Democracia pixelada

Islamofobia en portada

Uno de los peligros contra los que advierten las plataformas ciudadanas e instituciones que trabajan por la paz es el crecimiento de la islamofobia, es decir, el fomento de sentimientos hostiles hacia la población musulmana. Está comprobado que la islamofobia, lejos de ayudar a combatir el terrorismo yihadista, lo fortalece, puesto que olvida que la mayor parte de sus víctimas son musulmanes y que precisamente los movimientos pacifistas de la sociedad civil musulmana suponen un eficaz freno a la expansión del integrismo violento, también en Europa. El odio y aislamiento hacia cualquier comunidad, en cambio, ayudan a radicalizarla y la empujan en manos de estrategias sectarias.

En esa tarea de frenar la islamofobia, como en la de promover el laicismo, tenemos una enorme responsabilidad los trabajadores de la educación y la comunicación. La semana pasada afirmaba esto mismo al analizar la cultura de la violación, ese entrelazado de prejuicios, tabús, suposiciones, actitudes, etc. que explica las alarmantes cifras de agresión sexual con las que convivimos. Estas matrices de opinión se reproducen de manera implícita y no explícita, es decir, a través de la broma, la ironía, la insinuación y la omisión antes que mediante la argumentación razonada. Eso genera una notable distancia entre sus expresiones implícitas y explícitas. Se puede observar esta distinción en clichés habituales como “yo no soy racista, pero”pero, o “yo no soy machista, pero”, en los que la aparente coherencia explícita y superficial encubre una inconfesable contradicción más profunda, implícita. Una de las herramientas con que evidenciamos ese plus implícito es el análisis del discurso, instrumento fundamental de la comunicación política y publicitaria.

A veces cuesta explicar a nuestros familiares y amigos a qué nos dedicamos quienes hacemos análisis de discurso (en mi caso vinculado al análisis estructural). Consiste, entre otras cosas, en considerar los efectos prácticos de aquello que se afirma “entre líneas”, lo que se dice sin decir, aquello que apenas se insinúa o se sobreentiende pero que puede resultar lo más relevante en la comunicación. Los chistes, por ejemplo, no funcionan sin su parte implícita. En un mensaje de amor, en un spot comercial, o en una campaña electoral, el enunciador trata principalmente de inducir una actitud o acción en el receptor sin verbalizarla directamente, sin decirle abiertamente ámame, cómprame, apóyame. Pedirlo así podría ser contraproducente. En cambio, le dice “te entrego mi alma”, “¿te gusta conducir?” o “yes we can”, y funciona. Analizando únicamente lo explícito, como se hace en el análisis de contenido, es imposible entender este tipo de enunciados. Lo importante empieza más allá del significado literal, no está “contenido”, no basta leer, hay que interpretarinterpretar. Pero las interpretaciones varían según los contextos y lectores, y esta es la principal dificultad del análisis discursivo y el motivo por el que lo rechazan algunas corrientes científicas.

Veamos un ejemplo actual. Si hacemos un análisis del contenido explícito de la portada del lunes del Abc, difícilmente se la podrá tachar de islamofóbica. Junto al titular “Todos los partidos del 21D se lanzan a por el voto musulmán”, se muestra una media luna islámica impresa sobre una bandera catalana. En el centro, aparecen las fotografías, nombres completos y partidos de once candidatos y candidatas con apellido turco o árabe. El texto informa que “Secesionistas y constitucionalistas fichan candidatos islámicos para lograr seducir a 170.000 votantes claves”.

 

Portada de Abc

Un análisis que se limite al contenido explícito de esta portada no permite hablar de xenofobia. En todo caso, de incultura o imprecisión periodística por aventurar la confesión religiosa de tantas personas a partir del idioma de sus apellidos. Sin embargo, conociendo la línea editorial nacionalista y católica del diario, su contexto histórico y su trayectoria, cabe interpretar varios efectos de sentido que se están produciendo bajo esa superficie inmediata del texto, más allá de lo explícito. Por ejemplo:

 

  • Se da por supuesta una equivalencia errónea entre turco, árabe y musulmán, y se acuña la expresión “candidato islámico” independientemente de que lo sean o noturcoárabemusulmán,. Ignora que la mayor parte de los musulmanes del mundo (y quizá también de Cataluña, donde residen muchas personas musulmanas que provienen de Pakistán o Bangladesh) no habla árabe, y que existen muchos árabes cristianos o ateos.
  • Se está asumiendo también que los candidatos de nombre y apellido español no son musulmanes, de otro modo no habría aquí noticiabilidad alguna. Sin embargo, aproximadamente la mitad de los musulmanes en Cataluña son españoles y no necesariamente usan nombre o apellido árabe.
  • Se da por hecho que la inclusión de personas de origen árabe en listas no responde a su trayectoria y validez política y profesional sino a un “fichaje” instrumental y táctico orientado a la captación de voto. Es un hecho excepcional, no un resultado lógico de la normal participación y representación política.
  • Se establece una asociación de ideas entre política catalana e islam (similar a la que intenta establecer otro conocido diario con injerencias rusas y venezolanas en Cataluña).
  • Aunque no es el tema que aquí nos interesa, se establece una dicotomía de partidos, secesionistas y constitucionalistassecesionistas constitucionalistas, en la que sólo forzadamente podrían encajar aquellos que rechazan la secesión pero tampoco se definen constitucionalistas, como es el caso de la fuerza más votada en Cataluña en las dos últimas elecciones generales. El hecho de que no sea el tema central del que se habla fortalece su condición de presupuesto asumido de manera aproblemática, no discutida ni tematizada.

Con esta portada, la línea editorial de Abc insinúa que la aparición de apellidos árabes en las listas electorales no responde de manera legítima a la composición real de la sociedad catalana, que no es una representación sana y espontánea de su diversidad social, algo que viene ocurriendo desde hace años en muchos países de Europa. Según el censo del Observatorio de la UCIDE, hay más musulmanes en Cataluña que votantes del PP, parece coherente que participen de la vida política. Los maestros y maestras de escuela pública saben que desde hace ya años en todas las aulas hay siempre apellidos árabes, chinos y en otros idiomas, y que eso responde de forma orgánica a la diversidad real de la población española, no a una cuota artificial de representación. No hay motivo para que en las listas electorales no ocurra algo parecido.

Diversidad audiovisual, un debate ausente

Sin embargo, Abc relata este fenómeno como si los partidos ficharan a “candidatos islámicos” para lanzarse a por el “voto musulmán”ficharanlanzarse. No es una presencia normal, se debe a una decisión estratégica novedosa y por tanto noticiable en portada. Se está dando por supuesto que su lugar natural no es ese, que han sido incorporados sólo por motivos electoralistas, que de otro modo no se explicaría su presencia ahí. Es esta interpretación lo que permite hablar de islamofobia y xenofobia implícitas, siempre implícitas, en esta línea editorial.

Más allá de suposiciones e insinuaciones, más allá de errores periodísticos, hay un plano de análisis puramente sensorial, pre-lingüístico, un nivel que está de moda en los debates sobre la era de la postverdad, en el que esta portada tiene plena efectividad. Me refiero a la simple asociación emocional de ideas, esa yuxtaposición simbólica entre la senyera y la medialuna, la pretensión de que sus lectores ubiquen en el mismo rincón neuronal los conceptos solapados de catalanismo e islamismo, cargados ambos de rechazo y miedo, de manera que acudan juntos en el futuro a su mente.

Que yo deconstruya con argumentos dicha asociación no tiene ninguna efectividad real frente a la acumulación de portadas que insisten en ella desde los diarios del Grupo Vocento, líder nacional de audiencia gracias a sus cabeceras regionales. Sirve sólo para invitar a que nos conjuremos, colegas de la universidad y del periodismo, para reconocer que eso de la posverdad no es cosa de rusos, venezolanos, árabes y tuiteros, sino uno más de los terrenos de la batalla por la percepción compartida. Un terreno muy frecuentado por algunos de los diarios que denuncian el fenómeno mientras utilizan sus resortes para incidir en la arena política y condicionar la opinión pública. Si la posverdad es el arte de mover voluntades y creencias por mecanismos diferentes al intento de establecer con la mayor objetividad posible unos hechos, hemos de reconocer que siempre existió y fue usado por los poderes y contrapoderes en su batalla por fijar relatos colectivos. La única diferencia con otros periodos históricos está en el grado y en su asimilación colectiva. Y portadas como esta no ayudan a revertir ese clima.

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