Desde la casa roja

Leche y aceite

Aroa Moreno

¿Qué hacías durante aquellos días cuando España alcanzaba su cifra de muertos por covid-19 más alta? Cuando parte del mundo todavía no había sido infectada. Todas aquellas jornadas hasta el 31 de marzo, por ejemplo, cuando se registraron 929 fallecidos en nuestro país. Ese mismo día nevó en cotas bajas. Yo no recuerdo qué hacía con precisión. El tiempo de uso de mi teléfono batió récords, escribía algunas páginas, volvía a escuchar canciones de cuando era más joven, charlaba en zoom con mis amigos, mi vecino trataba de descifrar el lenguaje de mi persiana. El granizo tiró las flores. Los animales cercaron nuestro refugio. Medíamos la vida interior desde la mesa de nuestras cocinas. Lloré el día que Italia cumplió los mil muertos. Lloré tanto que cuando España rozó esa cifra, estaba ya bloqueada de espanto.

Pero en este borrón, recuerdo mejor algunas cosas. Y no quiero olvidarlas. El viernes, 13 de marzo, Pedro Sánchez se dirigió a nosotros: “Estimados compatriotas”, comenzó, y declaró el Estado de Alarma en el que seguimos viviendo. La semana siguiente, lanzó el mensaje más crudo: “lo peor está aún por venir”, decía. “Vamos a hacer todo lo que sepamos y podamos para salvar todas las vidas posibles¨.

Eran las 21 horas de un sábado.

Aquella noche, entre esa y otras noticias, no pude dormir.

En aquellas semanas de shock, aquel tiempo brutal donde solo intuíamos la tragedia que ya contabilizada llegaría en abril, cuando nos checábamos los síntomas constantemente, mientras los hospitales se desbordaban, los ancianos fallecían en las residencias y salíamos temblando de los supermercados, justo entre esas dos comparecencias, no pude creer que el Jefe del Estado, Felipe VI, comunicara a los medios que renunciaba a la herencia económica que pudiera corresponderle de su padre Juan Carlos y le retiraba la asignación que tiene fijada en los presupuestos de la Casa del Rey (194.232 euros anuales). Justo en ese momento. Pero ya hacía un año que Felipe VI sabía que era beneficiario de la fortuna oculta de su padre.

Era la tarde del domingo 15 de marzo. En televisión, simultáneamente al envío desde Zarzuela del comunicado, la ministra de Defensa y los ministros de Interior, Transportes, Agenda Urbana y Movilidad daban una rueda de prensa crucial, una de las comunicaciones más importantes que se han efectuado en la pandemia.

Sucio momento para lavar los trapos. Un rey emérito español que hasta hace seis años estaba aforado ante el alto Tribunal hiciera lo que hiciera, que era inviolable, había sido traicionado por su ex amante alemana a través de unas grabaciones. En ellas contaba cómo el monarca no distinguía entre lo ilegal y lo legal y había pedido y recibido comisiones millonarias. Si esto fuera una ficción, sería inverosímil. Y así, sin más, aquel 15 de marzo, parecía que Felipe VI nos susurraba que su padre se había equivocado. Otra vez. Que había vuelto a ocurrir. Y le castigaba, pero intentando no hacer mucho ruido. El caso es que lo escuchamos: era un gran escándalo en medio del silencio más triste de nuestra historia reciente.

En estos meses he visto vídeos y fotografías de Felipe y Letizia de guantes negros paseando por Mercamadrid, por los centros de Emergencias, manteniendo minutos de silencio, reuniéndose por zoom con músicos, escritores, asociaciones, apoyados seriamente sobre sus mesas de trabajo, con sus carpetas de apuntes y documentos tituladas a mano covid-19 como una calculada estampa inmóvil. Piden leche y aceite a la nobleza para los que no pueden comprarlos. Sus rictus son perfectos, son los rostros de la preocupación absoluta.

Pero, este lunes, todo ese esfuerzo de imagen de la monarquía volvió a frustrarse. La Fiscalía del Tribunal Supremo anunció que investigará a Juan Carlos I, rey emérito, por el supuesto cobro de esas comisiones por hacer de intermediario en la adjudicación de las obras del AVE a la Meca gracias a la cercanía del monarca con la familia real saudí. Los fiscales investigarán si cometió blanqueo de capitales y delito fiscal. Millón y medio de euros en una maleta que rodó por Suiza. ¿Veremos a Juan Carlos de Borbón en el banquillo? La inviolabilidad es una ventaja medieval incompatible con una democracia.

Debe ser difícil representar a una institución en la que ni tú mismo crees. Cómo hacerlo si renuncias a las herencias y desprecias a parte de la familia, cuando son, precisamente, los lazos de sangre lo único que sustenta tu jefatura.

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