Cultura

Sánchez-Cuenca: "El 1-O no es un golpe de Estado y desde luego no es una rebelión"

El politólogo Ignacio Sánchez-Cuenca presenta su libro 'La confusión nacional' junto al escritor Jordi Amat.

Clara Morales

Decía el filólogo y escritor Jordi Amat el pasado miércoles que, en los últimos dos o tres meses, quizás se hayan publicado más de 15 libros sobre el procésprocés. Él mismo, dice, es adicto a ellos. "Y el problema es que muchos son buenos", continuaba: libros escritos por políticos que han sido actores de este proyecto político, libros que reivindican el 1-O como día de memoria, libros escritos por periodistas políticos que aportan información valiosa de las bambalinas... Pero ninguno, decía, como el de Ignacio Sánchez-Cuenca. Se refería a La confusión nacional (Catarata), y la salvedad tenía sentido solo por el contexto: Amat presentaba el último ensayo del politólogo y colaborador de infoLibre en el Centro Cultural Blanquerna en Madrid. 

Pero no era solo cortesía. El volumen, decía, es "un libro que piensa la crisis catalana como una crisis de la democracia española". Esto no tendría por qué ser una gran hazaña intelectual, bromeaba, pero en este contexto lo es. Simplemente, señalaba Amat, porque "es importante para quienes nos interesa la vida democrática fuera de Cataluña, que haya fuera un interés por saber lo que ha ocurrido y por encontrar una salida al laberinto político". El centrarse en analizar la reacción de la democracia española ante el independentismo no es la única especificidad del ensayo de Sánchez-Cuenca. Otra particularidad es el tono, mucho más calmado que el de otros autores. 

 

Esto último lo comparte, en realidad, con el propio Amat, que ha actualizado recientemente el análisis que publicó en 2015 sobre el procés. Largo proceso, amargo sueño (Tusquets) llegó a las librerías hace solo tres años, pero la actualidad ha apremiado la llegada de una edición revisada y ampliada —incluso más que eso— tras los sucesos del pasado otoño. Si es cierto, como él defiende, que el enfrentamiento entre el nacionalismo catalán y el español "fomenta los extremos y las posiciones medias tienen una influencia decreciente", quizás ellos dos no tengan un gran ascendente sobre el encendidísimo debate público en marcha desde hace ya varios meses. Y eso no deja de ser significativo. 

"En el libro hago un esfuerzo", dice el politólogo, "por explicar que el independentismo es heterogéneo: hay nacionalismos excluyentes, pero también integradores; hay nacionalismos redistributivos y menos solidarios. Hay que rebajar el tono. De la misma manera que no juzgamos al PSOE por las purgas estalinistas, no tenemos por qué juzgar a los nacionalistas catalanes por lo que hizo Milosevic. No es lo mismo el nacionalismo cívico catalán que otras formas de nacionalismo que ha habido en la historia". Por eso insistirá varias veces a lo largo de la charla en que la estrategia política del 1-O "no ha sido un golpe de Estado". "Es una desobediencia institucional", precisa, "que puede acarrear penas, pero no es un golpe de Estado. No hay violencia ni amenaza de violencia, y desde luego no es una rebelión, que nuestro código penal exige que se haya producido un alzamiento violento". Entre el público, al menos por el momento, algunos asentían. 

Durante la charla, Sánchez-Cuenca y Amat parecían repartirse la tarea. El primero comenzaba señalando el auge del nacionalismo español, uno que no se considera a sí mismo nacionalismo. "Consideramos natural", apuntaba, "que en un momento dado se saquen banderas españolas a los balcones. También consideramos natural que nosotros pagamos impuestos para ayudar a los españoles, y no a Timor Este". Pero "el nacionalismo con Estado", a diferencia del "nacionalismo sin Estado, "suele estar en un estado de latencia, y no sale si no se le provoca". Ahora, claro, ha salido. Y eso hace más difícil el diálogo: si las identidades nacionales alternativas dentro de España son la anti España, ¿cómo negociar con ellas? "El nacionalismo español tiene que hacérselo mirar", critica Sánchez-Cuenca, "cuando se activa de forma desaforada, como ha ocurrido con la crisis catalana, y salen todos los tics excluyentes sin reconocer que también es nacionalismo".

Amat, por su parte, dedicaba buena parte de su tiempo a criticar ciertas características del procés. Aunque según él este empezó con la reforma del Estatut, "porque se produce un bloqueo en el desarrollo de las autonomías tal y como se entendía desde la Transición", le afea que en 2015, tras perder el independentismo las elecciones plebiscitarias, "en lugar de aceptar que la mayoría no apoyaba el proceso en marcha, la apuesta se dobla". No fue la única crítica. Pero, como decía Ignacio Sánchez-Cuenca en su captatio benevolentiae inicial:"El ensayo no es una defensa del independentismo, tengo una actitud crítica sobre los actos de desobediencia constitucional que ocurrieron hasta el 1-O, pero el libro no va de eso".

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El libro va, al contrario, al núcleo del asunto. A lo que Sánchez-Cuenca llama, dentro de la tradición académica, el "problema del demosdemos". "Una democracia", arrancaba el politólogo con su pedagogía habitual, "es el autogobierno de una comunidad de individuos que deciden tomar decisiones comunalmente. Pero cuando las naciones se cristalizan en Estados, ese anhelo se va diluyendo en la memoria política". Sin embargo, ese es el meollo del asunto. "Este es un problema complejo: tenemos un país en el que hay gente que quiere tomar decisiones conjuntamente, y un porcentaje de la población que no quiere tomar decisiones con el resto", decía. Los segundos no admiten la legitimidad de los primeros para participar en sus decisiones o tomarlas en su nombre. Por eso "no es un asunto de toma violenta del poder o de querer romper las reglas aleatoriamente", sino un nudo gordiano democrático.

Y no es uno, sostienen ambos, que pueda resolverse a golpe de sentencia. Frente a la "bestia que es el nacionalismo [español] que reclama legitimidad nacional dentro de España", Sánchez-Cuenca considera esencial que se reconozca que el "reconocimiento de la plurinacionalidad no es en detrimento de España, que España no va a ser un país más débil". "El PSOE", dice, "está a punto de hacerlo, pero habla de plurinacionalidad siempre que sea solo en términos culturales y no tenga consecuencias políticas reales. Podemos sí lo hace. Hay un problema: la izquierda está dividida y la derecha está en posiciones muy intransigente".

¿La solución? ¿Un referéndum? En esto disentían los autores entre sí, con el público y el público entre sí. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Bajo qué condiciones? Sánchez-Cuenca lo proponía como un referéndum en última instancia, si se habían agotado las vías del diálogo político. Amat señalaba que un referéndum no solucionaba nada en una sociedad dividida. El debate se alargó hasta cerca de las dos horas. Pero al menos nadie se tachó de antiespañol. 

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