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Darío Adanti en los barrancos del humor

Ya se lo advierte Enrique Jardiel Poncela en las primeras páginas: "Intentar definir el humorismo es como intentar clavar una mariposa con un poste telegráfico". Y aún así, Darío Adanti (Buenos Aires, 1971), gracioso profesional y cofundador de la revista Mongolia, se ha lanzado a perseguir la mariposa en Disparen al humorista. En este ensayo-cómic analiza, apoyándose en la filosofía, la ciencia, un hombre-tronco llamado Palito y un perro muerto, la naturaleza de los chistes, la responsabilidad de la sátira, su relación con el poder y el tabú... e incluso el terreno pantanoso de los cacareados límites del humor. Tan pantanoso que Adanti dibuja su odisea intelectual —que ha llevado también al show humorístico de la publicación junto a Edu Galán— como un viaje por aguas putrefactas y bosques tenebrosos. 

No es para menos, porque aquí estamos hablando de algo serio. Aunque el humorista, que vive en España desde hace décadas, lleva interesado en el origen de la risa desde que se dedica a generarla, empezó a pensar seriamente sobre el significado de lo cómico en torno a 2009. Para entonces, en sus libretas de notas ya había acumulado casos como el escándalo por la caricatura de Mahoma en una revista danesa; la bomba en el camerino del cómico Leo Bassi; el secuestro de El Jueves por su portada protagonizada por los entonces príncipes de Asturias y el cheque bebé; la polémica por una película satírica sobre Hitler en Alemania, por un capítulo de South Park... Luego se sumaría el chiste negro del cineasta Nacho Vigalondoel juicio a Krahe por cocinar un crucifijo. Y, el 7 de enero de 2015, el atentado contra la revista Charlie Hebdo que dejó 12 muertos. Su socio Rapa Carballo le había advertido, cuando hablaron de fundar Mongolia, de que para muchos "el mejor satírico es el que está muerto". Da casi risa, ¿verdad?

Dos años más tarde, la justicia condena al rapero César Strawberry y a una usuaria de Twitter, hasta ahora anónima, por sus chistes en la red social. La ley utiliza el supuesto de enaltecimiento del terrorismo para juzgar estos casos, pero la opinión pública tiene su propio código: el de los difusos "límites del humor". ¿Existe ese terreno en que el humor debe detenerse, en que el humor deja de ser humor para ser otra cosa? Apurando un café que desde luego no necesita, Adanti responde: "Si vemos una película épica que no nos gusta, decimos 'Qué mala película épica'. Si vemos una mala película histórica, decimos 'Qué mala película histórica'. Pero si escuchamos un chiste que no nos gusta, decimos 'Eso no es humor'. Creo que cuando la gente se refiere a los límites del humor, se refiere a que lo que el otro considera humor, ellos no". Lo que viene a significar que uno se reirán con los chistes sobre Carrero Blanco, o con alguno de ellos, y otro se reirá con los chistes sobre homosexuales, o con alguno de ellos. Ninguno de ellos deja de ser humor. 

Eso no significa, defiende, que no se pueda juzgar: "Tenemos todo el derecho a estar en desacuerdo con el sentido de un chiste, como podemos estar en desacuerdo con el de una película, pero considerar que el problema es el humor es como considerar que el problema es el cine". Porque, aunque Adanti no da respuestas sencillas ni de viva voz ni en el ensayo, sí hay un concepto sencillo: "El humor es una ficción". Como tal, defiende, es un espacio en el que "pasarse", en el que "jugar a ser lo que no somos", "sacar a pasear nuestros demonios". No debería haber diferencia, señala, entre cómo se juzga una novela y cómo se juzga un chiste. Un momento: si defendemos la ficción como un terreno de libertad —por mucho que ahora incluso la ficción se enfrente a la cárcel—, ¿significa eso que no es responsable?

Pues tampoco. Dejemos la barra de este bar de Chamberí para volver al ensayo. Y Adanti nos conduce hacia la sátira, ese humor que se vale del chiste para expresar una crítica política... y que es la zona del humor que quizás dé más quebraderos de cabeza a quienes la frecuentan. Lo que hace Mongolia es sátira, lo que hace Charlie Hebdo es sátira, lo que querían hacer Leo Bassi, Javier Krahe, César Strawberry y los titiriteros era sátira. Palito saca la pizarra y asevera: "Lo que importa de la sátira no es cuán grande haya sido la tragedia o cuánto tiempo ha pasado desde que se produjo. Lo importante de la sátira es a qué o a quién apunta, quién es el que dispara y desde qué posición está disparando". Es decir, que no es lo mismo que Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, se burle de un reportero con discapacidad que que los judíos hicieran chistes durante el Tercer Reich sobre los campos de concentración. 

Pero espera, espera, ¿y si el chiste de judíos lo hace —o recoge— un concejal de Ahora Madrid cuando no era concejal de Ahora Madrid? ¿Y si son sobre Irene Villa? ¿Y si a Irene Villa no le importa? ¿Y si tanto izquierda como derecha censuran esto, aunque la justicia finalmente no lo haga? Toca hablar de la "corrección política". Y a Darío Adanti no le gusta nada, pero nada. Antes de meternos en faena, volvemos un segundo al libro. En uno de los capítulos deja hablar a la autora de ciencia-ficción Ursula K. LeGuin —igual que hablan "San" Immanuel Kant o "San" Emil Cioran—: "Cuanto más defensiva es una sociedad, tanto más conformista". A lo que Palito, maestro de ceremonias del ensayo, apostilla: "¿Y buscarle límites al humor no es, acaso, un acto de defensa desmesurado? ¿Y no son los límites del humor, acaso, un acto de conformismo con todo lo que cada uno de nosotros ha sacralizado?".

Y ahora algo de historia, según Adanti: "La corrección política empieza en los sesenta, con unas generaciones que combaten el conservadurismo y se dan cuenta por ejemplo del racismo que existe en su sociedad y empiezan a cuidar su forma de hablar. Pero eso acaba llevando a finales de los setenta a una cosa casi paródica", explica. La derecha, defiende, se sumó: "Empieza a usar la corrección política para decirse ellos incorrectos. Entonces comienza a haber un posicionamiento más claro de la izquierda contra la incorrección, como si esto escondiera lo reaccionario. Y en la derecha es así. Pero hay un humor de izquierdas que ha estado toda la vida y que es muy negro, muy paródico y muy bestia". Total, que al final Mongolia se queja de la corrección política... pero también lo hace Bertín Osborne, que ya no puede hacer "chistes de mariquitas"

Darío Adanti recuerda aquello de preguntarse "quién es el que dispara y desde qué posición está disparando" para defender que no es igual que el chiste lo haga alguien de derechas que alguien de izquierdas: "El medio es el mensaje: si un medio conservador está dando un mensaje contra los inmigrantes, seguramente sea efectivamente un mensaje contra los inmigrantes; si un medio liberal hace un chiste bestia sobre los inmigrantes, seguramente sea irónico y esté señalando una realidad dolorosa". ¿Y cómo se diferencia una postura de otra? El humorista tiene la respuesta preparada: "Porque la incorrección política de derechas es solo incorrecta para los temas que ellos detestan, pero no la aguantan para sus iconos: Cristo o la Virgen en el caso español; y en el caso de Trump, él mismo. La izquierda usa la incorrección política para señalar sus contradicciones, y la derecha la usa simplemente para mofarse de los débiles".

Ahí entrarían, defiende, las polémicas viñetas de Charlie Hebdo sobre Aylan, el niño refugiado que apareció muerto en las costas turcas, que "lo que está diciendo es que en el fondo de casi todo el pensamiento progresista de clase media europea existe esa contradicción, queremos que entren pero nos agarramos el bolso cuando se nos acerca alguien que no consideramos normal". O su portada con un camión del ISIS, "personaje del año": "Los trolls de izquierda que van buscando herejes nos decían que le dábamos la razón a los islamófobos. ¡Eres tú el que está salvando al terrorismo asociándolo con el islam!". 

El humorista rescata un dicho, "En la comedia todos se sienten como en casa", para definir su propia idea del humor que quiere hacer. No uno en el que "se evitan los errores, los tópicos, lo malo o lo imaginariamente malo", sino uno en el que todo eso sirve para integrar al Otro "porque todos estamos en pijama, y de repente uno puede eructar y todo el mundo se ríe". Como defiende al final del ensayo: "Por más ofensivo y despiadado que pueda ser un chiste, no se sabe de nadie, jamás, que haya muerto por el humor... a no ser, claro, que se trate del propio humorista". 

 

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