Plaza Pública

De las 'fake news' a la descomunicación

Jesús Parralejo Agudo

En la actual época de entrópica lucha por el poder, los nuevos canales informativos han santificado la tesis de que a la política moderna le han crecido las fake news (noticias falsas) como aderezo disruptivo ideado para manipular la opinión publicada, cuando la realidad es que estamos ante la versión digital del rumor interesado, del libelo de toda la vida. De lo más novedoso, vamos.

Las noticias falsas, hoy tan de moda en las tertulias gracias al glamour del anglicismo, han servido para derribar tronos y encumbrar tiranos a lo largo de sucesivas centurias. Dinámica que, salvando las distancias, pervive con nitidez en el escenario electoral del 28A, en el que la derecha –sólo hay una, no equivocarse- ha desempolvado sus mejores galas guerracivilistas para vociferar la rabia de saberse despropiada del cortijo español.

Una mirada estratégica al repóquer de bisoños candidatos en liza, es de largo el triunvirato P-A-S el más sobresaliente en populismo. Siempre dispuestos a generar titulares llamativos, aunque para ello haya que recurrir a las dichosas fake news, sin que les tiemble el pulso. Al fin y al cabo, los tres son hijos políticos del mismo mentor, el Aznar inductor de la noticia falsa más miserable en 40 años de democracia: atribuir a la ETA el atentado del 11M con fines electorales.

En pura teoría goebbeliana, lo importante es el ruido y de paso que hablen de uno, aunque sea bien. Así, en el entorno Matrix la simplificación es la norma binaria en el juego global de la información y de la comunicación, cara y cruz de la credibilidad. Que en escenarios electorales suele demediarse por la ansiedad cortoplacista para generar impactos informativos. Sin entender que por sí mismos no cimientan la credibilidad necesaria para la acción política, abriendo de paso la puerta al tsunami de la descomunicación.

El auge de esta práctica, que impulsada por el marketing político más ortodoxo  llega desplazando las fake news, se debe a la ausencia de límites en la manipulación de los electores.  La descomunicación no necesita de la mentira como eje principal de campaña. Su mecánica de interacción electoral es más eficiente y diabólica. Confunde y desorienta a las audiencias a partir de distorsiones racionales de los mensajes, en vez de los impactos emocionales de la fake news, que sólo aportan inmediatez, y olvido al ser neutralizadas con la verdad documentada.

La descomunicación supone un cambio de paradigma en un mundo global poblado por multiplicidad de canales de comunicación. Sobre todo cuando el problema de fondo son los mensajes exagerados, las medias verdades que pulverizan la credulidad de los electores. Descomunicación en estado puro, cuyo ejemplo más reciente es la ocurrencia de la agencia de viajes Falcón, en la calle Ferraz de Madrid. Un nuevo disparo a la femoral de la democracia.

Mientras que la incomunicación sólo impide que fluya una relación bilateral comunicativa, la descomunicación genera tales distorsiones de la realidad que podrían abocar a la credibilidad a ser engullida por el agujero negro guerracivilista. Porque su modus operandi no responde ni a la estrategia, ni al rigor, ni al respeto que tanto el canal como el receptor merecen en la ecuación comunicacional. De ahí el auge de la propaganda y sus populismos.

En un escenario con altas dosis de sobreactuación informativa, el prefijo “des” arrincona con oportunismo la comunicación política esencial. De ahí al naufragio distan pocas brazadas, máxime cuando la descomunicación aflora como falso salvavidas. Dando lugar a situaciones de crisis en las que la reputación de cualquier marca termina siendo puesta en entredicho y con ello su propia viabilidad.

La propaganda sin mesura perimetra hoy la batalla electoral y los votantes asumen con cierta normalidad hasta las propuestas más cínicas o descabelladas.  Con este viento a favor, los candidatos ambicionan colar sus mensajes “de parte” mediante titulares escritos al dictado. Entonces la política desaparece como arte de lo posible; el debate político se desvanece, y las fake news dejan paso franco a la descomunicación, corporeizada en Leviatán de fuego y miedo. Por lo que respecta al 28-A, con la inestimable ayuda de un quinteto de políticos incapaces.

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