¡A la escucha!

Quedar para pegarse

Da miedo ver cómo banalizan la violencia, cómo se exhiben en su peor papel, cómo les da igual lo que está pasando delante de sus narices y lo único de lo que se preocupan es que antes de soltar el primer sopapo la cámara de su móvil esté grabándolo todo. Las imágenes que veíamos esta semana de las brutales palizas de chavales muy jóvenes ponen los pelos de punta. Por cómo se humilla al de enfrente, pegándole y grabándole. Y porque luego cuelgan esa doble humillación en redes para que el escarnio sea viral.

En las imágenes se ve al chaval acosado esperando casi de forma mansa a que todo termine. Saben que esa manada está ahí organizada y que su único fin es pegarle y grabarle. Esperan a que todo pase rápido. En otros vídeos, en cambio, todo parece una performance perfectamente orquestada. Se oye cómo uno de los que graba les pide a los dos salvajes que están moliéndose a palos que paren un momento y que vuelvan a repetir la secuencia de patadas y de puñetazos porque no estaba grabando. Y los otros, como si fueran autómatas, efectivamente paran, esperan a que todos estén bien posicionados con sus móviles y cuando les dicen dale, hala, a molerse a palos. Hacen quedadas para esas palizas. Se citan en parques públicos pero lo peor es la explicación que dan: es nuestra forma de relacionarnos. ¡Terrible!

Las peleas entre tíos han existido, por desgracia, siempre. Recuerdo en mi época de adolescente en Pamplona que prácticamente todos los fines de semana el grupo de chicos del instituto y del colegio acababan pegándose a la salida de la discoteca o en la parte vieja. Casi siempre con público femenino al que pretendían o creían pretender impresionar. Cuando en realidad yo, y muchas de mis amigas, nunca entendíamos por qué la noche de fiesta terminaba casi siempre así, a puro golpe (la mitad de esos golpes al aire porque el nivel de alcohol era importante). No lo entendía y siempre me ha parecido ridículo, primitivo. Al principio intentabas mediar, pedirles a gritos que pararan, pero cuando aquello no servía de nada y cuando la escena empezaba a ser repetitiva, te sabías cómo terminaba aquello, directamente cogías tu abrigo y te ibas de allí. Sabía que sin público lo de pegarse era menos atractivo, perdía todo el sentido, total, ¿quién iba a ver quién acababa peor parado?

Así que sí, lo de pegarse no es nuevo, pero lo de grabarse y colgarlo después en las redes sí. Y aquí está el elemento que empieza a distorsionar todo y que lo pervierte de una forma peligrosa. Ser un cafre y que te vea mucha gente mola. Así funciona su mente. Demasiada testosterona mezclada con mucha estupidez. La peor combinación posible. Y que te hace echarte a temblar por el tiempo perdido de algunos de esta generación.

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