo musulmán”.
En Srebrenica sólo quedan unos 5.000 habitantes, la mitad serbios y la mitad bosnios, siete veces menos que antes de la guerra
El hombre fuerte de los serbios de Bosnia seguramente está tratando de reunir un apoyo útil para su proyecto de secesión de la República Srpska. Milorad Dodik, convencido de que Bosnia-Herzegovina es un “Estado imposible”, inviable, “sin futuro”, está socavando la unidad del país con medidas separatistas que no paran de profundizarse. Desde el verano de 2021, no pasa seis meses sin que se tema un posible retorno de la guerra. La población de Srebrenica, que fue anexionada a la entidad serbia en los acuerdos de Dayton, mira al futuro con aún más inquietud.
Pero hay algunos signos alentadores. Casi todas las mezquitas de la ciudad martirizada han sido reconstruidas y los serbios han ayudado a los bosnios, reactivando el ancestral principio del komšiluk, término otomano que designa las relaciones de buena vecindad, que prevalecieron durante varios siglos. Los más optimistas también destacan la celebración de algunas bodas mixtas para subrayar la posibilidad de una convivencia.
Pero eso no basta para olvidar que Srebrenica se está muriendo. Según el propio alcalde, solo quedan unos 5.000 habitantes, la mitad serbios y la mitad bosnios, siete veces menos que antes de la guerra. “Srebrenica: donde ya no hay nadie para vivir”, así titulaba el periodista local Marinko Sekulić uno de sus últimos artículos para la Deutsche Welle. Tras reconstruir con esfuerzo su vida en su ciudad natal, él mismo ha visto cómo sus hijos se marchaban uno a uno, a Sarajevo o a Alemania.
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Hoy en día, la localidad solo cobra vida el 11 de julio, cuando se conmemora el genocidio. Este año, para la ceremonia del 30º aniversario, las asociaciones de víctimas anuncian la presencia de nada menos que 150.000 personas. Pero al día siguiente, todas se habrán marchado y Srebrenica volverá a sumirse en el letargo, prisionera de un pasado que le niega el futuro.
Traducción de Miguel López