Plaza Pública

#BlackLivesMatter: arte para la conciencia negra

Un ciudadano alza el puño durante una manifestación convocada tras la muerte del afroamericano George Floyd a manos de la policía, este sábado en la Ruta 110 de Los Ángeles, California.

Jose Ramón Alarcón

En el otoño de 1967 y frente a un repleto auditorio sueco, el político y activista en defensa de los derechos civiles afroamericanos –y primer ministro honorario de las Panteras Negras– Stokely Carmichael reflexionaba en torno de la política de no violencia implementada por el pastor bautista Martin Luther King, discrepando de sus postulados y situando en el epicentro del problema un concepto esencial –'conciencia'–, cuya ausencia imposibilitaría abolir la segregación racial sufrida por la ciudadanía negra del país mediante la pasiva metodología pacifista:

Stokely Carmichael durante su discurso en Estocolmo, en 1967. Fotograma del documental ‘The Black Power Mixtape’ (2011), de Göran Olsson, cortesía de Filmin.

“Según el Dr. King, la no violencia ayudaría a lograr los derechos civiles de los negros de EE.UU. Él partía de la base de que si no eres violento, si sufres, tu rival verá tu sufrimiento, se sentirá conmovido y cambiará de actitud. Eso está muy bien. Solo se equivocó en un detalle: para que funcione la no violencia tu rival ha de tener una conciencia. Estados Unidos no la tiene”.

Un diagnóstico que sirve como punto de partida del documental The Black Power Mixtape (2011), de Göran Olsson, que se adentra en la deriva del movimiento en defensa de los derechos de las personas negras, cuyas imágenes y reflexiones adquieren una extraordinaria vigencia tras la muerte por asfixia del músico afroamericano George Perry Floyd Jr. a manos de un policía de Mineápolis, y su consecuente contienda social que, bajo el lema I can't breathe, el movimiento Black Lives Matter ha conseguido dotar de carácter internacional, sumando la agónica frase de Floyd a las mismas palabras pronunciadas por Eric Garner (2014), Javier Ambler (2019) y Manuel Ellis (2020) durante sus aciagos arrestos.

Sin embargo, frente a los postulados teóricos del discurso político, la conciencia desarrollada por los artistas afroamericanos ha sido la primera en actuar y en arrojar un lúcido análisis acerca del racismo endémico sobre el que se ha edificado la idiosincrasia cultural, política y económica de Estados Unidos, permitiendo encontrar fórmulas que germinaran una nueva conciencia de la comunidad negra sin necesidad de aguardar a que la comunidad blanca modificase la suya.

Mural en homenaje a George Floyd en una ciudad de Estados Unidos.

De este modo, en el verano de 1963, una quincena de artistas neoyorkinos de raza negra, abanderados por el pintor Romare Bearden y el muralista y grabador Hale Woodruff conformarían Spiral, un colectivo artístico que pretendía cuestionar el papel de los artistas afroamericanos en relación a la política, el movimiento de derechos civiles y su marginal presencia en el ámbito académico y el mercado del arte. En el catálogo de su única exposición colectiva, llevada a cabo en un local del West Village en 1965, se recogía, a modo de manifiesto: “Nosotros, como negros, no podíamos dejar de ser tocados por la indignación de la segregación, o dejar de relacionarnos con la autosuficiencia, la esperanza y el coraje de aquellas personas que marchaban en interés de la dignidad del hombre. Si es posible, en estos tiempos, esperamos con nuestro arte justificar la vida, usar el blanco y negro y evitar otra coloración”

Medio siglo después, el colectivo Spiral vería dignificado su efímero legado a través de diversas exposiciones retrospectivas, y se convertiría en punto de partida de la muestra itinerante Soul of a Nation: Art in the Age of Black Power, producida por el Tate Modern de Londres en 2017, posibilitando un recorrido por la obra de sesenta artistas  pro Movimiento por los Derechos Civiles en Estados Unidos entre los años 60 y 80 del pasado siglo, con el propósito curatorial de “entender cómo los artistas dieron forma y salida a los cambios sociales y políticos del momento enfrentándose a los problemas raciales”, recogiendo las inquietudes políticas y estéticas de otros colectivos, como el AfriCobra de Chicago, el Kamoinge Workshop de Harlem o los ensambladores de Los Ángeles, y de creadores como Noah Purifoy, Betye Saar o John Outterbridge, entre metrónomos con titulares racistas y péndulos de esqueletos negros, clavos oxidados, trampas para ratones y vallas de alambre.

Black First, America Second (1970), de David Hammons, obra exhibida en la exposición Soul of a Nation: Art in the Age of Black Power. Fotografía cortesía de la Tate Modern de Londres.

Materiales que evocan, entre otros, los disturbios de Watts (Los Ángeles) de 1965, cuyo levantamiento popular tras el arbitrario arresto de un joven negro fue decisivo en la constitución de una nueva conciencia afroamericana en el ámbito social, cultural y académico. “Antes de los disturbios de Watts, los negros luchaban por asegurar un lugar en la sociedad estadounidense”, recuerda Daniel Widener, profesor de Historia de la Universidad de California, en un artículo de Los Angeles Times. Sin embargo, tras la rebelión, “la gente negra en su conjunto dice que este es un lugar enfermo que tiene que cambiar si vamos a ser parte de él. Si no cambia, tenemos que forzarlo en una nueva dirección”.

Y una nueva dirección, beligerante y contemporánea, es la que procura Black Quantum Futurism, colectivo literario y artístico conformado por las artistas visuales, teóricas sociales y activistas políticas queer Rasheedah Phillips y Camae Ayewa AKA Moor Mother, cuyo horizonte proyecta futuros alternativos para la comunidad afroamericana y proporciona medios de confrontar esos futuros con el presente, posibilitando una nueva conciencia a partir de la que reflexionar y actuar sobre el entorno psicológico y cultural e influir en el medio económico y político de los ciudadanos, tal y como recoge el documental Queer Genius (2019), de Catherine Pancake.

Un colectivo que pretende “amplificar las voces de la comunidad (negra) de forma contraria a como se escenifica en los debates y medios públicos”, con el fin de recordar que el “cuerpo negro“ ha sido “la primera tecnología que unió a los hombres (blancos) y por la que viajaron a todas partes para financiar su tortura y su control”.

Una descontrolada tortura que durante siglos se ha cobrado la vida de miles de George Floyd a manos de una homogénea comunidad blanca que ahora, en las protestas, parece empezar a resquebrajarse, y a cuya narración hegemónica se opone el relato de un nuevo futuro a través de la conciencia del arte negro.

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José Ramón Alarcón es periodista cultural de MAKMA

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