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La gran paradoja del 21A: un Parlamento más soberanista, una ciudadanía menos independentista

Buzón de Voz

Una cuestión de confianza

Hace un par de semanas nos declarábamos en esta misma página “hartos de tacticismos” (ver aquí). Si entonces estábamos muy cerca del abismo (en el sentido marxista de Groucho) hemos seguido observando algún paso hacia adelante, avanzando sin prisa pero sin pausa hacia una investidura fallida en el mes de julio y con la amenaza de una repetición de elecciones para el 10 de noviembre. Convencido por constatación no estadística pero sí directa de que cunde esa sensación de hartazgo en el personal sobre la gestión política de esta realidad compleja, dejo aquí unos breves apuntes personales por si sirven para el debate o la reflexión compartida:

 

  • Pedro Sánchez y el PSOE están obligados a dedicar hasta el 22 de julio todos los esfuerzos posibles para lograr un acuerdo de gobierno con Unidas Podemos, y para sumar después los apoyos del PNV, del Partido Regionalista de Cantabria y de Compromís (serían 173). Si Sánchez mantiene su compromiso prioritario de “no depender de los independentistas” para formar gobierno, como ha declarado en reiteradas ocasiones, el único camino posible es colocar a los 26 escaños independentistas en la tesitura de facilitar con algunas abstenciones un gobierno progresista o forzar una repetición de elecciones con el riesgo de que sumen las derechas. Ya lo hemos escrito: lo importante después será qué se negocia con cada grupo en el Congreso, no tanto con quién se hace, porque en democracia ningún representante de la ciudadanía puede ser un “apestado”. En todo caso “apestará” lo que defienda o parte de su discurso.

 

  • Pablo Iglesias y Unidas Podemos están obligados a poner todo su esfuerzo en ese “acuerdo integral de gobierno” (en palabras del propio Iglesias) que incluye “programa, coalición y legislatura” (ver aquí). Y todo el esfuerzo significa, obviamente, que nunca es posible obtener el cien por cien de lo pretendido en una negociación en la que además uno representa a la parte más débil, por imprescindible que sea su contribución y por tanto el valor de la misma. Lo cual significa que para el electorado y para el interés de España tiene muchísima más trascendencia el contenido que el continente, el qué de los pactos que la nomenclatura, llámese vicepresidencia, ministro o altísimo comisionado.

 

  • Unos y otros, a mi juicio, se equivocan gravemente cuando argumentan a las claras una “falta de confianza” en sus exigencias previas. Sostienen dirigentes del PSOE que no pueden fiarse de Iglesias o de otros miembros de Podemos sentados en el Consejo de Ministros porque en cualquier momento estallarían conflictos acerca de asuntos de Estado, por ejemplo Cataluña. Sostienen dirigentes de Podemos que es absolutamente imprescindible su presencia en el más alto nivel del Ejecutivo porque no se fían de la tendencia del PSOE a incumplir pactos de izquierdas para sucumbir a las presiones de poderes económicos, financieros o mediáticos. No voy a discutir esos argumentos. Sólo quiero recordar que nadie les pide que se casen ni que pongan sus bienes a nombre del otro, ni siquiera que se vayan de copas juntos o se consuelen de los palos que a todos nos da la vida. Lo que se les exige, creo, es que trabajen juntos por avanzar en el progreso, contra la desigualdad, contra la emergencia climática, contra la precariedad laboral, contra la deserción de los ricos… Contra todo aquello que representa un bloque conservador y neoliberal en el que se gritan e insultan, pero donde finalmente comparten todo un programa económico favorable a las rentas más altas y un retroceso en derechos y libertades simplemente alarmante aunque solo fuera por sus posiciones acerca del feminismo, la sostenibilidad ecológica o del Estado del bienestar.

 

  • Es fácil de entender la existencia de esa desconfianza entre grupos políticos que compiten por un mismo electorado. Pero “la mejor manera de saber si puedes confiar en alguien es confiando”, escribía Hemingway. Y en este punto Pedro Sánchez tiene la máxima responsabilidad. Por una razón muy sencilla: la Constitución otorga amplios poderes al presidente una vez investido. Puede abrir una crisis de Gobierno cuando lo considere oportuno, nombrar y destituir ministros o disolver las Cortes cuando le pete. Si Iglesias, por ejemplo, adoptara posiciones sobre Cataluña que el PSOE considerase incompatibles con las vías democráticas legales, Sánchez tendría en su mano poner freno o fin al proyecto.

 

  • Es legítima la pretensión de Sánchez de intentar un gobierno “a la portuguesa”, en solitario y con acuerdos parlamentarios sin coalición en el Ejecutivo. Pero también es cierto que uno de los argumentos más reiterados para rechazar la coalición propuesta por Podemos ha quedado muy debilitado. Lo contamos el 12 de junio en infoLibre (ver aquí) y lo ha explicitado el propio Pablo Iglesias en una carta publicada este miércoles en La Vanguardia (ver aquí). Ante la insistencia de Sánchez en que esa coalición impediría sumar los votos necesarios para poder formar gobierno, Iglesias le propuso poner la fórmula a prueba en la investidura, con el compromiso de que si no sale adelante, entonces Podemos revisaría su posición antes de una tercera votación. La verdad es que Sánchez ha dedicado más esfuerzo a reclamar la imposible abstención de Ciudadanos que a argumentar por qué no ve posible ese acuerdo con Iglesias. En la noche de este jueves, en Telecinco, el líder socialista ha recuperado la idea de que Podemos sugiera nombres de "personas independientes de reconocido prestigio" para carteras ministeriales. Es un paso. 

 

  • Quedan 17 días para hacer lo que no se ha hecho en tres meses. Para intentar lo que uno entiende que reclama la mayoría del electorado progresista. Para desmentir las tesis de quienes sostienen que nunca se permitirá desde otros poderes ajenos a la política un gobierno verdaderamente de izquierdas en España. Para poner las bases de un diálogo constructivo que evite romper los puentes con ese independentismo que no ha perdido fuerza pese a los juicios y encarcelamientos, y que no es previsible que la pierda con la sentencia del Supremo, su recurso ante Europa y sus efectos políticos.

Hay tiempo incluso para que la ciudadanía pueda percibir si se realizan o no esfuerzos sinceros para la gobernabilidad. Para decidir quién pone palos en las ruedas y quién no. Para otorgar una renovada confianza en la política, mucho más trascendente que la que puedan tener entre sí los propios partidos y dirigentes. Esa sería la única forma, a mi juicio, de acudir de nuevo a las urnas en noviembre sin la impotencia indignada que ahora define un estado de ánimo muy extendido, y cuyas consecuencias pueden dar al traste con los optimistas cálculos demoscópicos que circulan.

P.D. A menudo las advertencias más profundas sobre la realidad política provienen de otros ámbitos. Para sentarse a hablar o a negociar sobre lo que de verdad importa, sugiero leer las opiniones del combativo cineasta Ken Loach (ver aquí) y su lúcida advertencia: "El capitalismo ahora es mucho peor. Es desalentador comprobar que no aprendemos. (...) Todas las instituciones que deberían velar por la justicia social se han convertido en herramientas para castigar a los pobres. (...) Hemos normalizado lo inaceptable. La injusticia se acepta como parte del sistema. Hemos llegado a un punto en el que se habla de generosidad o de caridad en lugar de simple justicia". A sus 83 años Loach sigue en su lucha, desde el cine. Otros deben luchar desde el Gobierno (si comparten de verdad ciertos principios).

 

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