Los diablos azules

'Noviembre': Ética y estética

Portada de 'Noviembre', de Jorge Galán.

Francisco Morales Lomas

Pocas veces una novela causó al mismo tiempo tanto júbilo y desazón a un escritor. Laureada con el Premio de la Real Academia Española, Noviembre es el origen de la salida del escritor Jorge Galán de su país por amenazas de muerte. Una novela como testimonio, una novela profundamente humana y solidaria, porque en su interior no viven personajes sino personas cuya muerte actúa como termómetro ominoso de la existencia.

El poeta y narrador Jorge Galán tiene ya un amplio reconocimiento en su país, El Salvador, que le concedió el Premio Nacional, pero también en Hispanoamérica, con la concesión del Premio Iberoamericano Jaime Sabines, y, por supuesto en España, con el Internacional Antonio Machado o el reciente Internacional Humanismo Solidario. Son estímulos para una labor que se inició hace varias décadas.

 

Portada de Noviembre, de Jorge Galán.

Noviembre es una novela-documento que penetra con la fortaleza de la escritura en la sinrazón de una época: la masacre de seis jesuitas españoles y dos mujeres en las instalaciones de la Universidad Católica de El Salvador el mes de noviembre de 1989. A través del testimonio de muchas de las personas que directa o indirectamente vivieron los acontecimientos, Jorge Galán, veinticinco años después, va reconstruyendo el relato de aquella noche de noviembre. Y, a medida que la novela avanza, vamos percibiendo que tras la muerte de estas personas inocentes estaba en pleno el ejército, estaba en pleno el Estado de El Salvador en sus afonías y contubernios. Un ejército que en esos momentos luchaba con la guerrilla y cuyo proceso de armisticio no veía con buenos ojos, pues recibían pingües emolumentos pecuniarios de Estados Unidos. El padre Ellacuría negociaba desde hacía tiempo la posibilidad de esa paz tan ansiada, pero no sabía que enfrente tenía un ejército que miraba más por sus intereses crematísticos que por la paz en el país.

Jorge Galán reconstruye los acontecimientos con serenidad, sin aspavientos, sin palabras exorbitantes que destruyan la veracidad del relato, porque a lo que realmente aspira es a su desnudez, a que la historia llegue al lector sin maniobras estéticas. Ha recurrido a una literatura donde el trazo documental, su objetividad, tiene tanta fuerza como el no necesario manejo partidista de los acontecimientos por parte del escritor.

Jorge Galán sabía desde el principio que asumía un riesgo al escribir esta novela sin emplear seudónimos en el nombre de los personajes, penetrando en la realidad de los acontecimientos, en su crudeza, y quitando la venda de los ojos de la ciudadanía, poniendo rostro a los asesinos y nombrándolos. Aceptó el reto. Y solo él sabe si mereció la pena tanto sacrificio y acaso el acabar siendo centro de la diana de la venganza y el desagravio.

Se estructura en un inicio y siete partes (y a su vez estas en capítulos breves). Con esta organización se propuso encerrar lacónicamente los acontecimientos en cápsulas clausuradas que fueran penetrantes, como singulares espasmos, como aldabonazos en la mente del lector. Acaso pequeñas secuencias cinematográficas que le permitieran generar una urgencia visual y una pequeña descarga eléctrica en el pensamiento, en la conciencia del lector. La ética no puede ir independiente de la estética. Y esta, en la novela Noviembre, tanto en la progresión de los acontecimientos, su reconstrucción… está perfectamente integrada con aquella, en la denuncia de los asesinos y en el paradigma de su valor como obra-documento histórico.  Y esta connivencia ética-estética está también determinada en la concentración de los acontecimientos, en su sustancialidad, en la eliminación de los procesos de literaturización y la condensación de sentido en aras de un concepto también positivista-utilitario y reflexivo del hecho narrativo. Por todas estas razones es destacable la actitud ética del escritor que tomando el testimonio de uno de los personajes, Jon Sobrino, en la entrevista que realiza el escritor dirá refiriéndose a los asesinados: “Nosotros pensamos solo en nosotros mismos, pero estos hombres no pensaban en ellos, su individualidad abandonó el Yo y se convirtió en un Nosotros” (pág. 231).

El compromiso del escritor se evidencia desde las primeras páginas en la visión sentimental que nos ofrece del joven Ellacuría a la edad de diecinueve años hasta los últimos momentos de la fatídica madrugada del 16 de noviembre de 1989 cuando les espetó a sus asesinos: “Ustedes vienen a por mí, y aquí estoy, no vayan a tocar a nadie”. Este inicio sirve para situar al lector en el contexto histórico de los acontecimientos. Después, a través del juego temporal entre el flash-back y el flash-forward, se va reconstruyendo la historia, ofreciendo una especial relevancia a las sensaciones del relato (frío, miedo, temblor…). Conocemos la posición en que encontraron los cuerpos, las personas que los hallaron y su testimonio. Pero también qué había sucedido cinco días antes, cuando fuerzas del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) dieron inicio a la ofensiva final.

En ocasiones, desde la primera persona de entrevistador y documentalista, por ejemplo cuando dice en su entrevista con el presidente Cristiani, donde se descubre la responsabilidad del estamento militar: “Han pasado veinticinco años. No estamos en la Casa Presidencial sino en una oficina de San Salvador. (…) Junto a mí, un vaso de refresco” (pág. 235). Pero, sobre todo, desde la tercera persona narrativa omnisciente Jorge Galán ofrece todo el relato que tiene como baluarte primordial a José María Tojeira, provincial de los jesuitas para Centroamérica y principal compromisario para la investigación de lo sucedido y la floración de los asesinos de sus compañeros. Desde el principio el arzobispo de El Salvador sabe que el odio es el responsable de estas muertes y la del padre Romero años atrás. Un odio que en la sociedad salvadoreña es muy significativo, pues no en vano es uno de los países más peligrosos del mundo. Así le hará estallar a uno de los personajes en un momento del relato: “Como país somos una vergüenza, unos salvajes” (pág. 86).

Como si se tratara de recabar todas las entrevistas y testimonios que tuvieron lugar, a través del guía Tojeira, nos encontramos con diversos encuentros como con el presidente Cristiani, el coronel López Valera, monseñor Rivera… en diálogos transparentes, diáfanos, que en su sencillez alcanzan su crudeza y fuerza expresiva. Pero también surge con pujanza el calvario que algunas personas padecen como Lucía Cerna, una de las testigos, hasta poder refugiarse en los Estados Unidos —donde tendría que cambiar su testimonio bajo la presión del FBI y el ejército salvadoreño— o los acontecimientos que tuvo que sufrir Edith; el día a día de la familia de Miguel y una tía desaparecida, Margarita, a través de la rememoración de una historia que vivió con dieciséis años; la historia de monseñor Romero y el soldado Juan o la historia de Sara y su marido. También la intervención del padre Kolvenbach, general de la Compañía de Jesús, la presencia de los escuadrones de la muerte y el mayor Roberto D'Aubuisson Arrieta y la actuación del batallón Atlacatl… Múltiples situaciones y escenas secundarias que van configurando este puzle, este retrato-robot de un trágico acontecimiento histórico en la vida de El Salvador. Uno más de tantos.

Desde luego está muy presente el papel de la Santa Sede, de España o de Estados Unidos y, sobre todo, se denuncia la hipocresía de las altas instituciones y la connivencia de jueces y fiscales. Pero ante toda esta batahola de desafueros, y aquí los principios éticos son profundamente relevantes, se afirma una actitud de respuesta, siempre hay una actitud de rebeldía, de ejercicio de libertad, de compromiso, como ciudadano y como escritor: “Estaba claro que había que arriesgarse. Ellos eran un grupo de sacerdotes frente a la fuerza política y militar de un país pequeño, pero apoyada por el país más poderoso del mundo. Y sintió la desolación y la distancia. Y sin embargo sabía que ya no podían detenerse, que tenían que seguir y luchar” (pág. 109). Esta lucha misma es la que ha dado fuerza al escritor para emprender un camino que no tiene retorno y, sin quererlo, lo sitúa en una situación de héroe moderno. Algo que está muy lejos de la humildad y reconcentrada modestia de Jorge Galán, pero que no debe ocultar su fortaleza y entrega literaria a una causa.

Hemos querido ver en algunos momentos de la historia una afección directa hacia Gabriel García Márquez, por ejemplo en la página 60, en esa voluntad de lo familiar-simbólico. Pero siempre encontrará el lector una tensión narrativa renovada, porque aunque, como en Crónica de una muerte anunciada, sepamos lo que sucedió, la tensión de las situaciones secundarias, de los personajes protagonistas de estas, tiene tanta fuerza narrativa como el eje fundamental sobre el que pivotan los acontecimientos de muerte y asesinato. Un valor difícil de hallar cuando los acontecimientos tienen una importancia secundaria y el hecho narrativo en sí alcanza su razón de ser, como sucede en la historia del soldado Juan sobre el que van apuntando las sospechas de ser el asesino directo; pero también en torno al hombre que viajó a Nicaragua, sobre el que se produce un misterio llamativo que centra el interés del apartado quinto.

Noviembre tiene también una especial relación con el cine, sobre todo en la quinta parte, “El sinuoso camino hacia el juicio”, la única que ha titulado el escritor, que reconstruye el falaz juicio donde se percibió la burla y donde el diálogo alcanza en su desabrimiento una dosis de enorme impulso expresivo. A ello se une el efecto teatral muy conseguido en el juego de tensiones y distensiones dramáticas que permiten al lector sentir que está viviendo los acontecimientos con todo su ímpetu y aspereza.

Por último, es significativo afirmar que no estamos ante una novela más, sino ante un documento histórico con el que comprendemos un fragmento de la historia triste de un país que sufre un estado de violencia permanente. Noviembre es un paradigma de una época y la razón última de un compromiso, para dar testimonio de las iniquidades de los asesinatos de estado. Y después de muchos años la necesidad de profundizar en la memoria histórica de un país que se ha negado reiteradamente a través de sucesivos gobiernos a extraditar a los verdaderos culpables de la masacre para ser juzgados con todo el peso de la ley.

*Francisco Morales Lomas es profesor de Literatura y crítico literario.Francisco Morales Lomas

 

Más sobre este tema
stats