LA PORTADA DE MAÑANA
Ver
Especulación en el infierno: los intermediarios inflan los precios en medio del caos y la muerte de Gaza

Plaza Pública

Solución final

Fernando Baeta

Que Santiago Nasar iba a morir lo sabemos desde la portada de Crónica de una muerte anunciada, el libro de Gabriel García Márquez. Que muchos de nuestros mayores iban camino del degolladero cuando los ingresábamos en algunas residencias de ancianos ni lo sabíamos ni lo hemos leído en portada de libro alguno. Pero no tardaremos: muy pronto alguien incluirá esta masacre en tiempos oscuros, porque de una masacre se trata, en una Historia española de la InfamiaHistoria española de la Infamia que nada tendrá que envidiar, salvo en lo literario, a la de Jorge Luis Borges.

Así, a la panoplia de malvados del escritor argentino –raptores, asesinos, traidores, espías, delatores, cuchilleros, violadores, ladrones, torturadores, estranguladores, despojadores de cadáveres…– habrá que sumar los de esta pandemia 3.0: aquellos sinvergüenzas que han hecho negocio con la vida de muchos ancianos; aquellos que los abandonaron a su suerte, maldita suerte; aquellos que les importó su existencia infinitamente menos que el balance final de una cuenta de resultados o mantener su cargo a cualquier precio; aquellos que despedían a sus cuidadoras y cuidadores sin preocuparse de que estas medidas repercutirían negativamente en la salud de quienes debían proteger; aquellos delincuentes que pasarán a la historia como exterminadores de un puñado de arrugas de nuestro pasado.

Algunos también deberíamos hacer autocrítica y preguntarnos si no tenemos una cierta responsabilidad en lo que les ha sucedido; si realmente nos hemos preocupado de dónde los internábamos, de buscar y priorizar su bienestar más allá de encontrarles un acomodo que creíamos más o menos digno; o si por el contrario simplemente los hemos aparcado en esta o aquella residencia como si de un coche en un parking se tratara. Y además sin la vigilancia necesaria.

Si el creador nacido en Buenos Aires nos cuenta el periplo de sus infames con una cierta dosis de humor negro –latente en toda su obra–, aquí y ahora no hay humor que valga por muy negro que resulte, aquí y ahora la rotunda verdad de lo que hemos hecho o permitido hacer no admite más respuesta que la de exigir a la Justicia que depure las responsabilidades de quienes en cualquier parte han contribuido a la desaparición de un número insultante de nuestros viejosviejos.

La auténtica verdad es que están cayendo como chinches. Los datos de este martes son demoledores: más del 40 por ciento del total de víctimas en España procede de residencias de ancianos. infoLibre publicaba días atrás una información cuyo título incluía la mayoría de las pruebas del delito: “Las residencias pagan la crisis lastradas por las bajas de trabajadores, la privatización y la mala gestión”. Que su edad y sus patologías previas presentaban a las personas mayores como el colectivo más vulnerable de esta crisis es evidente. Pero también lo es que en muchas residencias, la mayoría, la muerte ha pasado de largo mientras que en otras se ha cebado hasta exterminar a muchos de sus inquilinos.

Las buenas residencias han dejado en evidencia a los mataderos. Y los buenos familiares también han dejado con el pie cambiado a quienes descuidaron la protección de los suyos. Y de no ser por el trabajo abnegado y sacrificado de los trabajadores del sector que se están dejando la vida por defender la de sus ancianos, literalmente en algunos casos, las cifras podrían ser todavía mucho más escandalosas.

Leo que la Fiscalía investigará a 25 geriátricos de Cataluña. Y seguro que se amplía la investigación a toda España. Con especial atención a la Comunidad de Madrid donde, entre el 26 y el 30 de marzo, por citar un espacio de tiempo concreto, cayeron 1.164 mayores, especialmente en 46 de las 294 residencias repartidas en la región, lo que demuestra que en algunas se ha hecho lo que se tenía que hacer y que ser mayor y tener patologías previas no te condenaba a muerte de forma directa.

En algunos de estos establecimientos malditos, de titularidad pública o privatizados por los distintos gobiernos conservadores de Madrid, los ratios son escalofriantes: 46 muertos de 130 internos, 42 de 320, 38 de 526, 46 de 504… En Aragón hace dos semanas el número de muertos en residencias equivalía al 56 por ciento del total de víctimas en la comunidad. Los trabajadores de una residencia de ancianos de Teruel no aguantaron más y salieron a la calle denunciando el “abandono total” que sufrían por parte de todo el mundo.

Invitaría si pudiera al genial escritor y dibujante Paco Roca a que le diera una vuelta a sus Arrugas –Premio Nacional del Cómic en 2008 que fue llevado al cine en 2012 con sendos Goyas a mejor guión y mejor película de animación– y nos volviera a abrir los ojos y a poner la piel de gallina contándonos, probablemente en blanco y negro, este capítulo oscuro de nuestra historia reciente; un relato macabro que dirá muy poco de nuestro teórico desarrollo social y de nosotros mismos como pueblo que se cree avanzado, moderno y solidario. Esta plaga, contaría Roca, ha demostrado que lo peor que les puede pasar a nuestros mayores no es el Alzheimer sino el hombre. Y si no, recuerden este lead de una reciente noticia publicada en todos los medios: 50 vecinos de La Línea de la Concepción apedrearon un autobús con 28 ancianos enfermos que iban a ser reubicados en una residencia de esta localidad. ¿En qué país vivimos? ¿En qué nos hemos convertido? ¿Por qué el miedo nos hace tan viles y cobardes?

Recuerdo La cabina, un mediometraje dirigido por Antonio Mercero en 1972 y protagonizado por José Luis López Vázquez. Un hombre se queda encerrado en una cabina telefónica y todo intento por intentar salir resulta inútil. Su vida transcurre por delante de sus ojos a toda velocidad. Ve que nadie le hace caso; pasan, miran pero siguen su camino; ve que a muchos hasta les hace gracia la situación o incluso le reprochan su comportamiento por creerlo grotesco. Unos pocos se preocupan pero sin éxito. Encerrado y solo, la angustia va apoderándose de él. ¡Ve llegar su final solo y abandonado dentro de una cabina telefónica! En las últimas escenas, unos operarios recogen la cabina, la suben a un camión y la descargan en un gran nave industrial. La cámara se va alejando y López Vázquez se da cuenta entonces de que está rodeado de miles de cabinas telefónicas, todas con un cadáver en su interior.

Nos debería avergonzar nuestra desidia colectiva y nos debería perseguir la alargada sombra de estas víctimas silenciosas a las que no hemos sabido proteger como era nuestra obligación; a las que estamos condenando a la categoría de ciudadanos de segunda con la ignominiosa coartada de tener ya una edad avanzada, una patología no ajustada a derecho y estar solos y abandonados en una cabina de picar carne disfrazada de residencia para la mal llamada tercera edad. La Muerte con mayúscula nos ha impedido ver la muerte.

Si el desdichado Santiago Nasar se había levantado a las 5:30 de la mañana para recibir a un obispo, nuestros desdichados y arrugados ancianos se marchan sin nadie que les despida, víctimas de una solución final quirúrgica que hemos sido incapaces de evitar. Tendremos que pagarlo.

___________

Fernando Baeta es periodista.

Más sobre este tema
stats