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Desde la tramoya

El mentiroso en su habitat natural

Eran al principio solo sospechas. Pero ahora hay pruebas incontestables de que Rusia intervino en la campaña presidencial estadounidense en contra de Hillary Clinton y a favor de Donald Trump. Robando datos de los demócratas y contaminando la campaña con falsedades e informaciones privadas. En el llamado Informe Mueller, un documento de 400 páginas disponible en internet y presentado el mes pasado, se describen las maniobras con todo lujo de detalles.

Cuando el informe se hizo público, el presidente Trump se dio por liberado de acusación alguna, porque el fiscal especial Robert Mueller que firmó el informe, no inició acciones legales contra él.

Pero este miércoles el propio fiscal habló durante unos minutos ante la prensa, después de dos años de investigación y de silencio, y afirmó que “si hubiésemos tenido confianza en que el presidente claramente no cometió delito, lo habríamos dicho”. Y explicó también que si no inició acciones legales contra Trump es porque no está capacitado para ello. Hay otros juristas que creen que sí podría haberlo hecho, como Ken Starr contra Bill Clinton a propósito del 'caso Lewinski'. Las declaraciones de Mueller han agitado en cualquier caso la política estadounidense, poniendo sobre la mesa de los demócratas la posibilidad cierta de un impeachmentimpeachment, una suerte de moción de censura contra el presidente.

El jueves Trump hizo otra rueda de prensa improvisada de esas que él adora. Al salir hacia su helicóptero en los jardines de la Casa Blanca, se despachó como suele hacer. Merece la pena ver el estilo y el contenido. 

Con un desparpajo sólo comparable al de un charlatán de feria, acusa de nuevo a la prensa y a los demócratas de la “caza de brujas” contra él. Afirma, en contra de cualquier evidencia, que nadie ha hecho más que él contra Rusia, aunque trata de llevarse bien tanto con Putin, como con China, o incluso con Irán. Afirma, sin despeinarse, que Mueller le atacó simplemente porque quería dirigir el FBI y él no le dio el puesto. Ataca a los demócratas sin piedad, e incluso al fallecido John McCain, o a Obama. Admite llevarse bien con sus amigos Boris Johnson, posible nuevo primer ministro inglés si nadie lo remedia, o Nigel Farage, el británico fascista antieuropeo que defendió con mentiras el Brexit.

Trump aplica una comunicación populista vulgar, la misma que ejercitan Salvini, Bolsonaro o, aquí, en nivel debutante, Santiago Abascal. Sumamente eficaz entre el púbico inculto y entre los hooligans propios, esa comunicación sigue básicamente cinco axiomas, que el propio Trump describió en sus libros sobre ventas y negocios antes de llegar a la Presidencia.

Exagera o miente sin rubor. Los adjetivos abundan: “horrible”, “increíble”, “terrorífico”, “horrendo”... No hay matices ni grises. Todo es blanco o negro. La verdad pasa a un segundo plano.

Todo es una conspiración de los poderosos, entre los que están “los medios”. Los ataques son personales. Me atacan porque no me quieren, porque no les gusto, porque me odian. No por motivos políticos ni ideológicos, sino por inquina personal. Los medios son parte de ese sistema corrupto que los líderes de la extrema derecha quieren cambiar. Por eso es mejor Twitter que los “fake media”.

Una cuidadosa naturalidad. Trump parece ser la persona más accesible del mundo. Se mueve de un lado a otro, responde a todo. Luego insulta a la prensa y censura a los medios críticos, pero si lo hace es porque esos medios no dicen la verdad. No oculta sus preferencias. Incluso felicita en directo a los reporteros que le tratan bien, y regaña a los que le critican.

Astracanada

Reenmarca tus propias debilidades y aplícaselas al adversario. Aunque tú mientas compulsivamente, los mentirosos son ellos. Si es evidente que los rusos te ayudaron a ti, di que en realidad le ayudaron a ella. Aunque tú nacieras ya en la élite de la élite mundial, gracias a los negocios mafiosos de tu padre, trata de convencer al mundo entero de que eres un hombre hecho a sí mismo.

Solo las emociones importan. La política se convierte en una mera confrontación de pasiones desmedidas. Por eso, en el fondo, Trump disfruta con la posibilidad del impeachment; porque él se crece en el papel de víctima de las peores maldades. Y cree que será capaz de convencer al pueblo americano –que, naturalmente, no va a leerse las 400 páginas del informe Muellerinforme Mueller– de que todo lo que le pasa es, como siempre, resultado de una conspiración de las élites.

 

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