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Puedo imaginarme a Rivera en la Moncloa

¿Puede la izquierda combatir el auge de Ciudadanos? se preguntaba el otro día Daniel Ríos en un artículo publicado en infoLibre. De su lectura desprendí un par de ideas. La primera es que el grueso de los nuevos potenciales votantes del partido de Albert Rivera procede de los caladeros del PP, con lo que podría decirse que a lo que asistimos es a una reorganización del bloque derechista y españolista de toda la vida. He escrito aquí varias veces que es disparatado ignorar la existencia de una amplia España conservadora o muy conservadora. Ahora bien, esta España solo es mayoritaria electoralmente cuando se produce una fuerte desmovilización de la izquierda, menos propensa a votar a los suyos pase lo que pase, más autocrítica y hasta melancólica.

Si yo tuviera colgada en mi balcón una bandera rojigualda, si pensara que la ley, el orden y la sagrada unidad de España tal como la conocemos son más importantes que la justicia, la libertad y la aventura de un modelo federal, si creyera que España solo va bien cuando los empresarios ganan mucho dinero, pagan pocos impuestos y cuentan con trabajadores baratos y sumisos, no votaría ahora al PP, votaría a Ciudadanos. Los de Rivera son más jóvenes, más guapos y no arrastran las cacerolas de la corrupción. Defienden lo de siempre, pero con un nuevo maquillaje, más brioso, alegre y colorista. Permiten quedar mejor en sociedad. En la cafetería, la comida de trabajo o la cena de Navidad.

Del artículo citado y otras reflexiones en torno a las últimas encuestas sobre intención de voto, se desprende que Ciudadanos rasca también cierto voto del PSOE. No me extraña en absoluto, para qué voy a decir lo contrario. A lo largo de los últimos 40 años, una parte de la dirigencia y el electorado de ese partido no han sido otra cosa que un centro con alma social, una especie de democristianos tintados de rosa. Son esos partidarios furibundos del régimen del 78, de la monarquía, de la rojigualda y de que al Ibex 35 le vaya bien, aunque, eso sí, con algo de derechos civiles y Estado de bienestar. De modo que si yo fuera seguidor de Pepe Bono o Paco Vázquez, por citar dos nombres, ahora mismo estaría bastante tentado por pasarme a Ciudadanos.

Hace unos días, en un tuit, José Antonio Pérez Tapias, un hombre genuinamente de izquierdas que ya se fue del PSOE, atribuía al electoralismo la postura de Rivera exigiendo mayor dureza todavía contra los independentistas catalanes. Es evidente –y esa es la segunda idea del artículo de Daniel Ríos– que cualquier choque de nacionalismos favorece siempre a las derechas. La bandera patria es uno de sus fondos de comercio históricos. Cuando las religiones dejaron de funcionar en Occidente como instrumento para tener al pueblo resignado antes los abusos de los poderosos, se inventaron las naciones, las grandes y las pequeñas. Eso fue allá por el siglo XIX.

En una competición a ver quién mea más largo en defensa de su patria, la izquierda, racionalista e internacionalista por definición, siempre tiene poco que ganar. En la cuestión de la aplicación a Cataluña del artículo 155, Rivera dice que él sería mucho más duro que Rajoy. Es sin duda una actitud electoralista, como escribió Pérez Tapias. Rivera sabe que eso le hace más simpático a los ojos de los españolistas que antaño votaban PP o PSOE. Pero a Pérez Tapias le respondí vía Twitter que, en mi opinión, Rivera también es sincero. No tengo la menor duda de que Ciudadanos es un partido de derechas y españolista, defensor del orden establecido y partidario del capitalismo más salvaje que pueda conseguirse sin provocar un estallido social. Jamás me he creído sus milongas sobre modernidad y liberalismo.

¿Qué puede hacer entonces la izquierda para impedir que a los largos años de un Rajoy apoyado por Rivera sigan otros ocho o doce de un Rivera apoyado por el PP? Elemental, querido Watson. Removilizar a los suyos proponiendo una agenda propia, la agenda de esa mucha gente corriente que ya no sigue las noticias de Cataluña y se preocupa por cosas como los bajos salarios, la incertidumbre sobre las pensiones, los recortes sanitarios o la persistencia del machismo en la vida cotidiana. Gente que contempla con inquietud los hachazos cotidianos a la libertad de expresión y manifestación.

La izquierda, claro, también debería de aparcar su incombustible espíritu de Frente Popular de Judea. Los del PSOE odiando mucho más a Podemos que al PP y Ciudadanos. Los de Podemos enfrascándose en esas conspiraciones infantiles de las que Iñigo Errejón con Vistalegre II y Carolina Bescansa con su memorándum en Telegram son notorios ejemplos. Los de Izquierda Unida añorando aquellos tiempos en los que no había nadie más corriendo por su pista. Por no hablar de esos progresistas catalanes abducidos ahora por la construcción de un nuevo Estado nacional. En fin, pongan ustedes los muchos otros ejemplos que les vengan a la cabeza.

Tengo poca esperanza en que la izquierda deje de dispararse a los pies. Me preparo emocionalmente a más años de lo mismo, de lo de siempre, ahora con Rivera en la Moncloa.

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