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Literatura

Houellebecq o cómo atinar con lo inapropiado

Portada de 'Charlie Hebdo' con Michel Houellebecq.

Hay ocasiones en las que, azares del destino mediante, uno puede pecar de pasarse de atinado. Es lo que le ha ocurrido al escritor francés Michel Houellebecq, protagonista de la última carátula hasta la fecha del semanario satírico Charlie Hebdo, publicada justo el día de los atentados ocurridos la semana pasada, que se saldaron con una docena trabajadores de la revista asesinados. El honor de ocupar la portada respondía a la salida a la venta, el mismo 7 de enero, de su último título, Soumission (Sumisión, que es a su vez la traducción de Islam).

En él, el autor de La posibilidad de una isla fantasea nuevamente con un futuro distópico, este ambientado a solo siete años vista, en 2022. Con solo dos posibles candidatos a ganar las elecciones que se celebrarían ese año, el muy real Frente Nacional de Marine Le Pen y el ficticio Partido Islámico, los socialistas pactan con el candidato musulmán para dejar fuera a los ultraderechistas.

Poco más hace falta decir sobre los porqués de la fuerte reacción que el título ha provocado en la sociedad francesa. Previsto para desembarcar en España a principios de 2016 con Anagrama, aquí tampoco hemos querido quedarnos atrás, y dado el considerable revuelo que ha levantado, la editorial finalmente lo tendrá listo para este mayo.

“Pero Sumisión no trata en absoluto, aunque discutiblemente, de la política como tema primario”, explica The Guardian en su crítica. “El verdadero objetivo de la sátira de Houellebecq –como en sus anteriores novelas- es la predeciblemente manipulable venalidad y lascivia del hombre metropolitano moderno, intelectual o no. El propio François [nombre del protagonista, un profesor universitario cuarentón] se somete felizmente al nuevo orden, no por grandes razones filosóficas o religiosas, sino porque los nuevos dueños saudíes de la Sorbona pagan mucho mejor y, lo que es más importante, le está permitida la poligamia”.

Tras los atentados, el autor abandonó inmediatamente la promoción del libro, y tuvo que salir de París con escolta, como él mismo declaró en busca "del verde", un lugar tranquilo en la nieve donde poder llevar el luto por la muerte de su amigo Bernard Marin, economista víctima de la matanza. De hecho, su editorial, Flammarion, tuvo que desalojar su sede por motivos de seguridad.

Que la obra -guste o no en su fondo o forma- fuera absolutamente pertinente en un momento en el que Francia vive un intenso debate sobre el auge de la extrema derecha y la percepción de la creciente islamización de la sociedad (un tema abierto y muy vivo desde hace años en aquel país, azuzado y escorado hacia el fanatismo por la intransigente visión del Frente Nacional de los Le Pen), no le ha servido para hallar la redención, sino más bien todo lo contrario.

“Él describe un futuro que no es seguro pero que es plausible”, decía el 3 de enero el filósofo Alain Finkielkraut, a lo que Laurent Joffrin, director de Libération, añadía: “La novela quedará como un hito en la historia de las ideas, porque marcará la irrupción –o el retorno- de las tesis de la extrema derecha a la alta literatura. El libro ensalza las ideas del Frente Nacional, o si se quiere las de Eric Zemmour (periodista político conservador que escribe para Le Figaro), en el seno de la élite intelectual”.

Es decir, que Sumisión no es (solo) una fábula sobre la islamización de Europa, sino que la chicha la guarda en esa novelización de las ideas ultraderechistas. Que sea una obra de ficción, esto es, pura imaginación y conjetura, y que coincida con toda una movilización por la defensa de la libertad de expresión, de poco le ha valido al ganador del premio Goncourt, cuya novela, de acuerdo con el director de Le Monde des livres, el suplemento literario de Le Monde, suscita "la náusea y la revuelta"

Las polémicas, no obstante, y como suele ocurrir, han ayudado a que el libro haya escalado rápidamente los primeros puestos de las listas de ventas: este mismo lunes era el número uno en el ranking francés de Amazon, que ese día señalaba que el título llevaba 26 días –es decir, desde antes de que saliera a la calle- en el top 100.

Suponemos que no les sorprenderá si agregamos que absolutamente todas las publicaciones de ese listado hasta la 11 (además de otras cuantas hasta el 20) corresponden a autores relacionados directa o indirectamente con la masacre: hay cómics de Charb, Cabu o del mismo Charlie Hebdo, un libro del periodista Zemmour y otro titulado Alá es grande, la República también, de Lydia Guirous.  

Casualidades de la vida

La bendita casualidad, que ha querido que la salida de Sumisión coincidiera exactamente con el día del atentado, ya había hecho de las suyas en ocasiones anteriores. Ejemplo icónico es el 11 de septiembre neoyorquino, que no afectó -de un modo u otro- a una sola obra, sino a tantas que Wikipedia consagra un extenso artículo a la cuestión.

Series de televisión y películas fueron editadas para borrar escenas que mostraran las Torres Gemelas, y otras fueron directamente canceladas. ¿Recuerdan aquel tráiler de Spiderman que despareció porque el hombre araña se dedicaba a tejer una tela entre los edificios? ¿O el filme Men in Black II, que tuvo que trasladar su escena final del World Trade Center a la Estatua de la Libertad? Claro que ninguna de estas producciones tenía la capacidad de inflamar los ánimos como solo Houellebecq sabe.

Tres cuartos de lo mismo ocurrió con muchas canciones, que fueron censuradas en la radio por guardar algún tipo de relación conceptual (léase, porque se titulaban, por ejemplo, New York, New York) con aquellos atentados de 2001. Aunque no hace falta remontarse tan atrás para encontrar otros ejemplos: Die Young, sencillo de la cantante estadounidense Kesha, fue vetado en las ondas de su país porque el mensaje que cantaba en su estribillo –Disfrutemos al máximo de la noche, como si fuéramos a morir jóvenes- no era precisamente estéticamente idóneo en aquellos días de finales de 2012 en los que se lloraba la muerte de 28 personas, entre ellas 20 niños, tras un ataque a la escuela primaria de Sandy Hook, en Connecticut.

Lejos de tomárselo a mal, la solista aseguró que comprendía la situación: “Yo también he tenido mis propias dudas con este tema por las mismas razones. No quería cantar esa letra pero me obligaron”, declaró. “Lo siento muchísimo por todos los que se han visto afectados por esta tragedia, y comprendo por qué mi canción es inapropiada”. Coincidimos con ella en que, efectivamente, apropiada no era la canción. Ahora bien, ¿era necesario censurarla? 

A Houllebecq, viendo cómo aquí en España su editorial se ha apresurado a traducir la novela cuanto antes, definitivamente no le han vetado, sino más bien al revés. Hay que aprovechar el tirón. También puede ser cierto que, como opinaba el periodista conservador del New York Times David Brooks en su reciente artículo Yo no soy Charlie Hebdo, las sensibilidades europea y estadounidense queden bastante lejos la una de la otra, y que cuando ellos cortan por lo sano, nosotros tendemos a hurgar en la herida.

Convendría, con todo, recordar el mensaje que lanzaron en aquel septiembre de 2001 las asociaciones norteamericanas contra la censura: "Se entiende por qué se retiran ciertas canciones violentas. Pero es hacer una lista como esta, y lo siguiente que sabes es que alguien está retirando los álbumes de las estanterías del WalMart". 

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