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Verso Libre

Estamos a tiempo

Irse de la lengua es irse del tiempo. En todas las épocas ha habido gente dispuesta a decir mucho más de lo que debe decirse, porque la educación y la cultura suponen un modo especial de saber hablar o saber callarse a tiempo. ¿Cuál es la característica de nuestra lengua, sus tiempos y sus destiempos? El confuso concepto de posverdad ha servido para aclarar muchas cosas. Vivimos una época tan apresurada que la concepción lineal del tiempo se ha convertido en una carrera de velocidad, un compendio de sorpresas efímeras y olvidos inmediatos, un rosario de cóleras y miedos.

El vértigo, mientras normaliza las falsas noticias y los olvidos, hace que los discursos fragmentados del poder no tengan por qué responsabilizarse de lo que dicen. Mañana nadie se acordará de sus palabras, sólo permanecerá un estado de ánimo crispado, una excitación cultivada con la sucesión de mentiras que conforman la posverdad. Se invita al odio más que a la bondad, al desprecio más que al respeto, a la risotada más que al conocimiento. ¡Qué bien se lo pasan unos y otros mandándose chistes hirientes contra el adversario, convertido en enemistad obsesiva a través de Whatsapp!

No siempre se pueden cambiar las cosas, pero siempre se está a tiempo de saber en qué tiempo se vive, cuál es su modo de relacionarse con las palabras, la mentira y la verdad. El neoliberalismo político es un regreso a la ley de la selva enmascarado de modernidad. Los instintos de supervivencia son reacciones marcadas por la aceleración: no sólo definen nuestras costumbres, sino también nuestros conceptos sobre la vida. La idea del tiempo que nos regula impone una sucesión de instantes sin historia, sin sombra para proyectar hacia el futuro, sin compromiso al margen de lo efímero. Por eso los que se van de la lengua se van del tiempo, no tienen que responsabilizarse de sus palabras, de su pasado mañana.

Esta dinámica hace del tiempo una mercancía de usar y tirar…, y de la realidad cotidiana un vertedero. El paisaje de desechos que reproducen los medios de comunicación y las crispaciones políticas es la naturaleza ideada para un ser humano concebido a sí mismo como mercancía, gente que puede ser tratada como cargamento de carne en un barco a la deriva o como mano de obra barata de usar y tirar.

La pedagoga norteamericana Martha Nussbaum publicó hace unos años un ensayo iluminador titulado Justicia Poética (Andrés Bello, 1998). Ha pasado el tiempo, pero tiene vigencia, pertenece a nuestro relato de las cosas cuando nos habla de la imaginación literaria y la vida pública. Contra el tiempo convertido en mercancía, el tiempo de la literatura conforma una memoria de la experiencia humana, un saber de siglos. Alegrías y sufrimientos que nos convierten en seres con memoria y que nos comprometen con el futuro. Sólo las manos conscientes de la herencia recibida se ponen a trabajar con oficio y beneficio para que el legado pase a la generación siguiente.

Sobre el amor

La memoria no es sólo un cultivo de héroes y hazañas, de victorias y derrotas. Es bueno defender la memoria y la historia porque bajo las tragedias y las dignidades está el tejido de la vida cotidiana, la respiración de la gente que se ha levantado amanecer tras amanecer para existir, desayunar cuando ha podido, trabajar, enamorarse y tener hijos. Olvidar el pasado en nombre del instante significa un modo de irse del tiempo como relato humano para convertir a los individuos en mercancías de usar y tirar. En eso trabajan hoy los que se van de la lengua y mienten porque no se sienten obligados a responsabilizarse de lo que dicen.

Yo escribo porque un día entré en una habitación prohibida en casa de mis padres. Era el salón de las visitas, el lugar que se defendía de las travesuras y los destrozos de los niños. Allí estaba la biblioteca, allí me esperaban las palabras de Federico García Lorca, Rosalía de Castro, Félix Lope de Vega y Benito Pérez Galdós. Al hacerme lector, me hice heredero del tiempo de mis mayores. Formo parte de un relato del que no quiero irme. Es mi Constitución, un libro abierto y en marcha.

Estamos a tiempo de cuidarnos frente a los que se van de la lengua y del tiempo para devolvernos a la ley de la selva.

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