Plaza Pública

Hablemos de sexo

Carmen Domingo

La cosa viene de lejos ⎯lo del sexo y el género, digo⎯, pero sabido es que hasta que alguien con el suficiente número de seguidores no habla de ello parece que el problema no existe y eso ha sucedido tras un tuit de JK Rowling que ha puesto en la palestra la polémica entre sexo y género.

Pongámonos en contexto.

Hace unos días la autora de la exitosa saga de Harry Potter publicó un tuit defendiendo a Maya Forstater, una investigadora a quien no renovaron el contrato al parecer por expresar que el “sexo es un hecho biológico e inmutable”: “Vístete como quieras ⎯dijo JK Rowling en tuiter⎯. Llámate como quieras. Duerme con cualquier adulto que te consienta. Vive tu mejor vida en paz y seguridad. ¿Pero obligar a las mujeres a abandonar sus trabajos por afirmar que el sexo es real?”. Antes de seguir, pensemos que en el Reino Unido las peticiones de cambio de sexo de menores de edad han aumentado un 4.400% desde que entró en vigor una nueva legislación sobre género.

El tuit hizo saltar la polémica.

En nuestro país la discusión se suma a la iniciada semanas atrás con un comunicado del Partido Feminista, Lidia Falcón a la cabeza. La dirección del mismo estaba preocupada tras la presentación en el Parlamento de Extremadura de una ponencia leída por una niña de 8 años declarándose transexual y agradeciendo que le hubieran dejado empezar su cambio de sexo. Publicó entonces el Partido Feminista un comunicado alertando lo que suponía esa realidad ⎯reivindicaciones de cambio de sexo con una edad en la que no se distingue cuánto dura una hora⎯ y advirtiendo que desde Podemos iban en esa dirección y se había creado una Comisión encaminada a legalizar y aceptar el discurso de la desaparición del sexo y la libre determinación de la identidad; algo que derivaría en la invisibilidad de la mujer.

Vayamos por partes, para entender la controversia.

Los orígenes de la desaparición de los sexos

La filósofa estadounidense Judit Butler, al publicar El género en disputa en los noventa, abrió la caja de Pandora. En ese momento, el feminismo ya tenía claro, lo había dicho Simone de Beauvoir en El segundo sexo, que el género era aquel comportamiento que tenemos asociado culturalmente, resultado de patrones sociales. Pero Butler añadió a esa reflexión que el sexo es también un constructo social, sumándose a la teoría queer que defiende que los géneros, las identidades sexuales y las orientaciones sexuales no están marcados por la biología. Se unió así –o más bien se eliminó la diferencia y aquí está la trampa y el peligro⎯: sexo y género, defendiendo una identidad que depende de nuestro deseo. O sea una persona puede elegir ser mujer, hombre o las dos cosas a voluntad ⎯bienvenidos al binarismo⎯.

Ese “No existe ni género ni sexo”, o sea, no existen “las diferencias entre las personas”, es lo que nos preocupa ⎯y con razón⎯ a las feministas. Porque, eliminadas esas diferencias de sexos, desaparecen todas las opresiones contra las que ⎯por el hecho de ser mujeres y tener un sexo⎯ ha luchado el feminismo desde sus orígenes. Parece claro que si no hay diferencias de sexo, no hay sexismo y no hay lucha feminista. ¿Cómo defender desde el feminismo la igualdad para las niñas en su derecho a la escolarización en aquellos países en los que no pueden asistir al colegio? ¿Cómo luchar contra la ablación? ¿Cómo redactar las leyes de violencia machista si no existen mujeres? En definitiva, si el sexo no es real, sino una identidad elegida a voluntad, y no existe diferencia entre hombres y mujeres, porque somos seres binarios, ¿cómo reivindicar una sociedad igualitaria si no existe desigualdad?

Sigamos.

Sin embargo, para cambiar de identidad se recuperó el concepto de género y con él los estereotipos de hombres y mujeres y con ellos todas las opresiones contra las que ⎯por el hecho de ser mujeres y tener un sexo⎯ ha luchado el feminismo desde sus orígenes. Ni la Sección Femenina hubiera sido igual de contundente adjudicando estereotipos. Así, si un niño decide hacerse agujeros en las orejas para llevar pendientes, vestirse de rosa, pintarse los labios y llevar tacones es ⎯qué cosas⎯ una mujer, sin necesidad más que de desearlo, ahí está el matiz que la aleja de la disforia de género (desajuste o malestar con su cuerpo), que es una enfermedad con diagnóstico y tratamiento. Entonces… ¿los estereotipos de género existen? No habíamos quedado, tras leer a Simone de Beauvoir, que el género, precisamente, es el que hay que abolir y por eso “una mujer no nace, sino que se hace”?

La futura ley trans y el Partido Feminista

En este punto, en España, desde la izquierda no se tardó en defender las teorías queer adoptadas por Judit Butler; con este complejo que existe de respaldar cualquier posicionamiento con tal de distanciarse de la derecha, algunos son capaces de defender lo indefendible. Si, además, hablamos de minorías, y de culturas diferenciadas, el terreno estaba abonado. ¿Cómo atreverse a defender la izquierda que las mujeres tiene vulva y los hombres pene, si eso lo hace la derecha ultramontana? De hecho, Podemos, y parece que también Izquierda Unida, han caído en la trampa. Y no hay más que leer la “Proposición de Ley sobre la protección jurídica de las personas trans y el derecho a la libre determinación de la identidad sexual y expresión de género”, que planteó el partido morado en la pasada legislatura defendiendo la eliminación de las categorías antropológicas, varón y hembra. De seguir así, nos encontraremos que si el que legisla es Vox, nuestros hijos no podrán acceder a la asignatura de educación sexual, y si el que gobierna es Podemos, nuestros hijos de ocho años tendrán un sexo u otro cada día según la identidad que decidan en función de la ropa que se pongan.

La alarma saltó en el Partido Feminista tras leer una de las reivindicaciones de Podemos: “La autodeterminación de la identidad sexual no podrá ser puesta bajo cuestionamiento de manera que en ningún momento, proceso o trámite se exigirá la aportación de medios probatorios de aquella. En todo momento será considerada e interpretada de acuerdo a la manifestación de voluntad personal”, o sea, sin necesidad de cirugía y sin supervisión médica ni psicológica, defendiendo la legislación de la no identidad del individuo. Vamos que uno llega a los baños del aeropuerto y entra al de mujeres u hombres según su propia autodeterminación sin que nadie se lo pueda discutir; o se acoge a la cuota femenina o masculina de cualquier trabajo según le interese; o entra en la piscina nudista para mujeres de Madrid si ese día se siente mujer. ¿Recuerdan las listas cremalleras adoptadas para las elecciones con el objetivo de alcanzar un equilibrio de sexo? Respiren, ya no serán necesarias, porque cualquier candidato puede ser de cualquier sexo. De esos “cambios” saben en Canadá, donde hay una legislación transgénero, y hace poco detuvieron a un hombre que en el momento de su detención se declaró transgénero y acabó forzando a varias presas. Poco más que añadir salvo que le ha caído la perpetua, claro.

Recordemos que para la teoría queer la mujer y el hombre no son realidades empíricas en relación al sexo, sino figuras no constitutivas de naturaleza fija, que cambian, vamos. Entonces, ¿la biología no existe? ¿Puede el Estado legitimar las subjetividades relativas de todos nosotros? ¿Puede prever la ley la defensa binarismo y simultanear la categoría hombre/mujer y así la desaparición de la defensa del sexo? ¿La individualidad es prioritaria a lo colectivo? Alguien tenía que alzar la voz en defensa de las mujeres y ha sido el Partido Feminista, que ha alertado sobre el abandono de lo material por lo simbólico y el peligro que eso supone. Defender una ley que respalda que te cambies de sexo sin necesidad de ningún diagnóstico equivale a eliminar los sexos y, al fin, y ahora llega la maniobra perversa, se consigue algo que el patriarcado ni se había atrevido a soñar: eliminar, por ley, la existencia de las mujeres y, no perdamos este detalle de vista, de los homosexuales ⎯igual no lo han pensado⎯, porque no se puede ser homosexual si los sexos no existen.

La defensa de las posiciones feministas es más necesaria que nunca. El sexo es una característica biológica que no tiene que llevar aparejada la asignación o imposición de comportamientos sociales, o sea de género, para diferenciarnos (Simone de Beauvoir). Es más, debemos luchar ⎯principalmente desde el feminismo⎯ por defender que la feminidad no normativa no implica querer cambiarse de sexo, o sea ser transgénero, muchas mujeres heterosexuales y lesbianas están disconformes con la feminidad normativa y huyen de la imagen que la sociedad les marca siendo mujeres. Parece que ahora, no ponerte pendientes te hace distanciarte de la feminidad y acercarte al transgenerismo, lo dicho, el discurso de la Sección Femenina se quedaría corto. Si desarrollamos la tesis de eliminar elementos biológicos en nombre de la posmodernidad y los guiños a los individualismos podríamos replantearnos también las clasificaciones que hacen los zoólogos de los animales o las diferencias evidentes de aspecto entre las razas (¿por qué no elegir ser negro o blanco si puedo elegir entre ser mujer u hombre?). Una pregunta, de seguir así, ¿cuánto tardaremos en tachar de tránsfobos a los ginecólogos cuando, tras una ecografía, nos aseguren que estamos embarazadas de niño o de niña?

En definitiva, no hay duda de que desde el feminismo debemos insistir en que nos matan, nos marginan, nos violan, nos obligan a casarnos, nos cortan el clítoris, exigen nuestra virginidad, en definitiva, nos oprimen por tener vagina, por ser mujeres.

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