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Cultura

Otra historia, otra España

Mapa de España en el Atlas portátil de Tómas López, editado en Lisboa en 1812.

¿Qué es la historia de España? ¿Qué hechos la han marcado? Atapuerca, la conquista de América, la Guerra Civil, la muerte de Franco. ¿Y el imperio andalusí? ¿Y la reina Urraca? ¿Y el divorcio garantizado por la República? ¿Y todos los demás sucesos también fundamentales que suelen excluirse de la línea temporal de lo que se supone que es la historia de España? Son justamente esos los que pueblan Historia mundial de España (Destino), un volumen de casi mil páginas coordinado por Xosé M. Núñez Seixas, en el que 111 autores tratan de cuestionar y completar esa genealogía ortodoxa empeñada en trazar una línea recta entre los godos y la Constitución del 78. 

"Queríamos huir de hacer un relato nacional alternativo: no se trata de publicar una cronología que lleva indefectiblemente a la creación de España como nación", explica Núñez Seixas, autor de libros como Suspiros de España. El nacionalismo español 1808-2018 (Crítica). El proyecto parece hermanarse con sus homólogos europeos, Histoire mondiale de la France y Storia mondiale dell'Italia. Pero, defiende Núñez Seixas, las particularidades españolas llevan esta obra por otros derroteros: "En cada época, España se refería a cosas muy diferentes, y no solo incluía a los peninsulares, sino a los filipinos o los flamencos". Así, el libro llega de Tenochtitlán a Mühlberg, se pasea por Portugal, París y Londres y se detiene en África más allá de Annual. 

Pero no son solo las fronteras externas (externas en la actualidad) las que marcan esta otra mirada a la historia española. "Está el peso de las identidades particulares, nacionales o territoriales, que dentro de la España contemporánea es mucho mayor que en el caso de Francia o incluso de Italia", dice el coordinador. Así, se retrata el "complot catalán" de Francesc Macià contra la dictadura de Primo de Rivera y la influencia del proceso de Irlanda del Norte en la historia de Euskadi. Pero también se explora la batalla de Covadonga y "los orígenes mitificados del reino de Asturias" o se viaja a la Cuenca Minera onubense para dar cuenta de un ataque contra los mineros en lucha, considerada a menudo solo una historia local. 

En el relato no aparecen años fundamentales y muchas veces recorridos, como 1936, 1939 o 1978. Aquí se cuenta otra historia, una de veredas menos concurridas que recoge "nuevas inquietudes de la historiografía actual" y que, con esta perspectiva, vuelve a mirar a un paso que se considera más que conocido. No es así. A modo de ejemplo, estos son algunos de los puntos ciegos olvidados, desplazados o malinterpretados en los que se fija Historia mundial de España

La reina Urraca, "víctima del machismo"

"Desde la Edad Media hasta casi nuestros días, los historiadores han ofrecido una imagen sombría de la primera mujer que ocupó el trono en la historia de España", escribe en el libro Ermelindo Portela, catedrático de Historia Medieval de la Universidade de Santiago de Compostela. "Se trata de un retrato tan oscuro como poco fidedigno". Urraca I de León sube al trono cuando muere su hermano Sancho en la batalla de Uclés. Hija de Alfonso VI y Constanza de Borgoña, en ese momento Urraca es viuda, ya que algo más de un año antes había fallecido su primer esposo, Raimundo de Borgoña. Según el relato de las Crónicas de Sahagún, recogidos por Portela, los nobles dijeron entonces a la recién coronada: "Tú non podrás gobernar, nin retener el reino de tu padre y a nosotros regir, si non tomares marido". Y lo tomó: Alfonso I de Aragón, Alfonso el Batallador... al menos por un tiempo. 

Así, como indica Núñez Seixas, la reina fue "víctima del machismo de su época", un machismo que se ha alargado en el tiempo llegando a teñir la imagen que de ella tiene la historiografía contemporánea. No solo porque se dé credibilidad a las crónicas que, siglos más tardes, admitían que su reinado había durado 17 largos años, pero aseguraban que lo hizo "tiránica y mujerilmente". O a los insultos del arzobispo compostelano, con quien tenía Urraca una tensa relación, y que la tachó de "criminal víbora cargada de pestífero veneno". Otros personajes de la época que la conocieron, como Giraldo de Beauvais, canónigo de la catedral de Santiago, la describen sin embargo como "de gran prudencia y de gracioso habla y elocuencia". 

¿Por qué dar crédito a la mala fama de la gobernante? Lo explica Portela: "La historiografía nacionalista española del siglo pasado, con un evidente anacronismo, veía en el fracaso del matrimonio entre Urraca y Alfonso el Batallador la razón de un retraso de siglos en el proceso de unificación de España". El historiador asegura que las razones de Urraca para anular su matrimonio con Alfonso I —cosa que ocurrió finalmente en el 1112— no eran solo políticas. En palabras de la propia reina, transmitida por Historia Compostelana —con redacción contemporánea a su gobierno—: "Toda persona noble ha de lamentar que mi rostro haya sido manchado por sus sucias manos y que yo haya sido golpeada por su pie". 

Urraca consiguió "estabilizar la frontera con los almorávides", cosa que se le había resistido a su padre y a su hermano, y consiguió reunir un gran apoyo de las distintas fuerzas políticas de la época. No volvió a casarse, y con la nulidad matrimonial logró, además, que la sucediera en el trono su hijo Alfonso, fruto de su primer matrimonio, futuro Alfonso VII

El "año de los tiros", más allá de un conflicto local

Lo advierte desde el inicio María Antonia Peña Guerrero: la matanza de mineros y hortelanos ocurrida en Minas de Riotinto (Huelva) el 4 de febrero de 1888 es "un acontecimiento aparentemente local". Aparentemente. Porque en este ataque del ejército español contra los obreros en lucha es, primero, significativa de los métodos de represión de la época, tanto en España como en América, y, segundo, signo de un sinfín de tensiones económicas, políticas y ecológicas no tan distintas de las que se viven hoy. 

El final del relato es lo más conocido de la historia, aunque aún tenga ciertas lagunas: una protesta ante el Ayuntamiento en la que se mezclaban reivindicaciones laborales con críticas a los sistemas de depuración del mineral en las minas es sofocada violentamente. Las cifras rondan entre los 15 muertos y 60 heridos, y los 100 muertos y 200 heridos, y quizás jamás puedan aclararse. Pero las causas del estallido tienen aquí el protagonismo.

En la segunda mitad de siglo, cuando empieza a operar en la zona la minera Tharsis Sulphur and Copper Company, fundada por franceses y arrendada a británicos, la producción de cobre aumenta. Para ello, se intensifica el método más habitual para extraer el mineral de la pirita ferrocobriza, la calcinación al aire libre, que generaba humos sulfurosos. Después de años de enfrentamiento, los agricultores que protestaban por los efectos de la lluvia ácida sobre sus cosechas, llamados "antihumistas", y los mineros, organizados sindicalmente, convergen. Unos y otros protestan para que el Ayuntamiento ponga coto a la calcinación —cuyo humo producía "días de manta", jornadas de un humo tan espeso que los obreros no podían trabajar ni cobrar—, y para que la compañía mejore el jornal y el seguro médico y ponga freno a las subcontratas. 

Tras tres días de huelga, una muchedumbre —hombres, mujeres, niños, una banda de música— sale de Zalamea la Real para dirigirse a Minas de Riotinto. No se sabe de quién fue la orden de disparar contra la multitud. Sí se sabe lo siguiente: "El alcalde era capataz de una de las minas; el teniente de alcalde, jefe de estadística de otra, y todos los concejales —excepto dos—, dependientes de la Compañía". 

El triunfo de Massiel y "la primavera de Fraga"

"¿Qué hace Massiel en un sesudo libro de historia?", se preguntarán los lectores. Y lo aclara Núñez Seixas: "Esto no va de Massiel y la falda y el La, la, la, sino de la imagen que quiso proyectar el franquismo del 68 que no hubo aquí, como un régimen que toleraba cierto margen de libertad". El historiador Javier Muñoz Soro describe cómo el triunfo de la madrileña Massiel, nacida en 1947 como María de los Ángeles F. Santamaría, era "un éxito de la propaganda del régimen de Franco en su pretensión de mostrar al resto de naciones europeas los logros de un país en desarrollo". Un éxito que, por supuesto, "no era improvisado", sino labor de Manuel Fraga Iribarne, entonces ministro de Información y Turismo, y el director de Radiotelevisión Española, el "joven falangista" Jesús Aparicio-Bernal. 

El precio de la lucha antifranquista

El precio de la lucha antifranquista

Massiel, con su evidente modernidad pop, ocultaba tras su vestido de flores el cambio real que se producía en España, a pesar del régimen. Joan Manuel Serrat había sido descartado por su "cobarde e incalificable actitud" (ABC dixit) al proponer cantar en catalán. Y, mientras Fraga aflojaba la censura previa con su ley de 1966 —Muñoz Soro lo llama, jocosamente, la primavera "de Fraga"—, que pretendía hacer ver que en España ya no se controlaban las publicaciones, Adolfo Marsillach estrenaba Marat-Sade en Barcelona, Eduardo Haro Tecglen hablaba de mayo del 68 en la revista Triunfo, Lluís Llach componía L'EstacaL'Estaca y medio centenar de exiliados ocupaban el Colegio de España en París al grito de "Ni Franco ni De Gaulle". 

Y ocultaba también asuntos mucho menos luminosos. En 1966 se producía la caputxinadacaputxinada, en la que la policía rodeó el convento de monjes capuchinos de Sarrià en el que se fundaba el Sindicato Democrático de Estudiantes. En 1967, el estudiante Rafael Guijarro moría, misteriosamente, durante un registro policial en su casa. El Tribunal Supremo acababa de ilegalizar a Comisiones Obreras, que no dejarían, como sabemos, de trabajar. Y un año después, se suspendía el estado de excepción activado tras las protestas por la muerte de Enrique Ruano, en circunstancias parecidas a las de Guijarro. ¿Por qué? Porque, al resultar España ganadora, tocaba organizar Eurovisión. Otra fiesta para el franquismo. 

 

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